Exclusión

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En los largos días estivales, una mariposa nace a las siete de la mañana y muere a las seis de la tarde. ¿Cómo podrá comprender el significado de la palabra noche?”. La interrogante anterior la formula Camila, el personaje homónimo del filme argentino dirigido por María Luisa Bemberg en 1984, muy gustado en Cuba. Su inquisitoria podría parafrasearse así, en las actuales circunstancias isleñas: “En todos los días de sus vidas nuestros niños, adolescentes y jóvenes casi lo único que están destinados a escuchar es reguetón. ¿Cómo podrán comprender el significado de la palabra música?”.

Los muchos lectores que repasan de forma habitual las secciones Acuse de recibo y Cartas, de los diarios Juventud Rebelde y Granma, están conscientes del alto volumen de misivas de personas de este país muy preocupadas por el fenómeno, galopante y creciente, sin demasiadas réplicas.

La última de tales quejas fue publicada en la segunda de las secciones, el pasado viernes 9, y viene signada por el ciudadano Pedro Luis Martín Sandín, quien escribe, quejoso y alarmado, cómo los cuatro días de carnavales de Artemisa fueron tomados por equipos de audio de cuentapropistas, uno de los cuales lo alquiló el mismísimo Sectorial de Cultura y lo ubicaron en los portales de la ¡Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana!, “con chabacanerías y palabras obscenas esparcidas a los cuatro vientos”.

Independientemente de la incorrecta actuación de Cultura y la ACRC en el citado lugar (instituciones sociales y políticas que no pueden facilitar lo erróneo, sino contribuir a desterrarlo mediante un trabajo sostenido de proposición y educación formativa), lo más doloroso del citado caso es el daño cometido en los órdenes físico y psicológico contra miles de personas quienes no se divirtieron, sino que sufrieron con ese atropello a sus derechos cívicos.

Desafortunadamente, son muchos los sucesos similares ocurridos cada día con o sin fiestas, a pesar de congresos, plenos, reuniones y centenares de intervenciones que impugnan verbalmente un fenómeno que en la práctica continúa su perjudicial inserción social, a través de la más lacerante impunidad.

Traigo a colación el caso del compañero Martín Sendín, en verdad, porque supo concluir su carta poniendo el gatillo en un concepto esencial, al exponer lo siguiente: “Nuestra música es capaz de ganar premios internacionales a pesar del boicot a que es sometida por nuestros enemigos. Resulta irónico que de esa buena música no se haya escuchado casi nada en cuatro días de festejos”.

Claro está que esa última el lector no la iba a escuchar, porque está afantasmada por quienes poseen los equipos de audio (triste paradoja que los dueños de la tecnología la empleen para el uso menos aconsejable y no para promover siquiera un segmento menor de tanta música buena, nacional e internacional, que se continúa elaborando); por programadores locales de diversas entidades e instituciones; por la decisiva área de Música del “Paquete Semanal” principal fuente de suministro sonoro en los formatos .mp3 y .mp4 de la juventud cubana, cuyos organizadores nacionales poseen sospechosa predilección monotemática por el “género” de mayores ganancias económicas del momento; por el gusto cautivo de masas mal formadas estéticamente e incluso aunque no sea este su propósito, sino que incurre en ello debido a sus falencias materiales por una industria discográfica cubana que todavía no es capaz de abastecer al mercado nacional con las producciones laureadas en sus grandes eventos. Ejemplo mayúsculo, el Cubadisco.

En realidad ya no se le puede echar la culpa de la exclusión a la radio o la TV. No obstante continuar parte de la mediocridad y el compromiso de algunos guionistas y directores con el género que más dinero tiene para promoverse, sí existe un elevado número de espacios en ambos universos que defienden la pluralidad musical y no la constriñen a esa constante letanía de perro en celo adolorido del reguetón repartero, presente a cada hora de la jornada en calles, cuadras, tiendas de recaudación de divisa, centros gastronómicos…

No solo nos han secuestrado la vastedad de la música cubana, sino además de la internacional. Hay acciones locales plausibles como la Videoteca Oasis de la Uneac, que deben impulsarse en otros ámbitos; pero la cura mayor a este desastre cultural pasa y puedo errar, pero es mi opinión por un nuevo orden a escala lectiva (perdimos la formación musical en las edades primarias) y, sobre todo, por la acción individual. La salvación va en bote monoplaza y los únicos remos para sobrevivir en medio de la bastardía monotemática propuesta e impuesta son la expansión a todos los registros musicales, la elevación personal de la cultura, leer, ver, conocer, apreciar.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

3 Comentarios en “Exclusión

  • el 15 noviembre, 2018 a las 10:09 am
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    Así es, Doctor. Ya ni manejar se puede. Yo, que ando en motor, sufro además el asunto de las motorinas reguetoneras, que cuando se te pegan en una esquina dan ganas de desaparecer por un portal hacia otro mundo de menos estupidez. Gracias por su comentario y su fiel lectura, Julio.

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  • el 13 noviembre, 2018 a las 8:18 am
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    Como todo, no sólo hay mal reguetón, en todos los géneros musicales podemos encontrar ovejas negras. Este problema es más profundo que el sólo poner música de mal gusto o a exceso de volumen, se trata de la poca cultura a la hora de tomar decisiones de este o de cualquier tipo por parte de las autoridades competentes, ya sea el mal llamado DJ o el administrador de cualquiera de estos locales. Hay mucho q decir de este tema pero lo dejaré aquí…

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  • el 12 noviembre, 2018 a las 2:31 pm
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    Ay, JUlio, seguimos hablando de lo mismo y lo mismo nos sigue atropellando. Cada día esa mal llamada música gana seguidores mientras Cubadiscos y Grammys y otra buena música quedan para el olvido. Lo peor es que el sector más vulnerable, los niños, son de los que más la consume. Es una música que no respeta inocencia ni buen gusto; arrasa con oídos y estéticas, violando tus deseos de no escucharla; llena de vulgaridades y otras tantas imbecilidades que no se lleva el viento. Podemos seguir luchando, pero si el estado no toma cartas en el asunto y no asume con verdadera responsabilidad, el futuro será con orejas de burro, como en Pinocho.

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