“Felices los cuatro” y sus desarraigos

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Nuestros medios denuncian cada vez más la violencia contra la mujer, sin embargo el irrespeto en el tratamiento artístico de la figura femenina es contraproducente con tales propósitos, pues la agresividad psicológica es parte del fenómeno.

Históricamente la mujer ha sido tema de recurrencia en el lenguaje del arte, fuente inagotable de inspiración, objeto de alabanza por sus virtudes o vilipendiada por su desdén y la música, una de las más emotivas manifestaciones, no ha podido sustraerse a esta aproximación; la de corte popular no es excepción.

Tradicionalmente cada género ha establecido sus códigos, el bolero y la canción, por ejemplo, hacen énfasis en aspectos románticos de la relación amorosa, mientras que los bailables utilizan similares temáticas, pero con formas de acercamiento diferente, más simple y cotidiano, sin revuelos metafóricos.

Por esa causa sus textos se apoyan en fraseologismos populares e intenciones picarescas agudas o de doble sentido, que forman parte de nuestra idiosincrasia y son consustanciales a la música desde sus orígenes.

La avalancha contemporánea de críticas negativas hacia la música bailable remite constantemente a nuestras mejores tradiciones. La investigadora Liliana Casanellas Cué cita las composiciones de Rafael Lay y la orquesta Aragón como paradigmas de letras chispeantes con motivos jocosos, sin presencia de lo chabacano o grosero, por el contrario las imágenes literarias aportan plasticidad a las obras, en todo momento con galantería elegante.

En tales textos las frases de extremo cariño atenúan la carga erótica que pudieran suscitar, como en el bolero Vida, te adoro o el danzón A nadie más.

Sin embargo en la actualidad surgen géneros con textos agresivos, cuando mucho se había hablado del reguetón llegó el trap, (mezcla de rap con hip hop) emergido en  la década de 1990 en Estados Unidos, de zonas marginales, y caracterizado por describir sus ambientes aunque sin criticarlos (como hace el hip hop), sino exaltando miserias humanas, con letras misóginas y machistas, todas las características y mutaciones citadas aluden a un retroceso.

El trap irrumpió en Latinoamérica a finales de 2015, a partir de la popularidad adquirida por el controversial tema Cuatro babys, de Maluma.

Ahora el video clip de esa pieza, traducida como Felices los cuatro, deviene  ponderación del sexo grupal, que con la gráfica propia de esa especialidad tiende a fijar patrones, incluso con la subliminalidad intrínseca de la imagen. Lo peor es que su autor Maluma fue nominado a “Artista del año – Redes Sociales” en los Premios Billboard 2017.

Es lamentable que nuestros niños repitan esos ritmos de moda y copien porque se expande la mala música para adultos, ya no tanto en los medios de comunicación sino en ómnibus públicos, cafeterías y en disímiles entornos.

Nos dejamos robar los programas de educación musical en las escuelas, la difusión de piezas clásicas infantiles por la radio. Esos desvaríos dejaron mutilada la orientación cultural, podemos citar la desaparición del patrimonio de la profesora Cuca Rivero, esas ausencias solo dejan  fisuras casi invisibles por donde recuelan malas inclinaciones. La violencia sexista no puede ser combatida solo desde lo penal, cambiar las estructuras sociales y mentales que la mantienen y hasta promueven. Como diría alguna vez Alfredo Guevara, las desviaciones del gusto popular son hijas de “la falta de diseño”.

En Cuba sobran miembros de las brigadas artísticas José Martí  y múltiples instancias, hijas del pensamiento de quien pretendió hacernos el pueblo más culto del mundo. No hay explicaciones para el letargo, para la tendencia al desarraigo de lo autóctono y la penetración del llamado género urbano.

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Dagmara Barbieri López

Periodista. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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