El tornado en La Habana y unas zapatillas de solidaridad

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Era el 27 de enero de 2019, recién comenzaba un año, ese en el que siempre pensamos con positividad en prosperidad económica y mejor salud. La noche de un aburrido domingo me mantenía en Internet, con la pantalla dividida en dos, Twitter y Facebook, a la espera del policíaco de la semana; cuando comencé a recibir impactos sobre un tornado en La Habana, noticia que más tarde resultó certeza confirmada.

Mi hijo, un joven de 22 años, en apariencias no se inmutó ante mis comentarios en alta voz, y sin darle mayor importancia se quedó en su cuarto. Ahí comenzó un intercambio de twitts con colegas, los post en Facebook, primeras impresiones y las llamadas a familiares y amigos en la capital para interesarme por su integridad física.

Las imágenes nos devolvían humildes lugares habaneros: Regla, Guanabacoa, 10 de Octubre… convertidos en zonas de desastre. La madrugada sorprendió a muchos de mi comunidad de twitteros intercambiando en las redes, quienes no salíamos del asombro. Y en la mañana, la confirmación, los testimonios, las historias, todas relativas a la pérdida. Se había mantenido el tornado sobre tierra 26 minutos, se desplazó hacia el noroeste, para luego salir al mar.

Lo que se desató luego, la ayuda y solidaridad que ese tornado trajo hasta las vidas de casi todos los cubanos es historia contada pero nunca olvidada. Sin embargo yo estaba preocupada por mi hijo, quién apenas comentaba sobre el asunto. Dos días después comenzamos a recoger una pequeña y simbólica donación en la Redacción del “5”.

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Miguel Ángel Castiñeiras y Fidel Alejandro Conde, dos entusiastas estudiantes de Periodismo, marchaban a la capital con cámara y grabadora para crecerse como reporteros, y con ellos, iría nuestra pequeña muestra de solidaridad. Andaba por casa recolectando piezas, cuando de pronto mi hijo trajo hasta una caja sus más valiosas y queridas zapatillas. – Pero hijo, ¿te vas a deshacer de ellas? ¿No son las que más te gustan? – Ellos las necesitan más, mami, yo tengo otras. Y entonces olvidé mi preocupación de aquella noche, cuando se quedó tranquilo en su cama, porque el tornado lo había calado, y el gesto hablaba por sí solo.

Quién las recibió no solo obtuvo unas zapatillas vistosas y de marca, casi nuevas, con ellas se fue un gran gesto, de pocas palabras pero inmenso. Así, de pequeñas historias se llenan los momentos difíciles de los cubanos, de desprendimiento, porque no hay dicha mayor que compartir lo que se tiene. Hoy en la mañana, cuando los informativos recordaban la fecha tristemente célebre, comentó, mami, ¿quién recibiría mis zapatilla?

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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