¿Enemigos de las colas o amantes del desorden?

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“¿Aquí se hace cola?”. Con marcada timidez la pregunta salió de los labios de aquella señora, una holguinera de paso por Cienfuegos. La vacilación coloreó el instante de la respuesta, pues para la interpelada resultaba imposible pronunciar la negativa sin cierto hálito de vergüenza: “No, por desgracia, los cienfuegueros hemos perdido la costumbre de hacer cola para abordar las guaguas locales”.

“Ya me lo habían advertido. Hace unos días, en la parada de la ruta No. 1, hice la pregunta y mi prima me dijo, ‘no, hija, no, aquí esto es sálvese quien pueda’”, comentó la visitante.

Del otro lado de la charla, un leve suspiro, como de resignación: “Así es, no importa en qué momento llegues a la parada. Los primeros suelen ser postreros a la hora de montar. Siempre hay quien prefiere los empujones, el atropello. El desenfreno nace, quizá, del apremio por trasladarse, del temor a no caber en el ómnibus. Aunque a veces se me ocurre que es adicción al maltrato. Alguien debería dar el primer paso, poner orden, digo yo. Es simple, solo llegar y decir: ‘por favor, estamos haciendo la cola, respetémosla’…, ganaríamos todos”.

La conversación transcurre en una parada de ómnibus en la capital provincial, establecida para una única ruta que no viene al caso mencionar, pues del mal al que alude el diálogo padece toda la ciudad. Alinearse por orden de llegada, como dictarían las más elementales normas de conducta y convivencia social, parecen aquí asunto de otro planeta, o indeseables recuerdos de un pretérito condenado al olvido.

Y, como resultado, la violencia. No puede llamarse de otra manera al acto casi bárbaro que se produce cuando, llegado el ómnibus, la multitud se apresura a abordarlo al unísono, cada uno dando y recibiendo cual fiera empecinada, aplicando la ley del más fuerte, del más astuto, del más ágil, sobre todo cuando el vehículo ha tardado en aparecer más tiempo del debido, o es horario pico.

Nadie quiere quedarse para el siguiente, porque el siguiente puede no venir, o demorarse horas y la urgencia de llegar puntual al trabajo, al centro de estudio, al turno médico, sacan de los pasajeros lo peor, y la solidaridad, la gentileza, la educación no pasan de ser meras abstracciones que en momentos tales resulta fácil soslayar.

Pero esa enemistad con las colas (¿o amor al desorden?) son expresiones de otro mal mayor, uno que cada día gana más terreno: la falta de civismo, ausencia que se alimenta de la insuficiente educación formal y abreva en las corrientes de las limitaciones económicas, sin que tales razones, aunque comprensibles, resulten suficientes para justificarla.

“Si nos vemos obligados a pasar entre personas detenidas, pediremos permiso. La solicitud para pasar no nos autoriza a empujar a los demás. La delicadeza no estará solo en las palabras, sino también en nuestra conducta. Al subir al ómnibus debemos hacerlo en forma ordenada. No disputaremos la entrada, cediéndole el paso a ancianos y mujeres”, establecen las Normas de comportamiento en la calle y el transporte público contenidas en el curso Educación Ciudadana del portal Cubaeduca.

Sin embargo, abundan las manifestaciones de esa suerte de extravío de las reglas de convivencia que solemos llamar indisciplina social, las cuales, por cotidianas, llegamos a legitimar: vecinos que sacan sus mascotas a hacer necesidades en los espacios públicos, personas que orinan en cualquier rincón a falta de baños, microvertederos, maltrato al mobiliario en establecimientos comerciales, robo de insumos en restaurantes y cafeterías, junto a varias otras.

Nos hemos acostumbrado, sí, a ese desenfreno, mas no podemos tolerarlo, tomarlo como natural, sino asumir una actitud crítica y con ello pasar a la acción, es decir a conducirnos como verdaderos ciudadanos. Tal como expresara el destacado psicólogo Manuel Calviño: “el exceso de mal comportamiento ciudadano puede producir pérdidas de los patrones y referentes de la cultura ciudadana y eso es pérdida de la riqueza espiritual”.

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Yudith Madrazo Sosa

Periodista y traductora, amante de las letras y soñadora empedernida.

2 Comentarios en “¿Enemigos de las colas o amantes del desorden?

  • el 8 junio, 2018 a las 4:34 pm
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    Concuerdo, siempre he pensado eso. Quizás deberçia existir un trabajador con esa función. Gracias, Dr. Daniel por el comentario.

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  • el 8 junio, 2018 a las 4:22 pm
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    Y eso que no han visto la parada de la ruta 207; por la mañana de caunao a cienfuegos y en al tarde en sentido contrario. recuerdo que en el parque de la fraternidad, donde se cogen las mayorías de las rutas, existe un trabajador del estado que se encarga de controlar el orden. tal vez sea una buena estrategia.

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