El guardián del camino

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Fueron muchas las situaciones más o menos comprometidas que engendró  “el camino de la leche”, pero la más complicada de todas fue la del perro. Era un animal relativamente grande y de raza indefinida, lo encontraba tanto en su viaje de ida como en el de vuelta; siempre velándolo, aparecía en algún punto entre Pepe Rivas y la entrada de EMPAIA.

Trataba de adivinarlo, pero el animal le sorprendía y le hacía pasar un gran susto, principalmente cuando todo estaba oscuro y tenía que tener más cuidado sobre la carretera. Le llamaba El Guardián, pues siempre estaba alerta como un celoso centinela que velaba su territorio.

En medio de la incertidumbre que provocaba el peligroso camino aparecía el demonio del perro: El Guardián le estaba acechando para salirle al paso. Cuando lo sentía venir, sus nervios se crispaban, le podía ir muy mal con el fiero animal. En varias ocasiones estuvo a punto de alcanzarlo y morderle en el talón, ya que desarrollaba mucha velocidad y salía en el momento oportuno, conocía muy bien su oficio y lo realizaba con maestría.

Cuando estaba listo para partir, recordó al perro y tomó el machete, El Guardián se llevaría una sorpresa, estaba seguro de que le estaría esperando. Subió al ciclo y se lanzó a la noche en busca de la leche. Era la primera vez que salía de la casa pensando en el can, le quedaban muchos kilómetros por recorrer para encontrarle. No le gustaba lo que iba a hacer, pero era necesario quitarse al impertinente animal de encima. Había llegado el día D, solo faltaba que el tiempo avanzara hasta la hora H, el minuto M y el segundo S, la suerte de El Guardián estaba echada.

Estaba cerca cuando sintió el movimiento del perro a un costado de la carretera y de inmediato sus estridentes ladridos, ya tenía el machete en la mano. Cuando lo tuvo lo suficientemente cerca, le lanzó un golpe con el lado plano del machete. Pero en la oscuridad el arma chocó con el canto del pedal, e hizo contacto con el perro que emitió un quejido agudo, frenó en seco y le dejó seguir.

Al regreso, El Guardián le estaba esperando y salió a su encuentro, el animal ladraba, enseñaba los dientes en actitud ofensiva y corría a toda velocidad. Dejó el machete abajo y tensó el brazo. El can avanzó y cuando acercó el hocico a la bota que se movía sobre el pedal, le descargó el golpe y esta vez no hubo interferencias que lo amortiguaran. El perro, que se desplazaba a gran velocidad, se detuvo casi en seco y se retiró aullando hacia la cuneta. Fue la última vez que le vio, esta vez estaba seguro de que no volvería a molestarle. Pudo haberle hecho una buena herida, de golpearlo con el filo, pero no formaba parte de su interés matarle.

Después todo cambió para él y dejó de ir por la leche. El Guardián solo sería parte de sus pesadillas, volvía en la noche para tomar venganza del sucio golpe que le había propinado en un momento crucial. Lo había hecho por necesidad, nunca hubiera realizado semejante acto contra el animal. Era molesto, pero solo seguía el instinto que le dictaba su naturaleza: defender su territorio de la presencia de los intrusos, del mismo modo que le tocaba a él defender a su familia de la terrible neuritis.

Es posible que el perro tampoco pretendiera morderlo de verdad, sin embargo era un verdadero tormento en la carretera. Aún piensa en El Guardián con un ligero estremecimiento. Pero en el fondo, muy en el fondo, terminó por sentir un torrente de simpatía y admiración por el osado animal, que aún puebla sus sueños como un recordatorio de que lo ajeno, se respeta.

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