El perro loco

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Se mantenía viajando los domingos en su bicicleta, en pos de la leche de vaca, el líquido blanco que para él representaba la salud de su familia. En la soleada mañana de primavera, el viaje transcurría sin novedades. Había dejado atrás la línea que atravesaba la carretera a la altura del central Espartaco y se dejó caer por el declive con vistas a ganar el impulso que le ayudase a subir la próxima cuesta, que comenzaba a elevarse a partir de la escuela, donde había un cruce de caminos. Al llegar allí había alcanzado la máxima velocidad que podía lograr.

Pasó frente a él un gato que atravesó rápidamete la carretera. Siguió con la vista al animal, que iba como alma en pena. Miró a la carretera cuando ya tenía al robusto perro, que venía en su persecución, tratando de cruzar por debajo de su bicicleta, por el espacio que hay entre las dos ruedas, donde está la catalina. No tuvo tiempo de nada, la goma trasera saltó por encima del animal y provocó su caída sobre el pavimento. Se arrastró como un corredor se desliza sobre el home. El pantalón se rompió en la rodilla derecha y recibió un fuerte golpe junto con una quemadura. Sintió un agudo dolor, que le subió de la rodilla al muslo, y esperó que el ciclo se detuviera en su movimiento para intentar incorporarse.

El perro lo contemplaba desde el camino, para ver si se levantaba y podía seguir tras el felino. Comprobó que no había problemas, y dándole la espalda se puso a buscarlo con perruna mirada, internándose finalmente por el polvoriento camino. Después de contemplar la escena, desde el suelo trató de valorar su situación, preocupado por el destino de la leche que llevaba depositada en un cubo plástico con una tapa a presión, y que debía estar desparramada por el suelo. Para su asombro, el cubo había quedado en posición vertical y no se había derramado ni una sola gota del preciado líquido.

Procedió a levantar la bicicleta que aún se encontraba sobre el piso y de nuevo acomodó el cubo en la parrilla trasera, apenas podía mover la rodilla del dolor que sentía y por un momento pensó que no podría continuar pedaleando. La rodilla le dolía mucho y no lograba levantar la pierna lo suficiente. La presencia en el contén de un tubo que pasaba bajo la carretera, le sirvió de muleta y con un poco de esfuerzo logró montar en dos intentos. Comenzó a mover los pedales, cada movimiento le reportaba un doloroso latigazo, que le recorría por toda la pierna. Pero poco a poco el accionar le fue aliviando y a los pocos kilómetros el dolor era solo una molesta sensación que se fue calmando en el resto del camino.

Cuando llegó al pueblo se sintió más aliviado, decidió hacer un alto y revisar el estado de la bicicleta. Comprobó que todo estaba en su lugar y que solo existía un pequeño rozamiento producto de que una de las varillas del guardafangos trasero se encontraba un poco doblada.

Lo acomodó como pudo y buscó un lugar para subirse de nuevo al vehículo de marras, pues aún no lograba levantar lo suficiente la pierna. Pero se sentía mucho más aliviado del dolor, que ya era solo una molestia. La única pérdida que había sufrido era el pantalón. No era nuevo, pero estaba entero y ahora se había roto por la rodilla, era sin dudas algo lamentable.

Por fin llegó. Ya en la Doble Vía, se percató de   que el dolor se había aliviado aún más. Fue uno de los viajes más accidentados que le tocaría enfrentar. El perro loco le dejaba como enseñanza que uno nunca debe rendirse a lo largo del camino. Siempre es posible llegar cuando hay voluntad y no queda otro remedio.

 

 

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