Elogio de la familia nuclear

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Todos somos iguales ante los ojos de Dios. También ante los de la ley y de la biología. Cada quien debería tener derecho a formar o pensar el tipo de alianza o proyección vital que desee o le permitan las circunstancias, esas que alumbran o aniquilan sueños. La felicidad, en la corta vida humana, constituye, siempre, un objetivo el cual, ojalá, todos alcancemos. Coartarla supone un crimen que nadie debería abrogarse, aunque tantos lo hagan.

Cada persona tiene la decisión personal e incuestionable de adoptar el modelo de vida o de familia que prefiera, de acuerdo con su identidad sexual, criterios, perspectivas o simple deseo. Deberían poseer las mismas expresiones de realización, según lo entiendan, dos homosexuales que un célibe, una pareja heterosexual sin interés  de tener descendencia que un transexual. Y a todos respetárseles.

Es algo por lo que aboga el recién aprobado Código de las Familias, para redondear, en dicha intención, la premisa suprema de igualdad que lo ampara.

Y esa igualdad, también por supuesto, pasa por no censurar modelos de vida establecidos, ni despotricar contra un edificio esencial de la humanidad como la familia nuclear.

El modelo de familia tradicional no desaparecerá del planeta, ni la familia nuclear es conservadora o arcaica, como a nivel internacional expresan algunos. No, tal visión, a mi modo de apreciar y entender el mundo, es errónea. No se suma restando, ni se incorporan colores borrando otros.

Tíldenme de conservador quienes así lo consideren, pero, si bien actúo bajo el entendido de respetar a todas las configuraciones posibles, no creo que la familia nuclear (la formada por la madre, el padre y los hijos) es o sería obsoleta.

No puede serlo una estructura que definió y continúa definiendo la sociedad, en Latinoamérica y nuestro país; pero también en el planeta completo, en naciones tan distantes, de culturas tan diferentes, como Noruega o Taiwán, o en cualquier país del orbe.

Mis abuelos crecieron en una familia nuclear, también mis padres. Mi hermano y yo crecimos en una familia nuclear, e igual los hijos suyos y los míos. Mi anhelo es que mis nietos también lo hagan.

Ser feliz no viene determinado por vivir en el seno de esta; o por ser criado por un abuelo, una tía, dos homosexuales o una pareja infértil que te adoptó. Vivir en el seno de esta tampoco determina ser mejor o peor persona. De igual forma, los accidentes vitales, dolores, irrealizaciones, traumas, enfermedades no guardan relación con un entorno específico; pero, aun así, qué bello e inigualable es crecer junto a nuestros padres, escucharlos transmitiéndonos enseñanzas, verlos envejecer juntos, comer en su mesa, aprender de sus vicisitudes para hacernos hombres y mujeres.

Hay muchas vidas posibles, pero esa es la vida que viví, la que vivo y, de repetir la estancia en la Tierra, desearía repetir, solo subsanando los errores cometidos en esta, de los cuales me arrepiento.

Tanto Marx como la mayoría de los sistemas filosóficos y la Iglesia, el capitalismo como el socialismo, entendieron la importancia incomparable de esa célula básica que es la familia. A estas alturas de la humanidad, “de todas las realidades familiares” es como debería decirse. Y es correcto que así sea, debido a las mutaciones sociales experimentadas en el mundo y por supuesto en Cuba.

Ya en fecha tan lejana como el siglo XIX, el antropólogo norteamericano Lewis Morgan resultaría pionero en destacar la influencia de la sociedad sobre la forma y la estructura de la familia. Sostuvo que la familia no es nunca estacionaria, sino que pasa de una forma inferior a una forma superior a medida que la sociedad se desarrolla como consecuencia de los avances de la técnica y la economía. Muchos criterios enarbolados hoy día en realidad se formularon antes a través del tiempo.

Pero, por arriba de teorías y cambios, el modelo histórico tradicional sobrevivirá. Lo ha hecho a guerras, desastres ecológicos, epidemias, transformaciones sociales y tecnológicas, nuevas cosmovisiones gnoseológicas…

No se trata de un cuento rosa para jovencitas casamenteras. Es el decurso mismo de la especie. Está en nuestros genes e instinto.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

Un Comentario en “Elogio de la familia nuclear

  • el 18 diciembre, 2022 a las 6:57 pm
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    Habla usted muy Bonito y todo lo qe dice tiene razon.
    Gracias

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