El laurel de una obra eterna

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Sartre acostumbraba repetir que el hombre no es otra cosa que lo que hace de sí mismo.

Martí decía que la llave a la grandeza solo se recibe tras embridarse las pasiones, luego de una sucesión de renuncias y el apego a una idea o un afán revolucionarios de por vida.

Fidel, sin dudas su principal sucesor de hechos e intelecto, ha sido acaso la fundamentación vital más pertinente del aserto del Apóstol.

También de la creencia del pensador francés, porque hizo de sí lo que quiso o imaginó querían que fuera sus semejantes, una época, una nación, un pueblo.

La mayoría alcanza el poder para usarlo en beneficio; él lo vio desde siempre como la vía para servir a otros. Y su sacrificio fue el puente hacia esa obra de esperanza, de convicción en la fibra de los suyos.

De creer a las estadísticas y los sondeos históricos, nace un ser de este nervio a los humanos cada cientos de años.

No lo sé; sí estoy seguro, como cada cubano que se apegue al imán de nuestro suelo, que probablemente de no contar con su sentido visionario, su agudo olfato político y su capacidad de maniobra -sin olvidar su optimismo contagioso, su fe en la obra colectiva, la entereza característica del líder de los cubanos y otras proverbiales virtudes que orlan su hechura noble y fabulosa-, no andaríamos hoy a la altura de esta hidalguía con calor de La Mancha y aire de molinos de casi medio siglo que es la Revolución Cubana.

Un acto de fe inconmensurable éste cuya certeza está inspirada en el sacrificio cotidiano.

De no contribuir a que tal sesgo se palpe, cada día, como resorte de tamaño ideal, no estaríamos siendo consecuentes con la máxima en que siempre se ha inspirado el discurso y el accionar del Jefe.

Muy poco más de un año atrás, tras el anuncio de su enfermedad, nos llamaba Fidel a no amilanarnos, pese a que aquel 31 de Julio, por primera vez en la historia de este país, nadie le hizo caso. A todos nos crujieron los dientes esa noche, durante el aciago anuncio televisivo.

Está ahí, en esas líneas, el Comandante de siempre, el Fidel eterno que integró sin vacilar al curso natural de su temple la percepción martiana de que “la Patria es ara y no pedestal”, tanto como el axioma de Séneca de que “el galardón de las buenas obras es haberlas hechoPero a la mañana siguiente, y más nítidamente tras transcurrir las horas y los días posteriores, los cubanos comprendimos que su advocación no podía ser más certera.

La mejor manera de restañar el golpe momentáneo era seguir adelante, con la mayor diligencia y confiados, pues como él dijera, unos cuantos años atrás, “quien no sea optimista, que ceda de antemano a todo propósito”.

Este 13 de agosto, el Comandante está de aniversario. Raúl dijo, en la celebración por el 26 de Julio, que su recuperación ha avanzado de forma continuada y ascendente.

La voluntad mayor de este pueblo es su vuelta a la normalidad, dentro de todo el grado permisible, al menor tiempo posible.

Pese a que no lo vemos, como antes, en lo físico, seguimos sus ideas (las de siempre, acondicionadas a los tiempos, explicativas de la época y desbrozadoras de los marabuzales sin salida a los cuales puede abocarse la especie por el sinsentido de los poderosos), a través de su reflexiones en la prensa nacional.

Está ahí, en esas líneas, el Comandante de siempre, el Fidel eterno que integró sin vacilar al curso natural de su temple la percepción martiana de que “la Patria es ara y no pedestal”, tanto como el axioma de Séneca de que “el galardón de las buenas obras es haberlas hecho. No hay otro premio digno”.

Así lo hemos tenido siempre; así lo tendremos. Y nuestra confianza es su laurel más caro.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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