El palacio de El Moro

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Llegó a Cienfuegos desde Venezuela, curiosamente como Tomás Terry, pero había nacido en la aldea asturiana de Forcinas, parroquia de Pravia. Enseguida su negra e hirsuta cabellera le ganó el mote de El Moro, y así lo recordarían sus contemporáneos.

Vino a trabajar de cocinero en alguna que otra fonda de la villa. Luego su “expediente laboral” registró ascensos a dependiente, bodeguero y almacenista; y cuando murió, en 1891, pudo irse tranquilo con la perdurabilidad de su memoria, a pesar de no haber dejado descendencia directa.

Porque El Moro, José García de la Noceda y Martínez decía su partida de nacimiento, había legado al patrimonio de su ciudad adoptiva la mejor casa edificada aquí durante el siglo XIX.

Todo comenzó con la compra a los hermanos Apezteguía Tarafa (Emigdio, Julio José, Guillermo Gregorio y Carlos Ramón), trinitarios, cuarentones y solteros, valga el detalle, de los dos solares yermos marcados con los números 185 y 186 antiguos (1223 y 122 modernos) en la acera norte de la calle de Argüelles, esquina a la que inmortaliza al fundador, Luis De Clouet.

Calle D´Clouet y Arguelles (XIX).

La escritura de compraventa de las parcelas, que totalizaban 2 mil varas cuadradas, enmarcó el acto en fecha 14 de enero de 1878.

Ni corto ni perezoso, Pepe García de inmediato encargó al maestro de obras Juan Leal la edificación de un inmueble de mampostería de dos plantas, rematado en torre-mirador, que para mediados de 1881 ya estaba finalizada, tal como lo atestigua la escritura acuñada el 20 de septiembre del propio año, que de paso calculó el valor de la inversión en 90 mil pesos de la época.

Para el arquitecto cubano Joaquín Weiss (1894-1968), estudioso por excelencia de la arquitectura nacional, el palacete de doble función era la mejor obra cienfueguera de tipo residencial levantada en la centuria decimonónica.

Sin dudas la fábrica más esbelta de la población, (…) parece un piso de un elegante edificio administrativo”, tal fue el piropo que le dedicó en 1909 la antológica revista habanera La Nación Ilustrada.

La primera planta hospedó el almacén del empresario venido a más, y la segunda la reservó para vivienda, demasiado espaciosa para el emigrante que no conoció el sacramento del matrimonio. Aunque, justo es decirlo, escaleras arriba también radicaban las oficinas de la razón comercial.

Con fachada a ambas calles, el inmueble presumió en su primera planta de grandísimas puertas, ideales para el rápido trasiego de mercaderías.

Los alarifes se esmeraron en las molduras rectilíneas y rematadas en arcos de medio punto que enmarcan la obra artesanal de los carpinteros. Por si el alarde de buen gusto no fuera suficiente, cristaleros y herreros bendijeron la casona con tragaluces y rejas que acompañan la firma ferrosa del propietario, las iniciales JG.

El alto zócalo que da lugar al acceso principal por la calle de Argüelles, la escalera imperial de huellas de mármol que guiaba los pasos hacia la porción residencial, flanqueada en su inicio por par de esculturas metálicas, completaban un buen material de estudio para las escuelas de arquitectura y diseño de la época.

Del piso superior vale resaltar el balcón corrido, montado a horcajadas sobre el ángulo sureste del edificio, y la persianería francesa que invitaba a pasar a brisas y terrales provenientes de la cercana calle de La Mar.

Tal estilo ornamental parece reproducirse en el tercer nivel, el mirador terminado en bóveda, que debió oficiar como mirador por antonomasia de la ciudad que había adquirido esa condición recién el año anterior, 1880.

En resumen, expresión en ladrillo, madera y cristal, a través de un lenguaje que amalgama formas sencillas y la vez vigorosas, capaz de competir de tú a tú con lo mejor del quehacer arquitectónico y constructivo de la capital de la siempre fiel Isla de Cuba.

García, que murió en el año de 1891, había iniciado desde 1871 tratos comerciales con su paisano Esteban CacicedoTorriente, quien con el tiempo pasó de gerente a socio de la firma comercial.

Manuel García de la Noceda, hermano y heredero del finado ex cocinero, constituyó el 13 de abril de 1895 la Sociedad Cacicedo y Compañía, de la cual también formó parte Alejandro Suero Balbín. El 11 de abril de 1901 CacicedoTorriente quedó como único al mando de la empresa.

Luego la historia mercantil del noble edificio se dilata hasta que el gobierno revolucionario nacionaliza la empresa en los tempranos 60 del siglo anterior.

En los días que corren avanza el proceso de instalación definitiva en el noble edificio de algo que, por obvias razones, le viene como dedo al anillo, la Oficina del Conservador de la Ciudad.

Más dilatado de la cuenta resultó el de evacuación del penúltimo inquilino. Pequeñas historias que suceden y no merecen unas letras perpetuadoras de desaguisados.


Crónica arquitectónica a partir de una investigación del historiador Florentino Morales (1909-1998).

El autor agradece la colaboración de los trabajadores del Departamento de Historia de la Oficina del Conservador de la Ciudad.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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