El último hombre: curioso western gangsteril

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 1 minutos, 41 segundos

Si en 1970 Robert Altman nos entregaba un oeste ¡invernal¡, y en 1992 Clint Eastwood remodelaba el esquema ético-iconográfico-etáreo del género, cuatro años más tarde Walter Hill, maestro del western urbano, fabricaría el que debe ser el primer oeste gangsteril de la historia del cine: El último hombre (Last Man Standing).

La película de Hill, coescrita por sí mismo, como suele hacer, e inspirada en una idea de dos japoneses, y uno de ellos el señor Akira Kurosawa hay una clara referencia aquí a Yojimbo–, fusiona el cine de capos con el del oeste, bajo parámetros narrativos que curiosamente responden a ambos géneros, sin roces abruptos entre ellos.
Smith (Bruce Willis) llega a Jericó, un pueblucho a la boca de la frontera mexicana controlado por dos grupos de mafiosos que se disputan el control del licor en tiempos de la Ley Seca. Smith es un pistolero a sueldo que, una vez ganado un espacio y la categoría de duro luego de despacharse al mejor tirador de uno de los bandos, empieza a trabajar indistintamente para unos y otros, siempre en busca de dinero. La ética no es su fuerte, pero sí conoceremos su único lado débil. El sheriff del pueblo se lo anticipará: Te perderán las faldas”. Mata a ocho pistoleros de uno de los jefes y libera a la muchacha prácticamente encarcelada por el viejo hampón. Lo atrapan, mas logra salir del encierro, y comienza la hora de la carnicería.
Jericó es un típico pueblo del oeste donde solo el fotingo indica el paso al siglo XX. Están en pie todos sus símbolos: el bar, el burdel, el fabricante de cajas de muertos, el sheriff… y, obvio, dos bandas en conflicto.

La introducción del personaje de Smith, con su curiosa “moral” de un solo principio sin principios: hacer dinero a su forma y sin amos, no importa el costo, representa el puente levadizo que sirve para traspolar el concepto del héroe en el cine de mafia al contexto del western y lograr con ello esta ocurrente desconflautación genérica.

Smith es un pistolero, pero no del viejo oeste, responde al esquema de esos good fellas citadinos sin autorreproches ético– morales ni problemas de conciencia, enemigos públicos número uno crecidos en un escenario epocal que descarta la posibilidad del viejo héroe del western, perfilado de modo general con tintes positivos.

Hill, no sé si a modo de atenuar su dureza, o hacerle un guiño a aquellos personajes de a caballo, le inyecta a Smith esa nobleza para con el sexo opuesto. Y recuerda que aunque el tema sea la mafia, el contexto está en predios del O.K. Corral, cuando –si bien de un modo paródico–, Smith llega al bar y pide hablar telefónicamente con su madre. En su día, algunos buenos pedían un vaso de leche para que el whisky no le atrofiara tempranamente el pulso que debían adquirir para materializar la omnipresente venganza. Venganza, figura clásica del western, de la cual no hay mención en esta historia de hampones de poca monta en el culo del mundo.

Visitas: 183

Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *