El mundo regresa por donde se fue

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Yoancy tiene 11 años. Es un niño, en apariencias, saludable, fuerte y vigoroso. Sus ojos tienen el brillo del que aún descubre el mundo que le rodea. Pero para Yoancy el mundo es pequeño. La naturaleza se empeñó en que su cerebro, con muchas barreras, le impidiera tener una vida normal. Él está allí, sentado en su pupitre, mientras que Eliodora, su maestra, va “descorriendo” los velos transparentes que le muestran la realidad. Cursa el cuarto grado de la Enseñanza Especial en la escuela Ciro Redondo, de La Sierrita.

Sus sueños van mucho más allá de lo posible, quiere ser médico “para coser heridas” y no tiene idea él de la magnitud de una frase impensada que conmueve a cuantos la escuchan. Padece una afección congénita del sistema nervioso y en consecuencia un retraso severo. Desde los 4 años de edad está interno en esta institución y va a casa todos los fines de semana.

Pero la historia de Yoancy se repite en cada uno de los niños que allí, en la Escuela Especial Ciro redondo, de La Sierrita, fundada en 1980, se preparan para “andar” por la vida. El centro tiene jurisdicción desde Cabagán hasta Guaos, en el municipio de Cumanayagua.

 

POR DENTRO

Jany Franco Díaz del Rey, una jovencita nacida y criada en La Sierrita, es la subdirectora docente. Graduada de Defectología, con seis años de experiencia en este trabajo, nos adentra en el casi real maravilloso mundo del centro. “Contamos con una matrícula de 43 niños que padecen diferentes patologías, pero que en común tienen trastornos de retardo en el desarrollo psíquico, y que en consecuencia, presentan serias dificultades en el aprendizaje.

Hay casos menos severos, en los que no median enfermedades, que se incorporan, superadas las limitaciones, a las escuelas primarias, con el consiguiente seguimiento de nuestro equipo de especialistas.

“Contamos con un profesional claustro de docentes, muy humano, que se despoja de lo que les pertenece para aportarle a sus niños; sí, porque no son alumnos más. Los estudiantes son asumidos por los maestros como sus propios hijos y ahí está la clave del éxito. Por lo general proceden de hogares con desventajas sociales y familias distendidas, por eso encuentran en la escuela y en sus maestros, un refugio.

“Los niños vienen remitidos por el Centro de Orientación y Diagnóstico (CDO) de la Dirección Municipal de Educación y no egresan de la escuela hasta tanto no estén preparados para asumir una vida independiente. Aquí se imparte desde primero hasta noveno grados, y se dan talleres de carpintería, panadería, corte y costura y otros que tienen que ver con el trabajo manual”, comenta Jany, una joven a la que el trabajo con estos muchachos la cautivó desde el primer instante.

Dania y Diana son gemelas, tienen ahora 18 años y han pasado prácticamente su vida en la escuela. La madre padece, como ellas, una enfermedad neurológica que limita su desarrollo psíquico, lo que de alguna manera preparó el camino erróneo de la genética al traer al mundo a sus hijas. Ya Diana está incorporada a la sociedad, en cambio Dania aún permanece aquí. A la pregunta de cómo se siente en la escuela, aparece una sonrisa que más que espontánea es un rictus que juega con sus ojos. En este lugar aprende un oficio para cuando un día se vaya a vivir con los suyos.

 

HABLAN LOS MAESTROS

El diálogo con Oraldo Castellanos Martínez, un hombre “cargado” de anécdotas, fluye de manera espontánea. Los 39 años que ha dedicado al noble oficio de enseñar lo hacen merecer el respeto y cariño de cuantos le conocen. Los últimos 20 años de trabajo de Oraldo han transcurrido en la “Ciro Redondo”, pero antes, fue maestro de Primaria y directivo del municipio.

“La historia de esta escuela es vieja, porque antes de pertenecer a la Enseñanza Especial fue un centro escolar, el primero de la zona después del triunfo de la Revolución. Se inauguró en 1960 y todavía tiene hasta la piscina de la época. Sin embargo, los últimos 20 años han sido muy prolíficos, por la nobleza de fin del trabajo que desempeña este colectivo”.

Es difícil hablar de uno mismo, pero ¿podría contarnos algunas de las tantas historias que atesora?

“Allá por los 80 estuve en Nicaragua, alfabetizando en zonas donde operaban los contras: Teutepe, Diriamba, El Carmen, fueron muchas las localidades, porque nos teníamos que estar moviendo constantemente para evitar un encuentro con esta gente. Particularmente no olvido la ignorancia en la que estaban sumidos aquellos hombres y mujeres, pero al mismo tiempo eran muy hospitalarios y nos brindaban todo cuanto tenían. Fueron momentos inolvidables”.

Oraldo recorre en bicicleta cada día 19 kilómetros, distancia que lo separa, de ida y vuelta, de la escuela. A sus 59 años este es un buen ejercicio, pero a la vez, una muestra de constancia. Es profesor de Educación Laboral, una asignatura imprescindible dentro del programa de estudios, por cuanto allí se preparan para asumir un oficio los estudiantes.

“La carpintería es uno de los fuertes en el centro, de hecho, somos Referencia en esta rama. Es increíble lo que pueden hacer los niños con sus manos y así aprenden un oficio para llegar a ser independientes cuando alcancen la adultez. También contamos con una parcela en la que sembramos vegetales, al tiempo que los muchachos reciben allí la asignatura de Técnicas Básicas Agropecuarias, la que los prepara para el futuro en consonancia con el medio en que se desenvolverán”, comenta el experimentado pedagogo.

 

LA ESCUELA EN CASA

Mercedes Fernández es una de las maestras ambulatorias de la escuela, ella imparte clases, en sus hogares, a dos de los cuatro niños con limitaciones físico-motoras. A Yaíma y a Yuniel, su estado de salud les impide asistir al centro. “Dos veces por semana voy hasta las casas de mis estudiantes, ellos padecen una mielomeningoceli, enfermedad que los mantiene, a casi todos, atados a una silla de ruedas y les trae como consecuencia descontrol en el esfínter. Es un trabajo muy humano, porque a pesar del mal que los aqueja ellos hacen progresos y eso nos da mucha satisfacción como educadores”.

La “Ciro Redondo” atiende a estos muchachos y les da seguimiento a su proceso docente-educativo. Se mantiene contacto con los padres y está atentos a cualquier necesidad, a pesar de que viven en asentamientos muy intrincados.

La escuela tiene televisores, computadoras y vídeo, toda esta tecnología está empleada a favor de que los niños amplíen su espectro de conocimientos. Los muchachos tienen régimen interno y en los ratos libren desarrollan actividades deportivas y culturales, asisten al cine y se vinculan con la comunidad a través de la promotora cultural de La Sierrita. El claustro, integrado además por logopedas, defectólogos, profesores de educación musical, entre otros, está consciente de lo importante de su labor y de cuánto los necesitan sus alumnos para aprender a andar con pasos firmes por la vida.

Atrás quedan Dania, Yoancy y la pequeña Neyalis -esta última padece síndrome de Down y cuando llegó al centro apenas se comunicaba con su madre utilizando monosílabos. Para todos, el panorama hoy es bien distinto, porque allí, rodeados de montañas, han aprendido a vivir en colectividad, desarrollan las artes manuales y conocen que el amor entre los seres humanos, aunque seamos distintos, es la mejor medicina para sus caprichosos males. Una vida plena los espera y de facilitársela se encargan los trabajadores de la “Ciro Redondo”.

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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