El día que casi matan a Tito

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Fue un martes. En la mañana. Tito (que en realidad no se llama así) esperaba por el botero al que usualmente pagaba 50 pesos con tal de llegar a tiempo a su tratamiento de quimioterapia en el Centro Especializado Ambulatorio (CEA), de la ciudad de Cienfuegos. Era ya un servicio bastante costoso, pero él insistía en pagarlo ante la falta de otras opciones.

Para un paciente de su naturaleza, postrado en una silla de ruedas, las alternativas incluso se limitaban mucho más. De su domicilio, en los alrededores del Centro Histórico Urbano de la Perla del Sur, al CEA, las combinaciones del transporte público no solo resultaban escasas, sino incómodas para su estado. Así que Tito pagaba.

Pero aquel día en específico, el chofer que acostumbraba a llevarlo fue reemplazado por otro ante la indisposición del primero. Y todo cambió. Al llegar a la institución hospitalaria, Tito dispuso de los habituales 50 pesos para sufragar el servicio, sin embargo, el chofer le había reservado una sorpresa: ¡75 pesos!

No se acabó el mundo dentro del vehículo, aunque faltó poco. El cliente, enfermo, reclamaba con toda razón por qué debía pagar una tarifa mucho mayor por un servicio que, salvo el taxista y el auto, apenas variaba: continuaba siendo la misma distancia y el mismo destino. Por otro lado, el conductor, sin argumentos bajo la manga, esgrimía que “el otro precio era con el otro chofer”, como si ello fuera un cambio verdaderamente sustancial.

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¿Fin de la historia?… Tito fue estafado. La vida no le iba en esos 75 pesos, sino en el tratamiento que requería su serenidad y aplomo para seguir viendo el sol en las mañanas.

Una anécdota parecida, ya en el plano personal, narré en este periódico en agosto de 2014: un chofer que del Hospital Provincial a mi casa, unas pocas cuadras, cobró nada menos que 50 pesos. Su egoísta y mercenaria actitud me llevó a describirlo como “el taxista de hojalata”, sin corazón ni alma; el mismo apodo que bien podríamos endilgarle al despiadado botero que abusó de Tito.

Sabemos, al dedillo, la difícil situación económica que golpea a las familias cubanas. Pero las necesidades y carencias no debieran socavar el sentido de lo que somos: seres humanos. Detrás del chofer, es cierto, hay un hogar que sostener con solvencia y dignidad ―como todos merecemos―, mas, en el otro personaje de esta historia, la vida pugna por el respiro del día siguiente. Son necesidades distintas: uno busca vivir mejor y otro simplemente vivir. ¿Acaso no precisa este último nuestra mayor consideración?

Claro que, como sociedad, debiésemos pensar en soluciones que, a la larga, aseguren todo el bienestar posible a los enfermos. Pudiera ser a través del transporte público, con más rutas y ómnibus hacia los centros asistenciales, o mediante otras variantes que impliquen el servicio de taxis. Antes de finalizar 2018, por ejemplo, se valoraba la posibilidad de establecer una piquera de los conocidos triciclos amarillos en los alrededores del CEA, lo cual urge concretar y luego velar para que no se corrompa.

Las circunstancias son complejas, pero ello no puede frenar la búsqueda de salidas a los problemas cotidianos. De lo contrario, Tito seguirá pagando el precio desorbitado (literalmente en dinero) que fija el chofer del taxi particular, y, por supuesto, también el precio de no tener otra opción. Eso, hasta el día que lo maten.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

2 Comentarios en “El día que casi matan a Tito

  • el 28 septiembre, 2019 a las 10:46 am
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    Buen conentario Roberto, que va a lo humano, las esencias… es buena idea crear en los hospitales un parque semiestatal para contrarrestar las miserias humanas, esas que NUNCA podemos permitirnos. Por suerte las hemodialisis están priorizadas

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    • el 30 septiembre, 2019 a las 10:49 am
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      Gracias Magalys por tu opinión, esperemos que estos reclamos en la prensa, no terminen, como muchos, en saco roto.

      Respuesta

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