El petrolero o la zanahoria de la “astuta” liebre

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Los ojos se le pusieron chiquitos cuando le dijeron que el salario no llegaba a la cima de la montaña. Dudó como mismo uno duda ante la cuchara caliente que sostiene una porción de sopa hirviendo… Entonces tomó el bolso por el cuello, y lo hizo colgar de su mano inquieta.

— La plaza tiene asignado un teléfono móvil petrolero, con 100 minutos al mes y puedes hablar con quien quieras, solo guardas unos pocos por si te llaman de la empresa, y pronto le pondrán megas a la línea…, dijo el supuesto jefe y soltó “la zanahoria” en la mesa de negociación.

El bolso volvió a respirar. Lo volvieron a sentar sobre las piernas y hasta le pasaron la mano, unas caricias por la sofocante situación pretérita, unas palmadas para que la piel volviera a su color natural. “Eso es diferente…”, se le oyó decir a quien apostaba por cambiar de aires laborales. De las palabras pasaron a la firma y de las firmas al apretón de manos, y del apretón de manos al beso bien sonaʼo que solo los cubanos saben darse.

Salió con los ojos grandes y un montón de montañas de felicidad. Ahora si va a poder hablar con los primos de Oriente, con las abuelas de Occidente y con el pueblo entero del Centro de Cuba. Ahora si va a dar duro en la cuadra cuando salga a la puerta y los minutos pasen y ella siga hablando como si fuera de agua la línea de Etecsa… ahora sí que no le va a coger la llamada a quien no conozca, porque ese teléfono es para su consumo.

Del otro lado de la historia hay un periodista, un almacenero, una auditora, un camionero, una maestra, un trabajador, una delegada de circunscripción…  derretido llamando al móvil estatal y nadie responde. Tres y cuatro días sin que el “dueño” devuelva la llamada o conteste a quien insistentemente le ha procurado. Entonces se visualiza una realidad que no por reconocida ha quedado resuelta: “muchos se adueñan de los recursos del Estado y lucran, olvidando cuál es su responsabilidad. Cuando ven que ese número no es de su lista de favoritos, pues te tiran a dormir el sueño eterno… y lo público se vuelve privado”, agrega una cienfueguera en la cola de la placita.

“Estos no son momentos de apagar celulares y no responder las llamadas. Lo digo porque en Cienfuegos está pasando. Muchas veces, se ha necesitado colegiar algún tema o la presencia de los dirigentes en algún lugar y no se puede localizar (…) Los domingos nadie responde…, esos recursos se asignan para trabajar y responder al pueblo”, alertó Félix Duartes Ortega, miembro del Comité Central y primer secretario del Partido Comunista de Cuba en la provincia, durante una reunión con los cuadros principales de los sectores empresariales y de servicio en el territorio.

Los periodistas somos testigos de esa vagancia móvil o sordera predeterminada. El jefe de más arriba te dice el primer día de conocerte: mira, los teléfonos de mis subordinados son este, este y este, pero cuando los llamas de casa o del trabajo ni este ni este ni este ni el del jefe responde. Tampoco devuelven la llamada ante un gesto mínimo de civismo, como si los móviles borrarán en cinco segundos las llamadas recientes.

Hay otros que tienen configurados mensajes de respuestas automáticos y cuando le muestras una decena de sms que dicen te llamo más tarde niegan rotundamente el hecho.

— ¿Ah no? ¿Y este número de quién es?

— Mío, pero no lo mandé yo, fue el teléfono solo.

Un realismo mágico que deja sin muela literaria a los inventores de historias de ficción. Una porción de sopa hirviendo que traspasa la garganta y cuando llega al estómago provoca la ira de las llagas aplatanadas.

Un realismo que no deja de contrastar con el recuerdo de mis abuelos dirigentes, esos que trabajaban día y noche y nunca dejaron de atender a sus semejantes.

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Zulariam Pérez Martí

Periodista graduada en la Universidad Marta Abreu de Las Villas.

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