Érase una vez en México: bodrio de Robert Rodríguez

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Por mucho que algunos remachen lo contrario, nunca he creído que Robert Rodríguez sea un verdadero auteur. Quizá hubo indicios de ello en los tiempos germinales de su cine, los años de El mariachi (1991), Del crepúsculo al amanecer (1995) e incluso La Facultad (1999). Películas hechas con escasos dólares, pero con enorme fruición creativa, en las cuales si algo quedaba demostrado además de las condiciones como narrador de Rodríguez, era su increíble capacidad para -a partir de su obvia cultura cinéfila-, articular en el discurso ordalías integradoras de cruces genéricos, de movimientos, textos y nombres claves o no de este arte: un no por alborozado, menos fundido pastiche gigante que, falencias aparte, funcionaba sobre todo a causa del aire de independencia circundante. Como aquel cine de reducido presupuesto -más por su pinta de serie B y las funciones todoterreno del realizador: director, guionista, fotógrafo, editor…, que por otra cosa- surtió efecto en taquillas, la industria absorbió al hombre y, ya a lo grande, dentro del gran Hollywood, parió la insufrible trilogía Spy Kids y este bodrio llamado Érase una vez en México (Once Upon a Time in Mexico, 2003). Filme con el cual cierra la trilogía del personaje del mariachi, iniciada a través de la película homóloga del ’91, luego continuada mediante Desperado (1996).

Sobre la tercera entrega diría Rodríguez: “Es una película muy extraña, como despertarse después de haber tomado demasiado tequila, y preguntarse ¿Dónde rayos estoy?”. Nadie lo hubiera podido decir mejor que el padre de este engendro supuestamente interesado en rendir homenaje al spaghetti western ya desde su sergioleoneano título, aunque en verdad tan solo el vehículo de turno para remarcar el concepto del espectáculo por el espectáculo y la violencia gratuita que definen la última franja de la obra del realizador. Si bien lo hiperbólico, lo inverosímil son llaves decodificadoras para comprender su obra, ya Rodríguez envanecido por elogios y taquilla rebasa los límites, descarriándose tanto que confunde al cine con un campo de tiro. Esta es la película argumentalmente más deplorable de su filmografía, la más inorgánicamente planteada en su estructura diegética: todo un desastre. No tiene caso hablar mucho de la trama, mas se resume en lo siguiente: el mariachi (Antonio Banderas, again) y un agente FBI (Rubén Blades) intentan quebrar el plan de un agente CIA (que interpreta Johnny Deep en plan de relajo, para alivio) encaminado a que un general y un narcotraficante (Willem Dafoe) den golpe de estado al presidente de este México surrealista, para una vez cumplida la obra, despachárselos él. En tal rollo el de la guitarra junto a la tropa completa del filme, amparados por las cámaras de vídeo digital de alta resolución empleadas por Rodríguez que literalmente permiten hacer de todo, acaban con Troya sin caballo de madera. Unos cuantos guiños de Robert -que en definitiva los hacen ya y sin tanto alarde casi todos los cineastas en el intertextual discurso posmoderno-, demostrativos de cuánto cine ha visto, no justifican esta masacre de dos horas al espectador. Los críticos americanos solían decir cuando les agradaba alguna película: “Dos pulgares hacia arriba”. Aquí hay que soltar lo contrario: Dos pulgares hacia abajo. A los leones.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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