En el preludio de la invasión: Patria, escrita con sangre

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“Ya nadie habrá que pueda
parar su corazón unido y repartido”.
Nicolás Guillén. “La Sangre Numerosa”

Protegía el aeropuerto del antiguo campamento de Columbia, rebautizado como Ciudad Libertad en Ciudad de La Habana. Había sido entrenado como artillero para maniobrar las llamadas “4 bocas”.

Aquella madrugada del 15 de abril había sido el joven de 25 años el primero en ver venir a los aviones enemigos B-26. El reloj marcaba las 5 y 30 de la mañana.

El sol comienza a dejar ver mejor las naves cuando Eduardo García Delgado pregunta una vez a su compañero, Carlos Laplace Martínez: “¿Estás bien?”.

Faltaban 8 minutos para las seis de la mañana cuando el joven se lanzó en busca de su “metralleta” al cuarto contiguo. Un B- 26 pasó rasante y sin darle tiempo para protegerse, sus 8 ametralladoras dejan una huella continua en su costado derecho.

Afuera, frente  al edificio de las Fuerzas Aéreas Revolucionarias, todo esta revuelto y cada combatiente busca su posición ante el ataque sorpresa, hacen alejar a las máquinas asesinas.

Ahora Laplace ha llegado al lado del muchacho. La sangre ya corría por el pasillo cuando arremetieron otra vez las ráfagas.

Eduardo ha intentado levantarse y ahorra se arrastra hasta la puerta.

UN CIENFUEGUERO EN LA HABANA

Una casita humilde los vio nacer, el 13 de octubre de 1935, muy cerca de la Base Naval de Cayo Loco, en Cienfuegos. Era una familia numerosa: Ángel García y María Delgado, sus padres, y sus ocho hermanos: siete varones y dos hembras.

Después de la victoria de la Revolución en enero de 1959 fue uno de los primeros jóvenes en incorporarse a las Milicias Nacionales Revolucionarias.

El niño alegre y vivaracho, estudió y se graduó en el Instituto de Segunda Enseñanza, donde su locuacidad e interés por comentar todo lo que leía, le ganó el apodo de “El Profe”. Luego se trasladó a La Habana.

Participó en la venta de bonos destinados a recaudar fondos para los rebeldes,  y a partir de enero de 1959,  volcó todo su entusiasmo en las tareas revolucionarias.

Fue entonces que partió a formarse a la escuela de artilleros de Ciudad Libertad. Allí además de Instructor Político, era uno de los maestros del curso de alfabetización.

EL ATAQUE

Al alba del día 15 de abril, ocho aviones B-26, parten de Centroamérica, y violando las normas internacionales al utilizar insignias de la Fuerza Aérea Revolucionaria, se dirigen hacia distintos puntos.

Uno hacia Miami, donde, le esperaba el show periodístico para engañar a la opinión pública, haciendo creer que es una sublevación producida en Cuba; los restantes hacia tres aeropuertos de la isla: Ciudad Libertad, San Antonio de los Baños y c. Su objetivo: bombardear la aviación en tierra y bloquear las defensas ante una agresión mayor.

Los jóvenes artilleros repelen la agresión. Echan mano a todas las armas.

Ante este heroico fuego, algunos pilotos mercenarios arrojan su carga sobre la población civil alrededor del aeropuerto de Ciudad Libertad, en el reparto Marianao, de la capital cubana.

Ante la respuesta, los agresores se retiran. Dejan atrás una estela de siete mártires y 53 heridos, entre ellos niños, mujeres y trabajadores. Era el preámbulo de la invasión por Playa Girón.

UN MENSAJE ETERNIZADO CON SANGRE

Apenas seis minutos y serían las seis de la mañana. Eduardo ya ha llegado a la puerta y apura su mano. Ya no tiene fuerzas para preguntar por su compañero.

Antes de “partir” quisiera dejar un mensaje…pero sólo tiene su sangre. Con ella estampará las ideas por las que siente, vale la pena morir.

El B-26 dispara con más saña. La explosión arrasa con todo lo que queda en la habitación, incluso el cuerpo del cienfueguero Eduardo García Delgado.

Pero no lejos de sus restos, puede leerse entre tanto rojo, el rojo joven de su sangre  en el mensaje que alcanzó a escribir para su Patria: cinco letras, F-I-D-E-L.

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