El reino y los puñales

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La teleserie Succession (HBO, 2018-actualidad), transmitida por la televisión cubana y cuya cuarta temporada iniciará en los próximos meses, va tanto sobre magnates, medios y poder, como sobre los quiebres en determinados epicentros de la familia contemporánea, visto ello desde el contexto de un núcleo perteneciente a la cúspide económica de la sociedad estadounidense y marcado por las pugnas, rivalidades, celos y envidias filiales. En realidad, una lectura aquí va condicionada a la otra.

El relato telefictivo escrito por Jesse Armstrong es la historia de una fractura escrita en el pentagrama de una sinfonía de la desesperanza. El hogar de los Roy, donde quizá, en algún tiempo remoto, hubo algo parecido al afecto, hoy es un nido de ratas listas para roer el brazo herido del hermano, si de escalar en la línea sucesoria —esto es el inefable y soñado poder—, se tratase.

Los Roy, con el gerifalte Logan a la cabeza, poseen tan tamaño interés por construir imperios y amasar fortunas, que perdieron la brújula de cualquier cosa parecida a la fraternidad o el amor. De hecho, son conceptos nunca manejados en la trama, pues se da por entendido que esta gente obra guiada por otras brújulas, donde las latitudes sentimentales poco importan. Lo único relevante es triunfar, aunque el triunfo a la larga equivalga a subsistir, moral y emocionalmente, en un escenario sin tregua ni cuartel, en el cual cada segundo cuenta para ser clavado por la daga artera de quien menos se espera o a su vez clavarla.

Desunidos en la unidad, ante su sorpresa los Roy constatan la fragmentación a través de la “traición” de Kendall, el hermano mayor, a ojos vistas el único de los cuatro que posee cierta ligadura afectiva con algún otro ser humano que no sea sí mismo. El episodio séptimo de la tercera temporada, el de su cumpleaños, revela su preocupación por el regalo perdido que le hicieron sus hijos; aunque mucho más que ello sirve para mostrar la colosal debilidad de un sujeto en la cima del mundo empresarial, pero lastimero, frágil y marchitable ante cualquier estratagema paterna de anulación emocional.

Lo último —porque ser como el rey Logan, quien trona o destrona, es el único fin de los hermanos pese a que ninguno ame al déspota e insensible padre—, también opera con la hermana, Shiv, quien sufre en extremo la mínima opción de descarte hacia su persona.

Kendall, Shiv, Roman y Connor, los hijos del magnate mediático Logan Roy (Brian Cox en el papel de su vida) son, en realidad, cuatro personas profundamente infelices, sin fe en nada ni nadie como no sea en liderar el emporio multimedia del progenitor, quienes a partir de sus mismos protocolos de comunicación interno aluden al recelo y la propensión fratricida. Los tres primeros, sobre todo ellos, vehiculan su diálogo de vida permanente a un punzón verbal encerado por el vitriolo, el sarcasmo y el intento de sojuzgar al otro a dos armas cruzadas al encéfalo y al corazón.

Por ello, los olores más puros de Succession han de olfatearse en las conversaciones de estos sujetos, entre ellos y también con otras personas. En tales líneas de diálogo, el máximo grado de ironía de cualquiera persona empalidece. Tanto, que semejante sobresaturación de sarcasmo constante llega a un estadio de sobrecarga en determinados episodios, incluso para quienes amamos los tonos lúdicos e irónicos de esta comedia ácida o drama sardónico de HBO, galardonado con primeros premios de la televisión estadounidense.

Si en Juego de tronos las mayores cantidades de sangre  brotaban de bodas y batallas, en la contienda dinástica de Succession la sangre sale a chorros de las propias dinámicas de vida de sus protagonistas. En esta pieza con claros referentes shakespereanos, donde el cinismo y la amoralidad campean en la actitud de los personajes, no triunfará el más recto, sino el más taimado. Razón conducente a un fracaso ineluctable a la postre.

El creador Armstrong confió el elenco de su serie a actores que al momento de arrancar Succession no contaban con muchas cartas credenciales, a excepción del escocés Brian Cox, con media vida en el cine. Sarah Snook (Shiv Roy), Jeremy Strong (Kendall Roy) Kieran Culkin (Roman Roy), Alan Ruck (Connor Roy), Matthew Macfadyen (Tom Wambsgans) y Nicholas Braun (Greg Roy) han crecido a lo largo de los ventinueve episodios, y gracias a sus interpretaciones e identificación con sus respectivos personajes la serie resulta más disfrutable. El personaje de Greg, quien me recuerda al de Jonah de la serie Veep, funciona como descondensador dramático. Además del pushing-bag de Tom es el sujeto de la familia que nadie sabe cómo está allí —por soso, lerdo e inepto—, pero que está y gracias al cual entran a escena momentos de hilaridad en una obra que para nada es cómica, no importa su tono.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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