Estudiantes de Medicina: ni muertos ni olvidados

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Cuatro descargas de fusilería consumaron el horror. Era la tarde del 27 de noviembre de 1871 y ocho estudiantes de Medicina morían. Fue un crimen, nadie puede dudarlo; un crimen sustentado en la rabia de los soldados españoles (Cuerpo de Voluntarios) contra aquellos jóvenes de primer año, cuyo único delito fue el de estar en el Cementerio de Espada y corretear con el vehículo usado para conducir los cadáveres a la sala de disección. El más joven, de apenas 16 años, había arrancado una flor.

Pero era tanto el odio del Ejército español contra los jóvenes universitarios de la Isla, cuya participación en la gesta independentista ya se había hecho notar, que aquella simple acción fue magnificada. Y claro está, encontraron un motivo: los estudiantes fueron señalados por el celador del camposanto como los responsables de la profanación de la tumba del periodista Gonzalo Castañón, rabioso y furibundo anticubano, muerto un año antes.

¿Cómo permitir tal osadía? No medió demora entre la detención y el enjuiciamiento; no bastó que se demostrara que no había delito alguno. Manipulaciones de todo tipo caracterizaron el proceso sumario y de una manera arbitraria decidieron condenar a la pena máxima, por sorteo, a ocho de los estudiantes acusados.

Ninguno de los muchachos rebasaba los 21 años de edad, así lo demuestra la historia. Eso tampoco importó. Declarados culpables, fueron condenados a muerte Alonso Álvarez de la Campa y Gamba, de 16 años de edad; Anacleto Bermúdez y González de Piñera, de 20; Eladio González Toledo (20); Ángel Laborde Perera (17); José de Marcos Medina (20); Juan Pascual Rodríguez Pérez (21); Carlos de la Torre Madrigal, (20); y Carlos Verdugo Martínez, de tan solo 17 años, quien el día del presunto delito se encontraba en la provincia de Matanzas. ¡No estaba siquiera en el lugar del hecho y fue ajusticiado sin miramientos!

Ensañamiento cruel

Pero tampoco bastaba fusilarlos. La ignominia llegó tan lejos que les vendaron los ojos, amarraron las manos a la espalda y los obligaron a ponerse de rodillas.

Horrendo, ese es el calificativo para un crimen que levantó no pocas protestas y también conmovió al joven José Martí, quien dedicó una hermosa página, hecha poesía a sus coterráneos y que conocemos como A mis Hermanos:

[…] “Cadáveres amados, los que un día/ Ensueños fuisteis de la patria mía,/ ¡Arrojad, arrojad sobre mi frente/ Polvos de vuestros huesos carcomidos!/ ¡Tocad mi corazón con vuestras manos!/ ¡Gemid a mis oídos!/ Cada uno ha de ser de mis gemidos/ Lágrimas de uno más de los tiranos! […] ¡Y más que un mundo más! Cuando se muere/ En brazos de la patria agradecida/ La muerte acaba, la prisión se rompe; / Empieza, al fin, con el morir, la vida! […]

Han trascurrido 148 años y esta fecha es motivo de encuentro de los jóvenes estudiantes universitarios y de los de Medicina en particular. Ratifican así que sus antecesores no están ni muertos ni olvidados, son su ejemplo, su acicate para seguir adelante. Así como ellos enfrentaron la muerte, los de la Cuba de hoy enfrentan los mil y un retos que la obra de la Revolución supone.

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Tay Beatriz Toscano Jerez

Periodista.

Un Comentario en “Estudiantes de Medicina: ni muertos ni olvidados

  • el 27 noviembre, 2019 a las 9:56 am
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    La rabia de los voluntarios, enardecidos por el alcohol. Fue la respuesta vil a tres años de jan y machete de parte del mambisado cubano. Porque en las filas independentistas había no pocos jóvenes salidos de la Universidad, chicos muchos de ellos nacidos en cuna de oro que prefireron renunciar a todo con tal de ganar la independencia sin cadenas para la Patria. El delito imputado a esos ocho jóvenes sólo fue un pretexto. El único verdadero fue el de ser cubanos.

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