El Quijote de Cervantes y “la conclusión definitiva”

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(…) y, si se acabase el mundo y alguien preguntase a los hombres: ‘Veamos, ¿qué habéis sacado en limpio de vuestra vida y qué conclusión definitiva habéis deducido de ella?’, podrán los hombres mostrar en silencio el Quijote y decir luego: Esta es mi conclusión sobre la vida (…)”. Así plasmó el escritor ruso Fiódor Dostoievski en Diario de un escritor (1876), sobre el texto más divulgado y editado del mundo, solo por detrás de La Biblia.

No lo dude, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605) de Miguel de Cervantes (Madrid, 1547-1616) tiene ese récord, pero también otros, que están en correspondencia con su enorme cantidad y calidad de comentaristas. En suma, no existe libro más analizado, discutido y puesto bajo las lupas; capítulo a capítulo, auscultado en cada palabra y frase que haya arrojado en los anales humanísticos y de otras ciencias, un torrente bibliográfico-interpretativo tan vasto.

Y es que desde el siglo XVII hasta nuestros días, las mentes más finas y los pensadores más profundos han abordado esta obra en un intento mancomunado por desentrañar su pluridiscurso y sentidos ocultos.

Don Quijote, Sancho Panza, Dulcinea, Rocinante, Maritornes, Aldonsa, los barberos, venteras, pastores, labradores, galeotes y el sin fin de criaturas que cobran vida en las páginas cervantinas, han pasado a ser entes proverbiales. Y todo, como un jugoso caldo en el que se cocina el mejor espíritu barroco de la eterna antítesis: la naturaleza del hombre transversalizada por los polos de la ilusión y el polo práctico del interés.

Por tales motivos, resulta tan saludable regresar siempre a El Quijote en el mes de abril; tenerlo a mano, en casa, en los estantes, en nuestros libreros. Ni La Biblia, La Ilíada, La Eneida, La Divina Comedia, Hamlet, Fausto u otra de las excelsas obras literarias que han trascendido centurias, posee el carácter burlesco, satiri-cómico que plasmó aquel soldado español, y la única que avanza al trote con claridad, naturalidad, sencillez y encanto.

…y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y que, mirando a todas partes por ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si viera una estrella (…)”.

Lo que Cervantes probablemente concibió en un principio como el relato de unas aventuras triviales o una crítica contra “caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más”, se convierte en uno de los más extensos cuadros de la vida española. La diversidad y procedencia de su gente, sus avatares, anhelos; los males sociales, etc., y con ellos mezcla el mundo vulgar y tosco de su tiempo con el de la poesía, la invención y lo bucólico.

La mezcolanza; ese ir y venir, entrar y salir, ese cambio constante de perspectivas como en caleidoscopio, es lo que —a juicio del que suscribe—, más cautiva y envuelve.

EL DOBLE JUEGO DE CERVANTES
Luego de 1620, tanto la primera como la segunda parte de El Quijote, tuvieron un maremágnum de ediciones posteriores en toda Europa y el resto del mundo. / Fotocopia: Delvis
Luego de 1620, tanto la primera como la segunda parte de El Quijote, tuvieron un maremágnum de ediciones posteriores en toda Europa y el resto del mundo. / Fotocopia: Delvis

Preguntémonos: ¿qué es la vida sino una búsqueda del equilibrio de nuestras contradicciones?

Un loco —la demencia es quizás el más lastimoso estado humano—, don Quijote, va convirtiéndose poco a poco en las páginas de su propia novela, en un dechado de valores: la fe, la libertad, la justicia, y hasta de la razón misma cuando el personaje se expresa fuera de sus manías.

Quijote y Sancho Panza; el loco y el cuerdo, se van compenetrando hasta hacerle un corte transversal al ser humano, poniendo en evidencia sus complejidades. Eso sí, continuamente con gracia y total desenvoltura: “–No sé yo lo que me parece —respondió Sancho—, por no ser tan leído como vuestra merced en las escrituras andantes; pero, con todo y eso, osaría afirmar y jurar que estas visiones que por aquí andan, no son del todo católicas”.

En su segunda parte, la ilusión quijotesca termina, pero no disminuye un ápice la grandeza del protagonista en su enigmática figura. Porque el Quijote y/o Alonso, loco o cuerdo, viene a ser la encarnación de la bondad, ya que jamás, aun en los pasajes más frenéticos ha hecho, a sabiendas, mal a nadie.

Muchos lectores tal vez aprecien entre risas y lágrimas la sublime metamorfosis al finalizar el texto, donde el autor parece replantearnos la más bella de las aspiraciones del ser humano: poner nuestras vidas al servicio del bien aun cuando prevalezca el caos o la confusión.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

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