Escritores norteamericanos lloran por los Estados Unidos

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En Nueva York u otras urbes del país del norte, alucinan, con pesadillas reales, algunos importantes escritores estadounidenses, quienes se resisten a creer que sea posible que en el país más rico del planeta el gobierno haya obrado con tanta ignorancia y mala fe para enfrentar la pandemia.

Hace años, el reverendo Jesse Jackson, en histórico discurso, exclamó: “¡Temo por mi país!”. Aunque no por la vía que él pensó, sus premoniciones se cumplieron, y estos intelectuales difunden sus juicios al respecto. Douglas Kennedy —autor de las  novelas En busca de la felicidad, La sinfonía del azar o Una relación especial y quien estima que “en EE.UU., donde no queda casi nada de la red de Seguridad Social, la pesadilla que aguarda a millones de personas será terrible”—, escribió el 2 de Abril en Babelia: “Manhattan, mi isla natal, estuvo habitada en su día por familias de clase obrera. En mi familia éramos cuatro y vivíamos en un apartamento de 60 metros cuadrados. Ahora mismo, Manhattan solo es accesible para los ricos. Hoy, para vivir como un joven artista en cualquier ciudad importante de aquí, tienes que vivir de rentas o tener dos o tres trabajos a la vez. Y, en lo más profundo de EE.UU., la lucha por la supervivencia económica es dura en el contexto del monocultivo hipermercantil. ¿Se derrumbará el capitalismo estadounidense como un castillo de naipes cuando sea atenuado el Covid-19? Mis amigos de la izquierda estadounidense ven una esperanza; la esperanza que puede provocar un cambio radical, un New Deal para sacar al país de una inmensa depresión. Por supuesto, a mí también me encantaría ver semejante cambio de rumbo a nivel nacional (…)

“No voy a hacer de politólogo y afirmar que el único efecto colateral positivo de la Covid-19 será el fin del presidente Trump. Sobre todo porque es el Rasputín de la política moderna. Dado que ahora existen dos Estados Unidos, que se odian con sinceridad, no sería sorprendente que la base de Trump continuase apoyándolo… aunque eso signifique votar en contra de sus propios intereses (…) Gracias a los defensores de la economía de suministro y a los adoradores de Milton Friedman que han dictado la política fiscal americana durante los últimos cuarenta años, ahora vivimos en una versión high-tech del capitalismo del siglo XIX, alimentada por un poderoso subtexto de darwinismo social. Dentro de algún tiempo, cuando todos seamos polvo, no me sorprendería que los historiadores del futuro escribieran: “Cuando una amenaza viral invisible se extendió por el país a principios de 2020, mostró con despiadada claridad lo moribundo que se había vuelto el tan elogiado sueño americano”, opinó.

Siri Hustvedt, la más reciente Premio Princesa de Asturias de las Letras, sostiene que solo es una justificación miserable afirmar que ningún país podría haber imaginado esto, ni haberse preparado para el virus pandémico. “Es mentira o ignorancia pura y dura. O peor, una mentira conveniente que se aprovecha de la ignorancia de ciudadanos que albergan un menosprecio populista hacia los expertos y que buscan un hombre fuerte o un líder carismático que personifique el poder del que creen haber sido despojados, por las mujeres o los negros, o los inmigrantes, o los judíos, o los musulmanes o algún otro grupo amenazador. Este desprecio está profundamente arraigado en la historia de mi país, pero no se limita a EE.UU., y tampoco puede separarse del creciente ímpetu autoritario que se extiende por el mundo, un ímpetu relacionado con la dominación masculina y la misoginia”, manifestó el 3 de abril en Babelia la firmante de Elegía para un americano y La mujer temblorosa.

Richard Ford, quien rubricó libros como Canadá o El día de la independencia, consideró lo siguiente el 27 de marzo: “Marx afirmaba que el dinero es el gran agente de separación. Y puesto que, para los estadounidenses, el dinero significa más que Dios, se podría decir que hemos moldeado todo un país a base de distanciamientos. Cincuenta pequeños ducados rivales a los que llamamos ‘Estados’, cada uno de ellos celoso de sus prerrogativas y sus rarezas. Una economía fortalecida históricamente mediante la separación de una raza de gente con el fin de esclavizarla para obtener beneficios de ello. Un género entero —no el mío—apartado de sus idénticos derechos. Y un largo etcétera hasta nuestra actual xenofobia al comercio y… sí… a la enfermedad infecciosa. Los estadounidenses entendemos de separación. La tomamos a la hora de comer. Solo que la llamamos nuestro excepcionalismo. “Yo cuidaré de mí; tú cuida de ti”. Esto es lo que algunos piensan que hará a Estados Unidos grande otra vez. Tampoco este es mi caso (…) Llevo bastante tiempo pensando que nuestro país se ha vuelto prácticamente ingobernable. Y no solo desde la llegada de Trump, quien, entre sus múltiples felonías, nos hace pensar a mí y a la mayoría de los que no somos unos lunáticos que el país, como mínimo, está gobernado por las personas equivocadas, y tal vez se esté acercando cada vez más a la anarquía, que es, supongo, la separación por antonomasia. La verdad es que hace tiempo que lo pienso; décadas. Y estoy seguro de que otros también lo han pensado. Es cierto que nuestros antepasados fundadores querían que nuestra democracia fuese sólida y precaria al mismo tiempo. E pluribusunum [“De muchos, uno”, el lema nacional], etcétera. A lo mejor, a los estadounidenses no se les puede decir nunca lo que tienen que hacer y esperar que lo hagan”.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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