El magisterio, los adeudos y las frondas

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Mi primera maestra fue Norma Faxas, ya octogenaria ella, la contacté y la emotividad del momento trascendió cinco décadas de desencuentro, y el tope cobró ribetes de ternura, porque el inicial entorno escolar es imperecedero; otros le suceden, pero el delantero siempre acompaña.

Por eso, en cada niño ha habitado un maestro entre las primeras vocaciones; allí, en la enseñanza primaria, transcurre el cese del tutelaje materno y otra figura emerge para suplantar el amor y la conducción, casi todos recordamos la sucesión magisterial de primero a sexto grados.

Puedo citar, además, en mis recuerdos (remontados a la escuela “Carlos Manuel de Céspedes) y en tal orden, a Olga, Merceditas, Sara, Alberto Lamí y el binomio Soraida-Noraida en la etapa final, junto a la directora Magaly Portela.

La mente se remonta, cada quien rememora sus vivencias y entre las generaciones de las últimas cinco décadas, no faltan memorias sobre la fraternidad de las becas, con kicos plásticos y maletas de madera.

Posterior a los juegos de la primera enseñanza emergen recuerdos de muchos profesores en la Secundaria y el Preuniversitario, cada cual con su asignatura específica. Entre mis coterráneos sobresalen los dechados de escuelas vocacionales fundacionales, bajo la guía de autoridades como Bárbara Alonso y Luis Caballero.

Y va mi memoria por los caminos del ayer, hasta llegar a la Universidad Pedagógica Félix Varela. Como eterna deudora de mi primigenia profesión, no puedo obviar a docentes como Yolanda, una profesora de Latín que siempre me ha hecho afirmar “Yo también tuve mi doctora Ortiz”.

Y ahí está el débito que discretamente trato de resarcir con renovaciones de categorías docentes, tras más de treinta años de sacrificar el oficio de los grandes por afanes creativos. Reconforta además pensar en múltiples profesionales que imbricaron otras ciencias con las pedagógicas.

Nuestros parabienes a todos. No hacen falta lisonjas, basta pensar qué sería el planeta sin aulas colmadas de niños cada amanecer, se detendría el conocimiento, el empuje de la vida; son, por tanto, fuerza gravitacional y el universo mismo.

Por eso, este 22 de diciembre, cuando otra vez llame a mi maestra Norma (residente actual de La Habana) y aún con sus 94 años me pregunte por su obsequio: el libro Disquisiciones lingüísticas, corroboraré que los maestros plantan semillas que esperan su lugar y su tiempo para devenir frondas que prodigan amor y sapiencia.

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Dagmara Barbieri López

Periodista. Máster en Ciencias de la Comunicación.

2 Comentarios en “El magisterio, los adeudos y las frondas

  • el 3 enero, 2018 a las 5:24 pm
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    Es muy agradable y estimulante leer artículos como este. No hay mayor orgullo (al pasar los años) que sentir el cariño de quienes fueron nuestros discípulos reflejado en una llamada telefónica, un mensaje de felicitación o un: Profe ¿Cómo está? . Coincido con usted, ¨…No hacen falta lisonjas…¨. Muchas gracias.

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