El hombre que le puso música a la libertad latinoamericana

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Escrito por Maby Sosa*

Daniel Viglietti, el hombre, el poeta, el cantor, el lunes 30 de octubre murió a los 78 años mientras estaba sometiéndose a una cirugía.

No era solo el suyo un repertorio con canciones. Era mucho más que eso, la historia de un continente en ebullición, el testimonio de luchadores asesinados, los lamentos de jóvenes exiliados, la ternura de un hijo en plena oscuridad política. Cada una de esas imágenes llegaba en la guitarra de ese hombre hermoso y tierno. Todo eso era Daniel Viglietti, uno de los últimos poetas de esa generación que le tomó la difícil tarea de contar su tierra.

Humilde y sabio, a fuerza de poesía, rimas y canciones, Viglietti marcó desde su propia trinchera un camino de liberación, resistencia y lucha no solo a toda una generación de uruguayos, sino también de América Latina.

El creador nació el 24 de julio de 1939 en el seno de una familia de músicos —su madre Lyda Indart y su padre el guitarrista Cédar Viglietti—, desde niño entró en contacto con la música clásica y popular estudiando guitarra con los maestros Atilio Rapat y Abel Carlevaro.

Rápidamente aprendió los trucos de la guitarra y se concentró en la canción. En buscarle las palabras justas, de encontrar los silencios, de despojarla de sonidos pero llenarla de contenido. Eso le valió un feliz recibimiento en el escenario musical latinoamericano de los 60.

Su corpus musical tuvo siempre el sello del contexto histórico con canciones vinculadas con las luchas sociales en América Latina, por ejemplo, las incluidas en discos como Canciones para el hombre nuevo, Canto libre, Canciones chuecas y Trópicos, entre otros.

“La historia, como se sabe, ha sido escrita con la tinta de los vencedores y los poderosos, de manera que ha sido falseada y es importante que haya una contracultura a través de diferentes instrumentos: cine, teatro, literatura, incluso la televisión, que puede ser muy positiva y desalienante si se lo utiliza bien. Y por supuesto, la canción, que es un instrumento frágil, breve, efímero porque circula por el aire, llega al oído y se borra, pero tiene un nivel de penetración importante”, definió en varias entrevistas el músico.

“Siempre creo que uno es como un pequeño pajarito que se para en el hombro de la gente y le canta al oído ciertas verdades. Pueden ser verdades que tienen que ver con las luchas sociales pero también descifrando los sentimientos de cada uno”, afirmaba. Con esa idea, que se afianzó con los años, formó parte de un movimiento musical iberoamericano que lo unió a figuras de la talla de Víctor Jara, Amparo Ochoa, su compatriota Alfredo Zitarrosa, Joan Manuel Serrat, Alí Primera, Mercedes Sosa, Chavela Vargas, Soledad Bravo y los cubanos Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, entre muchos otros. Pero también por el peso de esa obra, en 1972 fue detenido por las autoridades uruguayas, y se inició una campaña de liberación que incluyó a Julio Cortázar y Jean Paul Sartre, entre otras figuras de la cultura a nivel mundial.

Entre 1973 y 1984, durante la dictadura militar en su país, se exilió primero en Argentina y luego en Francia. Y a su retorno publicó la colaboración discográfica con Mario Benedetti, A dos voces, en la que se registraban recitales que ambos dieron durante su exilio.

Aunque su último disco salió en 2008, Trabajo de hormiga, el músico seguía dando recitales en vivo y seguía componiendo. En el último año vino en varias ocasiones a la Argentina a presentarse en conciertos generados por el Instituto Patria.

En 2016, recibió en Francia la Orden de las Artes y de las Letras. “El reconocimiento me emocionó porque una parte de mi vida, los años de exilio, los viví en Francia, y porque mi madre, la recordada pianista Lyda Indart, vivió allí muchos años, adquirió la nacionalidad, como yo lo hice años más tarde, y me trasmitió su cariño por ese país que aprendí a sentir también como mío”, dijo a Télam en febrero de este año, el cantautor.

“Cuando en Montevideo el embajador de Francia me otorgó esa condecoración, agradecí lo que sentí que me venía de la Francia del histórico resistente Jean Moulin, del cantor anarquista Leó Ferré, de un Jean Paul Sastre, de un Frantz Fanon, de una Marguerite Duras. Bueno sentí que esa condecoración me venía de la Francia libertaria, desde tantos seres con los que he compartido y comparto una concepción de la vida basada en un proyecto de verdadero socialismo”, subrayó Viglietti.

Fue el creador de una de las canciones más bonitas dedicadas a Ernesto Guevara, Canción para el hombre nuevo: Tomemos la arcilla/para el hombre nuevo/su sangre vendrá/de todas las sangres/borrando los siglos/del miedo y del hambre, dicen los versos de una de sus piezas más conocidas. Y esa firmeza y convicción combativa se traducía en una profunda ternura en temas como Anaclara, uno de los favoritos del público de Viglietti.

Sabiduría, dulzura, lucha y libertad. Habrá que continuar el camino de Viglietti, volver a escucharlo, recuperar las ideas revolucionarias que poblaron de vida bonita la cultura latinoamericana.

*Periodista del diario Tiempo Argentino

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5 de Septiembre

El periódico de Cienfuegos. Fundado en 1980 y en la red desde Junio de 1998.

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