Feria

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Existen dos costados de interpretación periodística a la más reciente versión de la Feria del Libro en Cienfuegos, en consecuencia con las dos líneas paralelas visibles de un evento de estas características.

El primer ángulo de aproximación sería su calidad y cumplimiento de objetivos, visto ello desde el plano institucional “intramuros”. Esto es —caso mayor— su programa literario-profesional, presentaciones, conferencias, paneles, disertaciones, interacción de los intelectuales… Podría sumársele espacios colaterales en enclaves cerrados.

En tal sentido, precisa apuntarse que constituyó una franja tan sólida como bien articulada, con la presencia de valiosos creadores, quienes aportaron tesis y reflexiones estimables sobre libros o escritores puntuales; pero además en torno al hecho de la lectura y la significación ontológico-cultural de leer, así como en derredor de una gama diversa de temas, defendidos con tanta vehemencia como con igual tino: desde las políticas culturales en Cuba hasta una disección de China, nación a la cual estuvo dedicado el certamen este año.

A todos quienes respaldaron la Feria (Centro Provincial del Libro y la Literatura, Centro de Promoción e Investigación Literarias Florentino Morales, Dirección de Cultura, Uneac…) debe reconocérseles el esfuerzo en función de presentar tal segmento, cualitativamente favorable.

El segundo ángulo de aproximación se subdivide en dos variantes. Una que guardaría relación con el primero, aunque en una versión más de puertas afueras, donde entraría desde la misma inauguración abierta en el parque Martí, hasta todos los espectáculos promovidos en el pabellón infantil Tesoro de papel; los espacios culturales Entre libros y Punto cubano y el de descarga musical de los proyectos de la Asociación Hermanos Saíz. A destacar, la policromía y plasticidad de los espectáculos dedicados a China en el referido pabellón, amén de su diversidad temática. Sería otro punto a favor del evento.

No por último menos importante —sino todo lo contrario—, la otra variante de este segundo ángulo de aproximación representa, realmente, el motivo central que legitima en el pueblo el éxito de cualquier feria: la presencia del libro.

Y en tal apartado, en cuanto ya viene siendo una tendencia (ojalá reversible, a partir del impostergable entendido nacional de que resulta necesario fortalecer más las ferias provinciales, al margen de incumplimientos poligráficos o cualquier otra problemática) de la mayoría de los eventos recientes, no alcanzó el nivel aguardado de un certamen hoy día ya desligado espacialmente del capitalino, preparado con carácter anual y de cara al que muchas personas —todavía en estos tiempos digitales y de modulaciones de hábitos o modos de lectura—, por ende, se tejieron expectativas bastante más auspiciosas.

No se habla aquí desde una posición elitista que apelaría a la falta de los grandes autores internacionales, ni desde el parapeto poco realista que reclamaría opciones no muy factibles de gestionar por un país tercermundista y bloqueado. Ni siquiera a partir del antojo mínimo de compararla con la Feria de La Habana. No se trata de eso.

Tampoco estamos hablando desde el punto de vista de quienes forman legión detrás de los mismos libros infantiles de siempre y no se preocupan por los otros que llegan; ni desde el prisma de quienes buscan alguno de los contados volúmenes que logran verse de algún autor de alta demanda.

Estamos simplemente puntualizando, instalados a objetiva lógica, que no se corresponde la calidad, variedad y cantidad general de la oferta total de materiales vendidos al público con cuánto debe enriquecer una feria del libro, ni con la significación cultural y política de evento tal en este país.

Sí, por supuesto hubo materiales importantes, varios de ellos visibles; reediciones de clásicos que ojalá algún día leyeran las generaciones de la Cuba actual; apreciables textos de consulta, infantiles… Pero no bastan para configurar una parrilla plural, vasta, sustantiva, rica, bien distribuida y que satisficiera a todos los espectros de intereses de los múltiples lectores.

En los espacios de venta, más allá de títulos puntuales del corte de los arriba mencionados, nunca hubo el cúmulo global de atractivos hallable en certámenes acontecidos más de una década atrás.

Las ocho pequeñas carpas del parque Martí, tranquilamente pudieron haber sido cinco. Y si solo se hubiesen ubicado en anaqueles las novedades traídas para la Feria —no los libros existentes de forma previa—, con la mitad de la librería Dionisio San Román podría haber alcanzado.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

Un Comentario en “Feria

  • el 19 marzo, 2018 a las 3:21 pm
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    Totalmente de acuerdo: incluso en un primer artículo promocionando a la Feria, se dijo que serían 9 carpas en las que se despacharían los libros…
    Todo esto puede resumirse en una frase archiconocida: “mucho ruido y pocas nueces”.

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