El mito del milagro

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Regresan las fechas, otra vuelta alrededor del sol cicla el calendario, así retorna el segundo domingo de mayo, con sus rupturas de rutinas y tradicionales homenajes, que pese a génesis comerciales, han trascendido como congratulación espiritual a nobles sentimientos.

El Día de las Madres es un alto en el camino para reconocer el sortilegio del inicio de la vida, estimular a quienes dotaron no solo con el milagro de la procreación, sino también con la capacidad de prodigar abrigo y arrojo para enrumbar la vida de cada descendencia.

Rebasar prejuicios, enfrentar discriminaciones, apoyar el progreso social han sido retos de las mujeres y sin dudas el instinto maternal ha ayudado a su empoderamiento.

En Cuba, por ejemplo, la obra de la independencia estuvo arropada desde su origen por las madres. Conmueve imaginar a las bayamesas que entregaron sus hogares a las llamas antes que al poder colonial español y huyeron con sus hijos, tras el sueño de la patria libre.

Temple de acero ha requerido imponer su jerarquía tras anales de discriminación. El siglo XVIII representó auge de las ideas revolucionarias de igualdad, pero no constituyó mucho avance para las féminas y reafirmó cada vez más su papel de subordinada al hombre.

La visión hispanoamericana femenina, todavía a finales del siglo XIX, era la de compañera sumisa y entregada. Sin embargo, aún en las más difíciles circunstancias, bajo el candor espontáneo la mujer pugna, empuja, sale a la calle, orienta su prole a la búsqueda de libertades y la defiende ante injustas severidades.

Fueron las madres, gestoras de la libertad de los apresados en el juicio del Moncada, y líderes internacionales en la época moderna, durante la liberación de los Cinco Héroes Cubanos prisioneros del imperio.

Porque cada madre hace suya la derrota de los hijos, disfruta a escondidas y sin alardes la victoria, pone el pecho a sinsabores y se asoma por entre las horas esperando a quien no va a llegar con resignación, sin acusar al tiempo.
No se irrita, no guarda rencor, todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, es la incondicionalidad del amor que nunca deja de ser…

Si faltaran alegaciones vuelvo a la fisiología femenina, perfecta metáfora de la frase martiana del “taller natural donde se forja la vida”; por eso el devenir sociocultural no ha podido eludir su mito del milagro.

Bien lo expuso la escritora chilena Marcela Serrano al referir el alumbramiento:

Una mujer es inevitablemente la historia de su vientre, de las semillas que en él fecundaron, o dejaron de hacerlo… del momento aquel, el único en que es diosa”.

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Dagmara Barbieri López

Periodista. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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