El donante de la cuna donde nació Cienfuegos

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Una calle que va de Norte a Sur (31) y una avenida (58), orientada de poniente a oriente, recuerdan en Cienfuegos a Luis Juan Lorenzo De Clouet y Agustín de Santa Cruz y Castilla Cabeza de Vaca, como si las orientaciones de ambas vías representaran los encontronazos que en vida protagonizaron ambos espíritus fundadores.

El primero, el francés de agrio carácter, se llevó todos los honores: el de Fundador agraciado. además del título de Conde de Fernandina de Jagua, la colonia que comenzó a fomentar al amanecer del jueves 22 de abril de 1819 en las tierras de la Península de la Majagua, cedidas por la gentileza del segundo.

A cambio de aquel desprendimiento cuantificado en 130 caballerías de sus tierras en la hacienda Caunao, don Agustín nunca llegaría a recibir el prometido título de Castilla con la denominación de Conde de Santa Cruz de Cumanayagua.

Ni siquiera fue reconocido con el grado de coronel de milicias aquel habanero asentado en la comarca de Jagua tras su casamiento el 6 de abril de 1805 con doña Antonia Guerrero y Hernández, natural de la zona jagüense.

Además de grandes extensiones de terreno fértil en las márgenes de la bahía, el patrimonio de la pareja incluía el ingenio Nuestra Señora de la Candelaria y el embarcadero de Los Castilla, como era conocido entonces el punto dedicado a la carga marítima de sus azúcares, situado en la propia península de La Majagua.

Aceptada por el gobernador de la Isla, Capitán General don José Cienfuegos y Jovellanos, la propuesta de De Clouet para fomentar un asentamiento de población blanca al fondo de la bahía de Jagua, el 9 de abril del año fundacional el antiguo colono de Nueva Orleáns llegó aquí al frente de 46 inmigrantes y puso campamento en el otrora poblado indio de Cuacoí, ya por esa fecha conocido como el Sitio de Don Gabriel de Hurtado.

El lugar del emplazamiento estaba localizado en la desembocadura del río Saladito, al que los aborígenes en su tiempo habían llamado Aricoa.

Los futuros colonizadores fueron alojados en tiendas de campaña y en bohíos abandonados por los indios.

La razón para ubicar la colonia en aquel apartado lugar parece ser que aquellas constituían las únicas tierras propiedad del Gobierno en el entorno de la bahía de Jagua, compradas en su momento al brigadier de Marina Honorato de Bouyón.

Tenía ya demarcada De Clouet el área de la que sería plaza de armas de la nueva población, cuando el lunes 19 en la mañana recibió la visita de Santa Cruz en unión de otros antiguos vecinos de la comarca que circundaba la mejor bahía de bolsa de la costa meridional cubana.

El hacendado criollo convenció al brigadier de Infantería de los Reales Ejércitos acerca de las ventajas de fomentar el núcleo poblacional en áreas aledañas al embarcadero de Los Castilla, cerca de donde crecía un frondoso árbol de majagua, al tiempo que ponía a disposición del colonizador todo el espacio físico de la península homónima del ejemplar forestal.

Guiada por el práctico Blas Jiménez, un negro libre natural de Trinidad, la comitiva inspeccionó La Majagua de cabo a rabo y De Clouet dio el visto bueno a la nueva localización, al tiempo que agilizaba la permuta ese propio día.

Del hecho fundacional ya se ha cronicado lo suficiente. En el reparto de solares al donante de tierras le correspondieron los tres de la calle de San Carlos, donde 70 años más tarde se levantaría el teatro Tomás Terry.

Bastaría apuntar que con la mano de obra de sus esclavos don Agustín edificó 36 viviendas para los colonos, a cuya disposición puso también bueyes, carretas, aperos de labranza y semillas. Al extremo de retrasar la molienda en su ingenio.

Pero el mayor ejemplo de su magnanimidad llegaría luego, cuando la naciente villa fuera infectada por una epidemia de vómito negro y fiebres intermitentes.

La vivienda del matrimonio Santa Cruz-Guerrero en Nuestra Señora de la Candelaria se convirtió de hecho en el primer hospital de la bicentenaria historia cienfueguera. Los aires más sanos del ingenio, endulzados por el olor de la molienda, contribuyeron a restituir la salud a la mayoría de los enfermos, ente ellos el joven Luis De Clouet, hijo del Fundador.

Pero su padre siempre percibió una sombra en el hacendado azucarero, en quien los pobladores de Fernandina veían no solo a otro precursor, sino al salvador de la naciente villa.

A don Agustín lo llegaron a identificar como el verdadero padre y protector de los colonos. Pero sobre su persona, al decir de los historiadores toda bondad, recayeron los atropellos capaces de concebir por una personalidad vehemente y soberbia como la del hijo de Burdeos.

Sin título nobiliario ni grado militar, pero con el reconocimiento de sus conciudadanos (una asignatura pendiente para el Fundador) murió Agustín de Santa Cruz el 11 de noviembre de 1842. Su cuerpo fue uno de los primeros en poblar el cementerio general de Cienfuegos, estrenado tres años antes en el extremo occidental de la villa.

Al menos una calle, que los cienfuegueros de verdad siempre se negarán a llamar 58, y un rosetón en el edificio que fuera del antiguo Liceo, inmortalizan al primer benefactor de la villa.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

Un Comentario en “El donante de la cuna donde nació Cienfuegos

  • el 4 marzo, 2023 a las 4:40 pm
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    Muy buen escrito como los de Francisco Gonzalez Navarro. Solo me atrevería a agregarle dos pequeños detalles:
    Primero: Una buena desavenencia entre ambas personalidades ocurrió por “La Ceiba” de Arguelles y Sta Isabel la que se dice fuera el primer establecimiento de su tipo en la Volonia.
    Segundo: La tarja en honor a Don Agustín, nuestro primer benefactor y que estuvo en la pared lateral del antiguo Liceo ¡ya no está!. ¿La restablecerán?.
    Gracias por la oportunidad!

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