El más fiel amigo: El perro ilustrado

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Transcurría el receso y el frío se sentía cortante en la Facultad de Tecnología. Se había quedado sin merendar por no atrasarse, algo que le costaba mucho esfuerzo. Salió al pasillo, sus amigos bromeaban, Mora comentaba con Sixto:  

-Si sigue así, se va aponer más flaco que el perro ese. Esa fue la primera vez que le vio. Era blanco, mejor dicho, beige, pues tenía el pelo sucio, estaba flaquito y sus largas patas, muy delgadas, le hacían parecerlo más. Se guarecía del frío y temblaba. Ella también le vio y en su mirada asomó la pena que sentía y le dijo:

-¿Tendrás algo en el albergue para abrigar al perro? Así fue como empezó aquello. Ella se interesó por el perro y él ya se interesaba por ella…  Días después se vieron en el parque y le habló sobre el perro.

-¿Sabes?, tienes un perro que asiste a la Universidad, un perro ilustrado. Un perro Ilustre.

El profesor se viró a la pizarra y Borroto se sentó. Cogió su maletín y dijo asombrado: “¿Y esto qué es?”. Del maletín asomaba la sucia cabeza de Ilustre. Borroto corrió el zíper, el perro cayó sin quejarse, se levantó, se sacudió, se dirigió a la tarima de Rivero y se sentó sobre las patas traseras, con las patas delanteras en firme. Miró con serenidad al profesor. Rivero observó al perro. El profesor dejó escapar una sonrisa, las tensiones se aliviaron y la clase se vino abajo. Ilustre permanecía en firme. Rivero levantó la mano para restablecer el orden, y alguien sentenció: “Ese es el perro de José”. Rivero preguntó: “¿El perro de José? ¿Desde cuándo se puede tener perros aquí? Sácalo y desaparécelo”.

Cuando dio por terminada la clase, le dijo Rivero: “Ven conmigo un momento”. Lo acompañó sin que mediaran palabras. El departamento de Física quedaba en el primer piso… “Profe, no le voy a negar que le he dado comida al perro, pero no tengo nada que ver con esto, estaba en la cafetería de Ciencias. El perro se moría de frío, le di cobija y algo de comer”.

-Te creo, pero tengo que tomar una medida. Le extendieron el acta y salió al pasillo; ella le esperaba con sus amigos. Mora aprovechó la ocasión para hacerle una broma:

-Sigue, bobo, sigue criando perritos, a lo mejor cumples la sanción en la perrera.

Le miró, ladeó la cabeza y le dirigió el intento de una burla:

-Parece que a Ilustre le gustó la clase, me pidió que le prestaras la libreta. Se echó a reír con desgano, el horno no estaba para pasteles, se puso seria y habló de nuevo:

-Te metí en tremendo rollo, lo siento. Quiero hacer algo por ti, ¿sabes?

-Ni lo pienses, los problemas me persiguen. Las cosas pasan porque tienen que pasar.

-Sí, pero yo te enredé en lo del perro.

-Es verdad, pero yo quería enredarme contigo y de cierta forma usé a Ilustre. Estamos en paz, yo te quiero. Se atrevió.

-¿De veras? Estoy por darte crédito. ¿Qué hiciste con Ilustre? Le explicó todo.

-Estoy a punto de enamorarme de ti, ¿sabes?

Aceptó el beso sin pensar en el riesgo, pues si le sorprendían, de seguro iba a parar a la perrera, tal como le había pronosticado Mora. ¿Qué podía ser que no fuera? Se sentía sin fuerzas para rechazar el beso, las mujeres se las arreglaban para complicarle la vida. Después de todo, ¿qué era la vida sin riesgos? Cerró los ojos mientras le besaba de nuevo, y por un segundo pudo verse tras una cerca de malla rodeado de perros. Comprendió que el futuro no se presentaba halagüeño. Abrió de nuevo los ojos, le miró y volvió a sus labios. Se estaba volviendo un adicto.

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