El recogedor de latas

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Unos barcos de hierro se balanceaban en las alturas cargados de muchachos. Una montaña rusa de fabricación cubana chirriaba a más no poder cuando el patrón movía la palanca del despegue. Una decena de aparatos inflables soportaban la ansiedad de los niños en Carnaval. Una multitud de personas hablaba al unísono como si fuera el coro de todas las almas reunidas de la ciudad bicentenaria. Mientras ello ocurría, él, ajeno a todo, estaba con su piedra machaca que te machaca, machaca que te machaca, machaca que te machaca…

Sentado en el borde de un contén. Ni muy alejado, pero tampoco muy cerca del gentío. A veces paraba en su rutina de triturar latas de aluminio, y entre un alto y otro apuraba un sorbo de café, que a juzgar por la cantidad de material recolectado debió estar frío como la pata de alguien no vivo. A veces miraba un tanto al cielo, porque escrito está que en domingos de Carnaval siempre llueve, y si llueve se le complica el negocio.

“Recoger latas es otro trabajo de oficina. En mi mochila tengo la ropa limpia para cuando termine cambiarme y si me hueles el pelo te darás cuenta que ni olor a sudor tengo. Soy mi propio jefe, nadie me dice cómo hacerlo y con el tiempo le encontré la vuelta; le tengo muchísimas innovaciones al negocio…”, dice sin dejar de machacar, sin dejar de verificar el cielo medio negruzco.

¿Tendrá más inventivas que los dueños de los aparatos metálicos que están en el área infantil del Carnaval? ¿Podrá competir contra esos monstruos de hierro que de tantos cinco pesos ya ahorita pueden importar una montaña rusa al estilo Yukon Striker? Pudiera ser, y su ritmo de trabajo desafía cualquier duda.

“Mi labor ayuda a mantener hermosa y limpia la ciudad, allí donde hay un indolente estoy yo”, vuelve a decir con la insistencia de borrar cualquier vestigio de invisibilidad a su oficio. No es el único que machaca y machaca sentado en un contén, hay hombres y mujeres insertados en el reciclaje de materia prima, una labor que en positivo ayuda a sanear las urbes y sirve de paliativo ante tanta indisciplina social. En negativo pudiera traerles afectaciones a su salud.

“Las coloco cuidadosamente en el saco para aprovechar el espacio, de lo contrario solo llevaría unas pocas. Al llegar a casa acomodo el material en una esquina de la sala…; cuando tengo lo suficiente voy al punto de reciclaje…”, comenta mientras vuelve a coger un puñado de latas para martillar con un pedazo de ladrillo que a veces se le resbala por los guantes de constructor que lleva puesto.

El aluminio es un metal no ferroso, el segundo más usado en la actualidad y el tercer elemento más común en la corteza terrestre. Se estima que hay alrededor de diez por ciento de aluminio en el mundo, aunque este no aparece puro en la naturaleza. Para fabricar una sola lata de aluminio a partir de material virgen, se necesitan unos 850 W/h (watt-hora) de energía.

El recogedor de latas sabe que su oficio es oportuno y eficiente. Debe tener un mapa comercial de la ciudad, saber las zonas donde el otro hombre deja sus huellas de prosperidad e indisciplina. Debe tener unos pies fuertes para no cansarse de tanto caminar. Debe tener días en que le cueste ponerse el saco al hombro, pero eso ni lo dice, solo continúa en su rutinario ritual, machaca que te machaca, machaca que te machaca, machaca que te machaca…; mientras, los barcos de hierro se balancean en las alturas de un cielo negruzco.

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Zulariam Pérez Martí

Periodista graduada en la Universidad Marta Abreu de Las Villas.

3 Comentarios en “El recogedor de latas

  • el 16 agosto, 2019 a las 10:49 pm
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    Realmente primero gracias a Zuly por siempre estar atenta de lo que tenemos delante de los ojos y a veces no vemos o no queremos ver. Solo algo que agregar, pudiera parecer encomiable la labor que realizan estas personas. Pero a veces resultan en escenas lamentables, pues muchos se ven impelidos a hacerlo por no tener otra vias de ingresos decente a la cual acudir. Es una hsitoria con tantas aristas que asusta!!!!!

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  • el 15 agosto, 2019 a las 3:57 pm
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    Sin embargo, Delvis, los q recogen latas y hasta el cartón de los basureros frente a las tiendas recaudadoras de divisas son los más puntuales para recoger ese tipo de materia prima. Ahora, la actitud q detesto es la de quienes se han agenciado “por zonas” la basura de esta ciudad y en la madrugada riegan lo q no les conviene para llevarse lo útil, según su percepción, pero también el peligro de enfermar por atesorar microbios, bacterias y demás.

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  • el 15 agosto, 2019 a las 10:58 am
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    Gracias a ellos no vivimos hoy entre cucarachas y ratas, y la crisis sanitaria tendría mayores proporciones que las actuales.
    Loable historia, pero lastimosa: ojalá nunca hubiera que recoger las latas botadas en las calles y aceras. Observar a un anciano hacerlo en esta o cualquier ciudad, es una escena deplorable y que -a mi juicio- constituye un galletazo en pleno rostro de cualquier sociedad.

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