El reguetón y los señores feudales

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El reguetonero Don Omar compareció el pasado jueves ante un gran jurado federal en Puerto Rico por cobrar en efectivo durante presentaciones privadas, algo usual allí (y parece que tampoco muy extraño aquí ya, pese a todas la regulaciones al efecto). Omarito, el hombre que hace poco suscitó otro escándalo al expresar abiertamente a los medios de la Isla del Encanto y el imperio que la domina que su modelo humano es del un mafioso, contó ahora con la aprobación resuelta de Daddy Yankee, quien defendió al colega, y además a Wisin y Yandel, citados a la corte por la misma razón.

El Papito Americano, ídolo viviente de Colorama y otros espacios de los medios nacionales, dijo, según cita literalmente un cable de la agencia norteamericana Associated Press (AP), el cual reproduzco, que: “no me importa quién paga por cada presentación mía”, y de paso aseguró que “la vinculación de cantantes con el mundo del narcotráfico, al presentarse en sus fiestas, no establece un mal precedente”. Oigan, digieran y piensen esto.

Esta gente que canta en shows privados para narcotraficantes, dueños de burdeles y lacras semejantes que tienen reducido a polvo a miles de jóvenes en Latinoamérica, lógicamente deben de ser consecuentes en sus letras con los códigos medievales que sustentan la plataforma programática de las citadas gentuzas a quienes sirven y de las cuales se valen para engordar sus ya millonarias cuentas: el señor feudal rodeado de plebeyas a quienes llevará a esta noche a su lecho, derecho de pernada incluido por supuesto (esto es en los clips las jovencitas perreando junto al carro y los bárbaros porta cadenas tumba columna vertebral) ; impuestos a los siervos de la gleba (ahora la especie es droga) y castigos ejemplares a cualquier rebelde (en la actualidad un tiro a la cabeza en cualquier callejón, como visualizamos a cada rato).

Toda la aureola mística del “duro”, que no subyace sino se explicita, en textos y videoclips acompañantes del género en la región está del todo desligada de un distanciamiento crítico vislumbrador de cómo ese tipo -mitificado hasta el delirio- consigue su fortuna, por lo general a través de vías punibles.

Esto da para un libro que no seré yo quien lo escriba; la anterior entrada solo me sirve para reiterar un concepto en el cual, pienso, deberían reflexionar algunos guardaespaldas criollos del género y sus cultores a la hora de formular intempestivos ditirambos: de qué manera la proyección discursivo-visual de algunos de nuestros exponentes se parecen cada día más y más a esos reguetoneros de Puerto Rico, Santo Domingo, Panamá, Colombia, cuya trayectoria artística y vital transcurren en contextos por fortuna aún distantes del local. Lo dejo, por ahora, ahí.

Por suerte, sea justo decirlo también, existen excepciones que emplean el género de una manera legítima, auténtica y respetuosa en Cuba, sin por ello desdeñar la gracia, la esencia jacarandosa del coterráneo y su picardía.

Por citar tan un solo caso, los muchachos de Cola Loca, el grupo santiaguero que hace bailar hasta los muertos con su “no me da mi gana americana” y “padrino, quítame esta sal de encima”. Nadie va a impedir, ni nadie lo pretende tampoco, que la gente ría y goce con estribillos tan ocurrentes.

Cosas como estas, e incluso varias más que a diario oímos, no tienen nada que ver con la suciedad y la falocracia explícita de otros textos, los por desgracia predominantes. Una cosa es la gimnasia y otra la magnesia.

Nuestro periódico recibió su retroalimentación, en mayor caso favorable, en virtud del reciente artículo Dos aliens con temor a un futuro simiesco -publicado el pasado 7 de febrero-, aproximación al fenómeno desde otras aristas, con puntos de vista al respecto, del propio autor y de personalidades de las letras y la música en Latinoamérica como Leonardo Padura y Juan Luis Guerra.

Entre los correos electrónicos recibidos entonces, alguien habló a quien escribe de prohibir. La palabra, como diría el poeta, “me dio miedo, me dio espanto”. Jamás me he proyectado, ni lo haré, por coartar la expresión de nadie. Incluso apruebo hasta a quienes desde algún medio de prensa reprueban tesis como las defendidas por textos tales -pese a no compartir sus criterios por apasionados e inoportunos-, en tanto resulta harto saludable la diversidad de opinión en las comarcas intelectuales, cual suelo reiterar.

Estos comentarios, ajenos a todo victorianismo demodé, solo abogan por intentar poner cada cosa en su sitio, decantar; incluso hasta pedir algo de comprensión a quienes componen las letras del género en Cuba, por hoy y mañana.

Que dicho empeño lo comparten muchas personas lo constata la sección a página completa de Frente al espejo, del 21 de febrero, en Juventud Rebelde.

La prohibición de canciones de reggae cuyos textos son consideradas procaces por las autoridades de la Comisión de Ética Jamaicana, ya en vigor, motivó una nueva solicitud de los oyentes de ese país de proscribir, también, números del ritmo soca. Ese ritmo, oriundo de Trinidad Tobago, fue muy difundido durante los últimos carnavales jamaicanos, aclara un reciente despacho de Prensa Latina.

Los demandantes afirman que ocho de cada 10 textos de esas canciones tienen letras insultantes para la mujer y “son peores que cualquier canción de reggae”. Las protestas de los oyentes -agrega la fuente- impelieron al Hopetown Dunn, presidente de la Comisión de Transmisiones de Jamaica (JBC, inglés) a recomendar la enmienda de las regulaciones para la difusión de números y vídeos musicales. Días atrás la propia JBC prohibió la difusión de filmaciones que promuevan la modalidad bailable conocida como “daggering” o apuñalamiento.

Lo anterior, que a cualquier lector no avisado le pudiera parecer un extremismo local de algún censor de Kingstom, no es tan así. Incluso en la mismísima España, en medio de la culta y liberal Europa, existen cadenas radiales que prohíben de forma expresa difundir el reguetón. Claro que esto en Cuba no procedería jamás, ni tampoco es el caso. Ya con varios errores del pasado en tal sentido nos sobra y basta. Con vetos no se resuelve el problema; sino, a mi modesto modo de apreciar el fenómeno, con la instauración de mecanismos de vínculos con los realizadores de los clips y los escritores de las composiciones del género aquí (por las mil vías establecidas en este país), de manera de ilustrarlos y aclararles en el camino de proyectar un reguetón que, sin traicionar la esencia de la calle y el pulso del día, se abstenga de la ofensa, la discriminación, la petulancia y el maltrato. Que copie menos y sea más auténtico, que no ubique a la mujer, el ser más perfecto de la creación, como una zorra pendiente de la portañuela y el bolsillo del chulo. Los espacios de mayor audiencia de la televisión también están llamados, necesariamente, a hacer lo suyo. ¿Por qué seguir promoviendo hasta el cansancio al maniquí multicadenas, mientras el guajirito de Tumbalayagua con su guitarrita no aparece nunca pese a que trine como un sinsonte? Creo que por ahí anda la cosa. Lo demás sería escupir en la bahía…

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

2 Comentarios en “El reguetón y los señores feudales

  • el 20 junio, 2017 a las 4:07 pm
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    La música urbana en Cuba y en el mundo siempre ha constituido una fiel representación de lo que fluye en la base social de toda nación, su folklor, sentimientos, actualidad. Nuestro país siempre ha sido cuna de tantos compositores y virtuosos, así como otros que incorporaron y moldearon disímiles géneros foráneos. Hoy en día no contamos con la misma suerte. Resulta ser que en los últimos tiempos la obscenidad se generaliza en la música popular urbana. Pocas son las agrupaciones contemporáneas respetables que cuentan con gran público.Existe una multitud de individuos sin noción alguna de música que constituyen paradigmas para la juventud cubana en su mayoría, la cual ignora a tantos artistas de un sinnúmero de géneros, artistas que realmente “dan la talla”. Hace unos cuantos años ocurre que la obscenidad es lo que más euforia produce y lo que más da gozo en la mayoría de los centros recreativos de la isla. Es muy fácil culpar entonces a la juventud cubana por la enajenación hacia lo culto y sin ser menos cierto que no pocas entidades realizan un arduo trabajo por promover otro tipo de entretenimiento, y abren sus puertas a los artistas que realmente necesitan gran cantidad de centros movidos por un interés económico o que se yo, permiten que los fantoches tan gustados disipen tan mal gusto. El estado no hace nada en contra de la promoción de tales “compositores” y a estas alturas es difícil pensar en un cambio, y muy fácil llegar a la conclusión de que nuestra juventud, en su gran mayoría estará siempre identificada con la grosería y la idiotez amplificada en todo tipo de lugares lanzando a los cuatro vientos un mensaje para nada alentador, que será transmitido a nuestros hijos y continuará.

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