Escuela de padres: La edad de la perreta

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A la hora de salir se repite la misma historia con María Fernanda. Que si quiere los zapatos azules, o “ese cintillo no, el otro”, o la bata naranja de rayas, en fin, lo que a ella le plazca. Y se va para el círculo infantil con las gafas de mamá en la mano, o con los colores de ilustrar sus libros infantiles. Pero no siempre puede la madre complacer sus peticiones; entonces llega la perreta.


Grita sin parar M.F. y apenas son las 7:30 a.m. Se tira en el piso y nadie sabe cómo sacarla de ese trance, ni siquiera las amenazas más fuertes lo logran. Su papá le explica, intenta convencerla, le cambia la conversación, pero nada. La paciencia tiene un límite y el de estos padres resulta bastante corto.

“No se puede”, “no lo toques”, “no hagas eso”, frases que componen el día a día de la pequeña. Ella tienes tres años y “sabe más de lo que le enseñaron”, por eso no siempre acata las normas de casa, se manifiesta en contra de cuanto le dicen y quiere decidir por sí sola, mientras sus padres coartan toda posibilidad de saberse un ser autónomo.

“Las rabietas son un símbolo de que está ocurriendo algo positivo: la búsqueda de independencia. No existe una crisis de los tres años sin rabieta, porque es una demanda de ese niño a la familia para que le garantice condiciones de autonomía, ajustadas a la edad. En ocasiones aparece incluso antes y permanece durante toda la etapa escolar. Da patadas, puede llorar, cae al piso; pero no está teniendo un ataque, se trata de una conducta propia de la edad”, así nos habla la psicóloga Isabel Urquiza sobre la crisis de los tres años. Según ella, las mejores prácticas para enfrentarla consisten en:

– Evitar la rabieta por todos los medios, primeramente el menor debe tener un régimen ordenado de vida y no violentarse los horarios de sueño o alimentación.

– No poner demasiadas restricciones o limitaciones y proporcionarle independencia de acuerdo con su edad, a partir de permitirle cierto grado de elección, de actividades como comer o vestirse solo, o algunas prácticas de aseo.

– Debe existir consistencia en todos los miembros de la familia con relación a la educación del menor, pues a veces hay disparidad o cambios en los criterios.

– Nunca en una rabieta debe darle a su hijo lo que pide, ya que puede crearse un reflejo condicionado de que este constituye un mecanismo para obtener lo que quiere.

– Se ignora el comportamiento, pero no al niño. Tampoco tratar de explicarle, porque hay un ligero estrechamiento de conciencia, por lo tanto no entiende nada. No lo cargue, no lo consienta, al menos en el momento.

– Provocar un foco de excitación nuevo a través del factor sorpresa, para desviar su atención.

– No es bueno salir de una perreta por medio del castigo físico, pues esto solo aumenta el nivel de excitación cortical que existe en una rabieta y el niño se vuelve mucho menos comprensible.

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Rosa M. Díaz Hernández

Lic. Periodismo Graduada de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas 2012

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