Esperando a los bárbaros, una novela de renovada vigencia

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El Magistrado, personaje central de Esperando a los bárbaros (J.M.Coetzee, 1980), es un hombre que no ha pedido más que una vida tranquila en una época tranquila, sin importarle que el chacal arranque las entrañas de la liebre, porque el Universo, siempre, seguirá su curso, dice él. Aunque su apreciación del mundo y las cosas cambiarán en un determinado momento.
Viejo, regordete, puntea los capítulos de cierre de su tan rutinaria como apacible existencia entre administrar justicia en momentos ocasionalmente raros, ordenar los amarillentos legajos de su oficina de este pueblo del Imperio situado en los confines de la nada, tomar su té con gachas y robar un eventual sexo vespertino con una lavandera o cualquier otra moza medio tiznada de hollín de cocina.

Pero su calma resulta interrumpida cuando tropas del innombrado Imperio -da igual nominarlo, todos son iguales o bastante parecidos, parece decir Coetzee-, al cual este hombre representa en dicho lugar, llegan al remoto poblado a combatir a unos bárbaros que, a la larga, nunca aparecerán ni dañarán a nadie, porque son la entelequia forzosa concebida por los estrategas de la corte para justificar el sentido del ejército y del propio régimen.

La novela del surafricano Coetzee en su momento se vio -y fue- como una alegoría crítica sobre el denigrante sistema de apartheid de su país, pero ciertamente es mucho más que eso: “No soy el vocero de una comunidad ni nada que se le parezca; soy alguien que tiene noción de la libertad, como la tiene cualquier prisionero encadenado y que construye representaciones de gente que se libera y ve la luz”, dijo entonces su autor.

Esperando a los bárbaros supera cualquier constricción geográfica, si se tiene en cuenta la perspectiva ecumenista de esta sólida obra en torno a la construcción del arquetipo del adversario por la civilización occidental, acerca de la edificación secular de un enemigo histórico como sórdido leitmotiv o arcano de subsistencia de las formaciones político-sociales basadas en la imposición de la tiranía. Por lo cual no exageró el finado escritor mexicano Carlos Fuentes cuando la situara como una de las novelas políticas más grandes de nuestro tiempo.Más que mantener vigencia, el libro la redobla al correr de las décadas, al paso de cada invasión de conquista y las crisis humanitarias provocadas, habida cuenta de la total permanencia de su mensaje sobre el miedo, los prejuicios y el desprecio para con el Otro y el desinterés del mundo rico por comprender al que se halla en su antípodas, al cual por el contrario intentará someter a la fuerza, siempre luego de la siembra del pretexto de turno merced a la instancia carroñera de la propaganda.

Coetzee deconstruye, resignifica, pone orden aquí en términos críticos la tan llevada y traída polaridad civilización y barbarie, al expresar que los peores soplos patológicos de la barbarie están contenidos en la atmósfera vital misma del presunto orden civilizado. El Occidente, encarnado por el personaje del coronel Joll, socava el orden natural de unas pobres gentes que en la propia irrelevancia de sus miras encuentran el camino más llano de acceder a algo parecido a la felicidad. O al menos a su propia visión de la felicidad, o la que pudieron concebir en base a su contexto, cultura y condición expoliada.

El Magistrado es la bisagra que en vez de conectar a ambos mundos se parte en las manos del colonizador y pone en entredicho el sentido del agresor -del cual él forma parte geográfica y racial, pero en sí llega a dominar la visión humanista que echa luz de comprensión sobre esta gran farsa- pero abjurando de su proceder, pues él bien sabe que los bárbaros criminales que les han descrito a los soldados del Imperio para envalentonarlos solo son simples nómadas que vivieron por siglos del trabajo de la naturaleza.

Más que hablar de símbolo del despertar de la conciencia de los hombres, o de un hombre, el Magistrado presupone la remisión simbólica al necesario desletargo del humanismo de la especie, en estado de duermevela. Coetzee, pesimista de naturaleza, solo vislumbra la oxigenación de cualquier posible esperanza, a través de la vía de dicho filtro.

El protagonista de la novela mantiene una relación con una nativa joven y castigada en su cuerpo por la sinrazón de los hombres (en Suráfrica se promulgó una ley, hacia 1950, que penalizaba el contacto carnal entre personas de diferentes razas, con lo cual Coetzee insiste mediante ello en su impugnación a dicho régimen), que constituirá uno de los planos de la narración que más subyugan, por su belleza literaria y la posibilidad que le brinda al creador de ahondar en las filias, fobias y decisiones, anhelos y dolores de este hombre. (“El dolor es la verdad. Todo lo demás está sujeto a dudas”, le hace decir Coetzee). Pues, más allá de su carga política, es esta una obra multilateralmente bella que debe disfrutarse en distensión de rangos.

Narrada en primera persona, con una prosa racionalista y un estilo directo que prescinde de apelaciones emotivas en la composición de los caracteres y las situaciones, Esperando a los bárbaros constituye una novela apasionante, que destaca por su elaboración de escenas breves, la sobriedad en el lenguaje, elocuencia en los diálogos y su escritura apretada, directa, precisa; amén de su aura de contención la economía del vocablo, sus ágiles elipsis y la elaboración de atmósferas de sencillez conmovedora y amplios respiraderos evocativos.
Representó la pieza que le confirió notoriedad en el universo de las letras anglosajonas a este descendiente de afrikáners criado en una comunidad inglesa de la cual nunca se sintió parte, cultivado en Gran Bretaña y Estados Unidos: el narrador que obtuvo el Premio Nobel de Literatura como peldaño superior de una escalera de máximos reconocimientos de las letras, a la manera del Booker Prize (lo recibió dos veces), el Prix Etranger Fémina y el Premio Jerusalén.

Alguien de juicio tan certero para la Literatura -no así, lamentablemente, para la política- como su colega Mario Vargas Llosa considera a Coetzee uno de los mejores novelistas vivos en el mundo.

El antes citado Carlos Fuentes calificó al autor las magistrales Vida y época de Michael K., Deshonra, El maestro de Petersburgo (novela dedicada a su querido Dostoieski), Elizabeth Costello o Foe como “el escritor de los escritores”.

Cuando el lector termina una novela como Esperando a los bárbaros entiende las apreciaciones de ambos.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

2 Comentarios en “Esperando a los bárbaros, una novela de renovada vigencia

  • el 11 octubre, 2018 a las 10:54 am
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    Delvis, no debes dejar de leerla. Saludos del autor y gracias por la fidelidad de tus lecturas a los temas culturales.

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  • el 1 octubre, 2018 a las 1:01 pm
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    John Maxwell Coetzee es uno de los pocos escritores africanos a los que he leído. Su prosa es sin dudas puro deleite.
    Esta novela no la he leído, sin embargo, esta reseña me ha motivado a buscarla.
    El texto que sí he tenido en mis manos es “Hombre lento”; la historia del fotógrafo accidentado cuya vida se torna amarga y descolorida a raiz del patético suceso. Uno de los temas que más valoré en esta obra fue la magnífica meditación del personaje Paul sobre la vejez y por extensión, sobre los avatares del ser humano. Aspecto que nos vuelve a dejar en evidencia ese pesimismo que refiere el periodista sobre el autor.
    No es el argumento, claro está, lo que que motiva a leerla, sino el cómo se llega a la reflexión mediante frases claras y precisas; un lenguaje ameno que el lector aprehende sin problemas.
    Gracias a Martínez Molina por sus visiones crítico-literarias.

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