El rotundo alegato de un pueblo entero

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La Generación del Centenario fue protagonista, aquel 26 de julio de 1953, en los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, de la acción que abriría una nueva etapa de combate de un pueblo entero, contra la oligarquía y el imperialismo en nuestra región.

Manaba así una nueva dirección revolucionaria a través de una renovada juventud, heredera de las mejores tradiciones y comprometida en buscar una solución definitiva a los graves problemas del país y su dependencia de los Estados Unidos.

Si bien el asalto representó un duro revés y no cumplió el objetivo de desarrollar una cresta revolucionaria inmediata, en poco tiempo devino en triunfo estratégico, que propició un cambio de calidad en la convulsa situación de la sociedad cubana.

El revés que se había sufrido en el campo militar, no podía detener la marcha de la Revolución, que solicitaba también de la propaganda revolucionaria y de la preparación ideológica.

Por eso, fue necesario el rescate y divulgación del histórico y conocido alegato de La Historia me absolverá, para consolidar el significado político del juicio a que había sido sometido el líder indiscutible del Movimiento 26 de Julio, luego de los sucesos: Fidel Castro.

La mayor parte del discurso, Fidel lo dedica a denunciar los crímenes cometidos, fundamentar la legitimidad histórica del hecho protagonizado y dar a conocer el programa económico-social que intentaban efectuar. No se trataba de un mero cambio de gobierno, sino de una transformación del sistema social vigente.

En  su discurso predomina sobre todo el afán de justicia. Fidel comprendía el significado histórico del juicio, que no podía limitarse a la defensa y absolución de quienes habían participado en los combates, sino que era el espacio y momento adecuados para que el pueblo cubano proclamara el derecho a luchar por la justicia social, debido a las condiciones socioeconómicas en la década del 50, caracterizadas entre otros factores, por un bajo crecimiento per cápita de la economía cubana, el declive del azúcar, una acentuada diferenciación territorial y un incremento de la marginalidad.

Aunque  en el texto no se hace referencia al socialismo, es evidente que la solución de los problemas enunciados, solo podía lograrse a través de cambios estructurales profundos en las relaciones de propiedad.

Aquel programa no sólo trazó el sendero hacia la victoria, sino también la ruta que convertiría en hermanos a todos los revolucionarios cubanos, dando origen a la organización que es hoy la garantía por excelencia de los principios, la moral, la autoridad y la continuidad histórica de la Revolución.

Bajo la consigna fidelista de que “Cuba debía ser baluarte de libertad y no eslabón vergonzoso de despotismo”, Castro se alejaba de la idea edulcorante hacia la propiedad privada. No, aquel no era el programa de los burgueses y los terratenientes, sino el programa del pueblo: de los hombres humildes de la ciudad y el campo, de los trabajadores, de los profesionales y demás sectores patrióticos del país.

Es por eso que hoy, aquel poderoso alegato nos obliga a repensar cada decisión actual en materia económica, pero sobre todo, nos enseñó a valorar los sacrificios y las luchas de grandes generaciones de cubanos. Gracias a él somos los herederos absolutos del ayer, y los custodios de una obra que ha costado tanto esfuerzo y sacrificio colectivo.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

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