Fidel nuestro, de ayer, hoy y siempre

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Muchas frases hermosas se han dicho o escrito sobre el líder histórico de la Revolución cubana. “(…) puedo atestiguar que es una personalidad fascinante: afectuoso, de voz muy suave, cortés, y aun tierno. Familiariza con cualquiera desde el primer momento. Es ingenioso, ocurrente, y siempre hace reír…”, así lo describió el sacerdote, poeta y teólogo nicaragüense Ernesto Cardenal.

Sin embargo, para mí el retrato más vívido de él lo hace su hermano de sangre y de lucha, Raúl, quien en el homenaje póstumo en la plaza Antonio Maceo, de Santiago de Cuba, acentuó: “La permanente enseñanza de Fidel es que sí se puede, que el hombre es capaz de sobreponerse a las más duras condiciones si no desfallece su voluntad de vencer, (…) el mismo que tras el desastre del primer combate en Alegría de Pío (…) al reunir siete fusiles y un puñado de combatientes, exclamó: “¡Ahora sí ganamos la guerra!: ‘¡Fidel, Fidel! ¡Ese es Fidel!”.

¿Por qué el pueblo, desde que él estaba en la Sierra lo llamó simplemente Fidel, y no el doctor Castro, ni el jefe guerrillero, ni tampoco primer ministro o presidente, luego del triunfo de la Revolución?

Para los cubanos siempre fue Fidel.

El primer nombre que salía a flor de labios cuando algo andaba mal o ante las más disimiles circunstancias y dificultades. “Si Fidel conociera de esto o si Fidel estuviera aquí”, eran expresiones comunes entre la población.

Su pueblo aprendió a escucharlo, a razonar con él, a comprender, por muy peliagudo que fuera el problema, a enfrentarlo y vencer.

Su optimismo contagioso era capaz de movilizar a millones para acometer cualquier tarea, por difícil que fuera. Porque allí, en la primera línea, siempre estuvo física y espiritualmente, con toda la autoridad moral que le asistía.

Del Comandante en Jefe señaló el escritor colombiano y Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, “Cuando habla con la gente de la calle, la conversación recobra la expresividad y la franqueza cruda de los afectos reales. Lo llaman: Fidel. Lo rodean sin riesgos, lo tutean, le discuten, lo contradicen, le reclaman, con un canal de transmisión inmediata por donde circula la verdad a borbotones. Es entonces que se descubre al ser humano insólito, que el resplandor de su propia imagen no deja ver”.

Jamás en Cuba, y pienso que en ningún otro país del mundo, hubo manifestación tan impresionante de duelo, cuando todo un pueblo desbordó calles, avenidas, carreteras, campos y plazas para darle el último adiós. Nunca como entonces, una nación entera lloró a su líder natural.

Fue este un gesto de dolor, sí, pero también de comprometimiento con la obra y el legado que había dejado ese hombre que este 13 de agosto cumpliría 94 años, y quien, con las doctrinas del Maestro en su corazón, echara su suerte con los pobres de la tierra e hiciera suya la prédica martiana de “con todos y para el bien de todos”.

Son tiempos difíciles los que vivimos, signados por la pandemia más terrible de los últimos años, y un ataque genocida y sin cuartel del gobierno de los Estados Unidos, pese al azote del coronavirus.

Volvemos a someter a prueba la voluntad de los compatriotas. Entonces es el momento de evocar los cantos de esperanza del ¡Sí se pudo, sí se puede y sí se podrá!

Y así, tal y como le cantó el trovador, seguiremos cabalgando con Fidel, porque “aprendimos a saberte eterno/ (…) y hoy quiero gritarte, Padre mío/ no te sueltes de mi mano,/aún no sé andar bien sin ti/.

Ese es Fidel, fiel como su patronímico; el invicto Comandante que nos sigue convocando con su luz. Ayer, hoy y siempre.

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Armando Sáez Chávez

Periodista de la Editora 5 de Septiembre, Cienfuegos, Licenciado en Español y Literatura y Máster en Ciencias de la Educación

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