El suplicio de la habichuela

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– ¿A cómo la habichuela?, preguntó la muchacha, una tarde cualquiera de domingo.

– A cinco pesos el mazo, responde el jovencito desde el carretón.

– ¿Ese macito a cinco pesos?, inquirió de nuevo, mientras calculaba el grosor de aquel “producto”, a su juicio insuficiente. No sucumbió, aunque sabía que la decisión perjudicaba más a su familia, el vendedor encontraría otras víctimas en su camino.

Su cara era un poema fácil de interpretar, de ahí la justificación de su verdugo:

-Imagínate, yo la compro a tres, tengo que ganarme mis pesitos.

Pero no llegó el consuelo, y ella se marchó, decepcionada, a su casa. “Esto es tan criminal como el bloqueo, pensó; porque de los americanos uno se lo espera, pero de tu propia gente, con tus mismas necesidades, inquietudes, problemas, es difícil de aceptar”.

Comprar cada semana los frutos de la tierra para el consumo del hogar, se ha convertido en tarea de titanes. Los precios del agro ya hace mucho portan “numeritos” exorbitantes y uno se acostumbra, o más bien, se resigna, se rej…; a la larga, no hay nada que puedas hacer, salvo esperar. Esperar ese momento del año cuando la libra de tomates baja de los quince pesos, o una rebajita de los frijoles, o un alma caritativa con precios más asequibles, o la feria mensual de la Calzada.

Una práctica cada vez menos efectiva, esa de esperar, porque la tendencia al aumento, desola cualquier esperanza. Para cerrar el cerco, hablo de la figura de los carretilleros, léase carretonero, o cualquier otro vendedor de productos agropecuarios, a ellos no les tiembla la voz, ni sienten vergüenza, cuando pregonan a 25 pesos la libra de tomates. ¡25 pesos! Incomprensible.

Los “carretilleros”, son un gremio recurrente en nuestras páginas y objeto de disímiles críticas a nivel popular, en momentos en que se ha encarecido la vida del cubano en todos los ámbitos; pero los productos de su comercialización satisfacen una necesidad fisiológica del ser humano, de la cual no podemos presindir.

Cuando, por necesidad, debo recurrir a sus servicios, es el momento de estirar el dinero, cual si fuera un chicle: “media librita por aquí, dos ajicitos por acá, cuatro guayabitas”. Al marcharme, llevo la sensación de haber sido estafada, y no precisamente por dudar del manejo de la pesa, cuando la hay.

Incluso, he llegado a achacarle el aumento de las enfermedades cancerígenas a los precios de los carretilleros. Sí, porque todas las guías de buenas prácticas de la medicina recomiendan una dieta sana, alta en vegetales y frutas, pero con estos precios… En contraste, la mayoría de la población se declina por las salchichas, más amables al bolsillo pero tan dañinas a la salud.

Los últimos meses, la población ha agradecido el abastecimiento, un tanto mejor, de nuestras placitas, con el tema de la calidad aún por resolver e inferiores numéricamente en comparación con los cuentapropistas del ramo, pero al menos con opciones. El problema es que ahí donde el Estado deja la brecha, llega el particular de manera aplastante; y cuanto te ahorras por una parte lo pierdes por la otra.

Estas figuras económicas son, como se dice, un mal necesario. Y serán particulares, sí, pero forman parte de nuestra sociedad y cumplen una función dentro de la misma, que no creo sea extorsionar al ciudadano. ¿Dónde están los topes? ¿Quién establece los límites? ¿Permitirán que sigan exprimiendo a este pueblo?

Matthew no pisó la tierra cienfueguera, pero de esta parte del archipiélago hay también damnificados, de otros huracanes, unos que no necesitan de la temporada ciclónica para arrasar con nuestros salarios.

¿Dónde están los topes? ¿Quién establece los límites? ¿Permitirán que sigan exprimiendo a este pueblo?/Foto: Efraín Cedeño
¿Dónde están los topes? ¿Quién establece los límites? ¿Permitirán que sigan exprimiendo a este pueblo?/Foto: Efraín Cedeño

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Rosa M. Díaz Hernández

Lic. Periodismo Graduada de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas 2012

5 Comentarios en “El suplicio de la habichuela

  • el 2 noviembre, 2016 a las 12:57 pm
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    No estoy en Cuba, pero viví en ella. El Cubano se queja de todo; antes por que no habia, ahora por que los precios son muy caros; pero cuántos hay sin trabajar. Visité Cienfuegos el mes pasado y es impresionante la cantidad de personas que en edad laboral deambulan a todas horas por sus calles. Me atrevería a decir que en cada familia hay uno o varios vagos, estos son el problema. El Estado ha dado facilidades para cultivar, poner negocios, pero no, es mas fácil salir a ‘luchar’ el diario. Si a todos estos vagos y las viviendas donde viven les quitaran los subsidios habría para dar más a los que trabajan. Los carretilleros son necesarios, quiten los subsidios a los que no trabajen y tendrán una sociedad productiva.

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    • el 2 noviembre, 2016 a las 1:51 pm
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      Ricardo, primero que todo gracias por su comentario. Coincidimos con usted, aunque no en todas las partes. Que resulta alarmante el número de personas que viven sin trabajar, es cierto. Muchos lo hacen a costa de ese slogan puesto de moda: la ‘lucha diaria’, cuando se sabe que no es otra cosa que eufemismo para encubrir actividades delictivas, de desvío de recursos y un largo etcétera, incluidos los que lo hacen a costa del dinero ganado con el sudor de familiares que viven fuera de Cuba y lo envían a los de acá en forma de remesas. Yo no me aventuraría ni por asomo a dar por hecho de que en cada familia haya uno o varios vagos. Esa no es ni medianamente cercana la visión que muchos tenemos sobre la familia cubana. Respetamos su criterio, pero nos parece demasiado osada su propuesta. En cuanto a la figura del carretillero como ente reconocido dentro de las aprobadas estatalmente para el trabajo por cuenta propia, ha degenerado a una suerte de intermediador que grava los precios, amén de convertirse además, de común acuerdo con proveedores del agro (muchas veces del sector campesino privado) en acaparadores de productos que debían comercializarse en la red de mercados estatales donde rigen precios topados, accesibles al bolsillo del común de los cubanos. En dos palabras, una degeneración cuyo sustrato se origina en la falta de control y supervisión sobre lo que debería tener otro destino. En cuanto a no subsidiar a quienes medran a costa del sudor del pueblo, comparto su opinión, desde mi óptica muy personal. Ello, lo aclaro, NO implica ni con mucho la opinión de nuestro medio. Le reitero el agradecimiento por leernos y tomarse el tiempo para comentar. Saludos y una buena tarde.

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  • el 1 noviembre, 2016 a las 1:31 pm
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    Se parece, se parece a… los llamados “bachaqueros” en Venezuela, y todos sabemos a dónde conduce eso y lo que siempre pregunto: ¿quién controla eso? etc., etc.

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  • el 1 noviembre, 2016 a las 12:13 pm
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    Gracias por su comentario.

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  • el 1 noviembre, 2016 a las 11:57 am
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    Rosa, según estoy leyendo, este personaje que vende las habichuelas es un especulador y se dedica al acaparamiento, que de acuerdo con el Código Penal es sancionado. Pero en este caso, a quien están sancionando es al pueblo que trabaja, mientra hay en la calle grupos de vividores, lo que quiere decir que no hay igualdad, mientras uno trabajan, otros lucran con el sudor de los demás y eso se llama explotacion del hombre por el hombre, que tambián es sancionado. Todos lo ven, pero nadie hace nada, con la gran excepcción de ud., que los está denunciando, pero no hay una respuesta; la justicia aquí duerme.

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