Evitables precocidades

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Hay tiempo para todo en la vida, reza el Eclesiastés, y los años lo confirman. Cada cosa en su momento, lo dice el cubano de varias décadas en su catauro de frases endémicas que condensan toda la sabiduría popular proporcionada por la experiencia.

Si no le introducen inventos transgénicos, una fruta necesitará determinado tiempo de crecimiento y maduración antes de su cosecha. Un atleta hará 10 segundos en 100 metros planos tras largos años de preparación diaria en la pista.

Nada se antecede a lo que en su justo instante debe suceder, porque iría contra el mismo equilibrio del universo y su ajustado mecanismo de relojería.

Sin embargo, existen personas que no lo entienden. Y trastocan el sentido de lo que precisamente por mero sentido no debe trastocarse. Ahí figuran los quemadores de etapas en la niñez.

A alguna mami supuestamente “alante” se le ocurrió un buen día hacerle una “descarguita” a su niña de ocho años, y hoy la costumbre se ha entronizado tanto, que pocos chiquillos de esa edad quieren saber de un cumpleaños.

Y entonces vemos en las calles esos cuadros que si en un principio pudieron dar risa ahora resultan lastimosos, por lo inconexión establecida entre diálogos y edades: “Ana Carla, el sábado Yasnier tiene una descarguita, vámonos para allá”. Los interlocutores oscilan entre los 7 y 9 años.

O sea, que una conversación que, poco más de una década atrás, se suscitaba entre adolescentes, en la actualidad cubana tiene lugar entre pequeños que deben estar aún jugando con muñecas o halando un carrito.

Lo más pernicioso del caso es que algunos padres estimulan semejante proceder, e incluso propician en dichas fiestas ambientes a ojos vistas no identificables con tan tiernas edades: luces apagadas; en la grabadora “A ella le gusta la gasolina” o “A mí me gustan los yumas”; alguna bebida que inicialmente se concibe para los progenitores, pero que al calor de los tragos llega por descuido o incluso por gracia a labios infantiles…

En ocasiones, por no contrariar la voluntad del niño amparan su conducta impropia hasta buenos padres que están pagando con sus hijos el “invento” de algunos descocados.

Y ahí está el detalle, hubiera dicho Cantinflas. Nadie tiene que dejarse llevar por costumbres forzadas, surgidas de personas que no disponen del nivel cultural o de la sensibilidad humana para comprender que a esas florecitas que alegran la casa no debemos ponerle un chaleco antibalas de superprotección, mas tampoco lanzarlas al fuego antes de tiempo.

Asentir es consentir; disentir es renegar. Solo negándonos a extender algo que desentona en la melodía de la vida y desenfoca en la cámara del juicio, comenzaremos a frenar el fenómeno. Las tendencias y costumbres en una sociedad como la nuestra deben fijarlas los sujetos pensantes; no éstos rendirse a las impuestas, sin taza ni tino, por sus contrarios.

Si Francisca vino de Tasmania, le trajo ropa adelantada a su edad a su hija de ocho años y quiere lucirla en un marco social que supere lógicamente el rango infantil del cumpleaños, que lleve a la pobrecita a una discoteca. Los niños del resto de los padres del barrio no tienen que sucumbir a la necesidad exhibitoria de la vecina.

Que los experimentadores lo hicieran solo consigo sería lo ideal, aunque lo cierto es que arrastran en su transnochamiento a incautos que se van con la ola para, en presunción, no quedarse dormidos en el tiempo, aunque en la práctica lo que en verdad están haciendo es quemar anticipadamente los períodos de un sano desarrollo infantil.

La ingenuidad, la inocencia en estado puro solo se hallan en la niñez. ¿Para qué pulverizarlas sin razón? Ya Ana Carla y Yasnier tendrán su edad para fiestas de este tipo y todo lo que se les ocurra. Mientras estén a nuestro amparo, no hay por qué no hacer lo mejor para su bien.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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