Escúchalas, sufren violencia

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A Raquel le esperamos casi toda la tarde, pero algo sucedió que no vino. No sabemos si, como otras tantas en su lugar, desistió de la idea de contar su historia. No sabemos si la embargó el miedo, o el pudor, de advertir los detalles de su intimidad en la prensa, aunque fuese de manera anónima. No sabemos si, como la última vez, temió que el esposo la persiguiera, con el machete escondido bajo la ropa. Solo sabemos —lo constatamos— que aquella tarde salió de casa, pero su historia quedó en el camino.

Como ella, el 35 por ciento de las mujeres en el mundo son víctimas de violencia física y sexual, de acuerdo con estimaciones de la ONU. Como ella, el 27 por ciento de las féminas cubanas reconocen ser blanco de manifestaciones de violencia, según datos de la Encuesta nacional de igualdad de género, aplicada en Cuba hace dos años por el Centro de Estudios de la Mujer (CEM), con la colaboración de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información y de organismos internacionales. Como ella, la mayoría decide callarse; apenas el 3 por ciento busca ayuda.

No es casual que la campaña universal para celebrar el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer —del 25 de noviembre al 10 de diciembre—, acentúe este año la urgencia de poner fin a la cultura de silencio e impunidad que aflige a muchas sobrevivientes, cual otro acto de agresión. #EscuchameTambien es la etiqueta utilizada ahora mismo en las redes sociales para compartir experiencias o testimonios, que amplifiquen las voces y sitúen a ellas, a Raquel, en el centro de la conversación y de las respuestas.

Aun cuando la realidad del fenómeno en nuestro país dista de la espantosa situación de América Latina y el Caribe —donde a diario mueren doce mujeres solo por el hecho de serlo—, la población cubana lo considera un problema, según apuntó el 80 por ciento de los encuestados en el sondeo del CEM. En Cienfuegos, las historias que a ratos estremecen los oídos de sus habitantes, y hasta los cimientos de la urbe, superan esos dígitos fríos y sin vida que arrojan estudios e investigaciones.

Durante este 2018, la Casa de Orientación a la Mujer y la Familia en el territorio registra doce casos de violencia, reportados por las propias víctimas, quienes acuden allí, desorientadas, en busca de atención y alivio. La mayoría alegan ser agredidas, física y psicológicamente, por sus parejas (o ex parejas); otras por sus hijos, padrastros, padres; y otras por sus vecinos o colegas de trabajo. Alrededor de 20 casos más refieren las estadísticas de la Iniciativa de cultura jurídica en clave de género: herramienta para la igualdad y la no violencia contra las mujeres, proyecto local que ha contribuido a sobrellevar la desolación de varias féminas que, tras años y años de maltratos, sienten muchas veces que el derecho no las tutela ni las acompaña en su dolor.

Ambos mecanismos no solo defienden la necesidad de escuchar y creer en ellas —tal como promulga ONU Mujeres y varios movimientos mundiales—; las asisten en la formalización de la denuncia y durante el proceso penal (de haberlo), les ofrecen ayuda psicológica, asesoría jurídica; favorecen su empoderamiento y participan de los esfuerzos por desterrar, a cualquier costo, el temor, la violencia e inseguridad que las acechan. No obstante, ni muchas concurren a estos espacios, ni los finales son siempre felices.

El miedo a represalias perpetúa el círculo dantesco en el que han vivido por largo tiempo. Prefieren sucumbir al silencio, desamparadas, antes que abocarse a la suerte de ser escuchadas y creídas. El miedo a represalias les obliga, en ocasiones, a la reconciliación con el victimario. Por el bien propio y de sus hijos, se dicen a modo de consuelo. El miedo a represalias llega al instante en que explota; entonces ni ella ni él. Quizás, como tantas en su lugar, precisen de una legislación que regule, exclusivamente, el amplio marco de la violencia contra la mujer, con garantías de protección y acciones inmediatas y efectivas ante las denuncias. Es eso, hoy, cuanto sabemos de Raquel, de sus angustias e inquietudes, aun sin dar noticias de aquella tarde en que le esperamos.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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