Fidel: Razón perdurable
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Hay personas, cual familia amada, perdurables en nuestros afectos, en nuestra vida toda.
De él supe muy chica, en la casa y en la escuela. Escuchaba a mis mayores comentar sus palabras, invocarlo cuando algo no andaba bien. A respaldarlo en cada contundente revelación de la verdad de Cuba.
Luego lo conocí y aprehendí por mi misma. La Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), su VII Congreso y el Comité Nacional de esa organización me acercaron mucho más a él. Recuerdo bien aquella primera reunión en la cual, como el mejor jefe guerrillero, definió derroteros para el futuro de la Patria.
Y llegaron muchas ocasiones de compartir su espacio físico, vital. Por supuesto, él no tenía por qué conocer de mi presencia, pero saberme cerca y recibiendo —de modo directo— tanta energía positiva y revolucionaria ya era un regalo inestimable.
Y comenzó la Batalla de Ideas, y otra vez me vi acompañándolo, igual a muchos, en Tribunas Abiertas y marchas por el regreso de un niño- símbolo, el cual volvió a su padre, a su casa, a su escuela y la familia porque él nunca se cansó y tuvo la certeza de que la victoria sería nuestra.
Y bajo su impronta, hasta el más intrincado paraje cubano tuvo una escuela con computadora y panel solar, se multiplicaron colecciones de libros y diccionarios. Los maestros emergentes, los Valientes, los trabajadores sociales y los instructors de arte florecieron lozanos como los jóvenes protagonistas de tales programas
Se me antoja, a 95 años de su alumbramiento, un inmenso corazón palpitante, desde cuyas arterias bombea sangre de pueblo y accionar para seguir adelante contra todas las tormentas, ahora mismo, pretendiendo abatirnos.
¿Quién puede dudar de la fuerza telúrica de Fidel, el siempre líder y eterno Comandante en Jefe, esa capaz de sacudirnos en las actuales circunstancias?
Lo dicho: hay personas, cual familia amada, perdurables en nuestros afectos, en nuestra vida toda.
Eso es Fidel para mi: amor infinito, fuerza telúrica, razón perdurable.
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