Emociones desbordadas con la Ley de Reforma Urbana

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 40 segundos

Aquel titular que encabezaba la primera página del diario Revolución fechado el 14 de octubre de 1960 anunciaba algo que causó enorme alegría al pueblo de Cuba. Decía: “Aprobada la Ley de Reforma Urbana”. La nota daba cuenta de la decisión del Consejo de Ministros, que había refrendado la referida Ley, así como la de los solares y fincas de recreo.

A la cabeza de triunfante proceso, Fidel Castro continuaba cumpliendo con la palabra empeñada en su alegato de defensa ante el tribunal que lo juzgó por los hechos del asalto al cuartel Moncada, documento que la historia recogió bajo el título de La Historia me Absolverá y en el cual el líder revolucionario había enumerado los seis más acuciantes problemas a resolver en Cuba: el de la tierra, el de la industrialización, el de la vivienda…

Ya el año anterior, en el propio 1959 del triunfo sobre la sangrienta dictadura de Fulgencio Batista, había ocurrido una euforia similar entre el campesinado luego que el Gobierno Revolucionario promulgara la Ley de Reforma Agraria que entregó la tierra a quienes la trabajaban.

Ahora su semejante, la Ley de Reforma Urbana, otorgaba la propiedad de las viviendas a aquellas familias que las vivían y que durante años pagaron alquileres altos que les arrebataba grandes porcentajes de sus bajos salarios.

Pero lo principal de este mandato revolucionario era que prohibía el desahucio urbano, como mismo el decreto agrario proscribía el desalojo campesino. Aquel fantasma terrible desapareció de las pesadillas de los pobres. Los jóvenes hoy no pueden comprender lo que era aquello.

La frialdad del diccionario describe desahucio como “el acto de despedir el casero al inquilino que no le ha pagado el alquiler de la vivienda”. Otra acepción dice: “sacar de un lugar a una persona o cosa, o ambas”. Estas descripciones pueden dar una noción del asunto, pero no alcanzan para describir la tragedia que tal acto suponía. Había que haber vivido aquello.

No había peor inquietud en el seno familiar que cuando no se había podido pagar el alquiler mensual de la vivienda. En ese caso, cada vez que tocaban a la puerta de la calle venía a la mente la figura del Alguacil del Juzgado Municipal, que papeles en mano llegaba a que se le firmara la notificación del desahucio o desalojo de la vivienda por atrasos en su pago.

Quienes desde la condición de gente humilde vivieron en aquella sociedad capitalista, sociedad de lobos, conocen esa sensación de infelicidad y desamparo. Sólo quien no lo vivió, por posesión de fortuna o edad, no lo entiende. Eso lo sabemos quienes sufrimos tal amarga experiencia.

El desahucio en la ciudad era semejante al desalojo campesino que hemos visto en películas y documentales de la Cuba de antes de 1959, o incluso actuales de Latinoamérica. La diferencia estaba en que en las zonas urbanas, junto al juez venía la policía, y en el campo al juez lo acompañaba la Guardia Rural, pero en ambos lugares empujaban a los vecinos fuera de la casa, e iban situando en la acera todos los muebles y pertenencias. Las autoridades represivas actuaban con una celeridad que no se sabía si era por diligencia pagada o para que el infeliz no tuviera tiempo de reaccionar frente a esa situación. Los vecinos inmediatos contemplaban la escena aterrados ante la desgracia que sabían podía tocarle a ellos después. Era el destino común de todos los pobres en una sociedad donde el trabajo era escaso y peor pagado.

La situación del desalojado era incierta. Por obligación, a la familia no le quedaba otra disyuntiva que disgregarse. Unos a casa de algún pariente generoso, otros con un amigo o vecino solidario que le daba albergue durante una corta temporada, porque tampoco poseía mucho. Todo era incierto, temporal, penoso, terrible.

Mientras, el casateniente se mostraba indiferente, insensible ante lo que no fuera aumentar su capital, generalmente a costa del sudor ajeno. A estos, como a los terratenientes, no le faltaba nada, excepto generosidad, un don incompatible con su negocio.

Por eso esta Ley de Reforma Urbana que hoy recordamos, que completaba una anterior ordenando la rebaja de los alquileres en un 50 por ciento, emocionó tanto a los desposeídos, así como conmocionó a los ricos propietarios de casas o de tierras.

Pero hemos de meditar sobre aquellas diferencias de sociedades, y reflexionar sobre los planes imperiales que sueñan con recuperar esas propiedades en esta Isla, y en esta ciudad. Aquí, por ejemplo, se han construido numerosos conjuntos de bloques de viviendas, pero existen personas en el exterior que ilusamente, y por simple transitividad matemática, alegan que como están edificadas sobre terrenos propiedad de sus ancestros, podrán apropiarse de las viviendas.

Así, como si no fuésemos a defendernos para que jamás vuelva aquel pasado que contiene tantos fantasmas que no conocen las nuevas generaciones. Ni los conocerán.

Visitas: 127

Andrés García Suárez

Periodista, historiador e investigador cienfueguero. Fue fundador de 5 de Septiembre, donde se desempeñó como subdirector hasta su jubilación.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *