Emilio y su obra, de cara al mar

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Usted podrá estar de acuerdo conmigo en que nuestro país es una isla llena de contradicciones; unas más visibles que otras como es lógico, pero que están latentes en los ámbitos más insospechados. Así ocurre con la literatura cubana si nos sumergimos un poco en la historia; que parece obviar en buena medida su carácter isleño.

“La cultura caribeña, al menos el aspecto de ella que más la diferencia no es terrestre sino acuático; una cultura sinuosa donde el tiempo se despliega irregularmente y se resiste a ser capturado por el ciclo del reloj o del calendario. El Caribe es el reino natural e impredecible de las corrientes marinas, de las ondas, de los pliegues y repliegues, de la fluidez…”. Así lo expresa el ensayista cubano Antonio Benítez Rojo en uno de sus trabajos más conocidos; La isla que se repite: el Caribe y la perspectiva posmoderna, en el que destaca sobre todo, la indiscutible relación que existe entre las ínsulas y el mar que las rodea. Pero ¿qué pretendo demostrar con dicho fragmento?

En esencia, señalar la escasez de una vertiente marina en la literatura cubana, despreocupada en reflejar la vida de los hombres de mar o en inventariar las palabras, refranes, conductas y hábitos relacionados con los pescadores y sus particularidades. Son temáticas que han interesado muy poco a los escritores de nuestro país. Exceptuando a Lino Novás Calvo, Enrique Serpa, Sergio Corrieri y José Luis Moreno del Toro en la poesía, y desde luego Ernest Hemingway con El viejo y el mar, Cuba apenas presenta antecedentes que aborden la vida marítima directamente.

Emilio Comas Paret (Caibarién, 1942) poeta y narrador villaclareño, es otro de los autores que constituyen la excepción de la regla. Con su primera colección de cuentos Bajo el Cuartel de proa (1978), pero más aún su novela La agonía del pez volador (1994), editada por Letras Cubanas en el 2008, afianza el hecho paradójico de que, a pesar de ser la mayor isla del mar Caribe, Cuba ha vivido a lo largo de los siglos, vuelta de espaldas al mar.

La novela del caibarienense no intenta nada nuevo en cuanto a planteamientos formales; lo verdaderamente rico en ella son sus personajes y la enorme credibilidad que adquieren a lo largo de la narración. El rol protagónico es fundamental: no tiene nombre, habla todo el tiempo en primera persona (está muy presente lo autobiográfico), detalla su vida como si estuviésemos frente a una entrevista (por momentos a modo de retrospectiva). Esta característica le otorga al texto un toque muy singular: cualquier pescador de la isla se puede identificar con el protagonista, teniendo en cuenta sobre todo las experiencias y el lenguaje usado para formularlas.

El vocabulario empleado pertenece al argot marinero mayoritariamente (marinerismos, vulgarismos y fraseologismos propios del habla de la zona central de Cuba). Así pues, el narrador es cómplice cuando se “levan las anclas”, cuando se “trasega”, “esponjea”, cuando se “orcea”, verbos ligados necesariamente a la naturaleza de las chalupas, botes y buques de gran calado que navegan constantemente durante cada capítulo.

Caibarién, el pueblo natal del autor, está configurado a través de los disímiles personajes que lo componen y sus lugares más comunes: entre todos, las conocidas cuarterías.

“Allí se daban cada broncas que le roncaba, pero las más simpáticas eran las de la Bella Cuica y el Tiburón, que acababan en el medio de la calle dándose trompadas como si fueran dos hombres”. Este es otro elemento clave para destacar: el Caribe como zona de enorme riqueza étnica y lingüística. Por sus páginas desfilan también proxenetas, homosexuales, negros, gallegos, indios, chinos y japoneses.

Comas Paret nos cambia la visión de Cuba como única isla: no, somos mucho más; somos miles de cayos, islotes, cayuelos, ensenadas, un archipiélago que se expande sobre las aguas. Esta idea nos remite nuevamente a Benítez Rojo cuando intenta explicar mediante “la teoría del caos” la complejidad y singularidad de la literatura caribeña; ofrecido particularmente por la dispersión geográfica desordenada de las islas, donde interviene un lenguaje lleno de imágenes y expresiones nuevas, provocativas, coloridas, que proyectan al Caribe como un ajiaco multidimensional.

En La agonía… también está lo ideológico-social: la identidad del cubano frente a otros habitantes de variadas latitudes; su jovialidad, el carácter hablador y el choteo constante. La oralidad desempeña un papel muy significativo en el texto, expresado mediante el lenguaje coloquial y el refranero.

El protagonista a menudo cita refranes, dichos y axiomas de la vida cotidiana que escuchó alguna a través de su abuela, el padre, y los expone frente a determinadas situaciones: “Cuando se navega, uno no puede confiar en la suerte, aquí funciona mucho eso de: ‘cuídate, que Dios te cuidará'”, en constante intercambio con el clima tropical: “El calor del día y el agua salada eran insoportables, incompatibles; y era mejor no bañarse, porque a fin de cuentas como decía Raulito el Loco: ‘la cáscara guarda el palo'”.

Es imperdonable no hacer alusión a los mitos, ligados también al carácter oral de los pescadores. Este es un oficio que muchas veces requiere de largas jornadas de trabajo en las que predomina la soledad. Lo cual exacerba en buena medida la imaginación de estos “héroes” del agua salada, relatándonos historias de peces con enormes proporciones y relatos de seres maravillosos que iluminan el mar en las noches más oscuras; “Y también he visto la mariposa de la Media Esponja. Esa sí la han visto otros. Sale del mar y vuela, tiene colores y pintas como las de la tierra. Otra cosa que vi también es el caballo marino. Eso fue esponjeando cerca de Los Ensenachos frente al farallón de La Guasa… Así soy, de esos que se clavan las cosas en la cabeza o a veces en el corazón, no sé, el caso es que entonces las cosas esas ya son mías”.

Resolución muy personal es entonces, presentar esta novela dentro de la narrativa nuestra más identitaria y consecuentemente, en el corpus de la macroliteratura del Caribe insular.

En definitiva, ahora más allá del aspecto literario, el mar siempre ha estado ahí para nosotros, tan cercano y lejano a la vez; sin embargo, encuentra la paz en esos pescadores del día a día como si fuera una madre proveedora.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

2 Comentarios en “Emilio y su obra, de cara al mar

  • el 7 junio, 2019 a las 4:23 pm
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    Me gustó mucho el artículo. En septiembre pasado pude conversar con Emilio Comas en Caibarién y les aseguro que aún le brillan los ojos cuando habla de este libro. En Radio Ciudad del Mar fue publicada la entrevista como parte de la serie De la mar, hablemos hoy. Vivamos de frente al mar, nunca de espaldas.

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    • el 17 junio, 2019 a las 3:35 pm
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      Cuanto me alegra. Yo soy fiel lector de las novelas “montadas” en chalupas y que se lanzan al mar como chinchorros. La vida de Emilio Comas ha sido, sin dudas , impetuosa en este ámbito y resulta admirable.

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