El desastre de “La Fernandina”

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El 8 de enero de 1895 ocurrió el desastre. Fue un golpe terrible contra los planes de José Martí. Contra la Revolución Cubana. Ocurrió en el puerto de La Fernandina, en La Florida. El Plan de “La Fernandina”, tan celosamente guardado por el Apóstol, quedaba  destrozado, y con él la esperanza de un alzamiento en la Isla amada.

Ya todo estaba listo y ese día o al siguiente ya iban a salir de ese puerto, tres embarcaciones: el “Amadis” partiría con su carga de armas  disimuladas en varios alijos, y con los Mayores Generales Serafín Sánchez y Carlos Roloff, para desembarcar en Las Villas.  En el “Lagonda” viajarían los Mayores Generales Antonio y José Maceo y Flor Crombet, para desembarcar por el Oriente de la Isla.  El “Baracoa” recogería a José Martí  y al Generalísimo  Máximo Gómez, en República Dominicana para llevarlos a Camagüey. Cada uno de ellos con  grupos de patriotas decididos. Era la flota libertaria.

Pero todo quedó frustrado ese día aciago cuando los buques fueron abordados en el puerto de La Fernandina por las autoridades norteamericanas que se incautaron de las armas y confiscaron los buques. Más de tres años de trabajo silencioso y 58 mil dólares recaudados centavo a centavo quedaron perdidos. Era el dinero de los tabaqueros cubanos radicados en Tampa y Cayo Hueso, todos muy pobres y  muy patriotas, que maldijeron al presidente norteamericano mister Cleveland de donde partió la orden de confiscamiento de esos buques y armas. Por pura suerte, no capturaron a ninguno de los patriotas que aún no habían embarcado.

Martí, primero se encolerizó, pero le llegó la calma. Los alijos de armas se habían perdido, las embarcaciones ya no podían ser utilizadas, pero los hombres, los generales y sus patriotas acompañantes estaban a salvo y listos para partir.

Martí, inmediatamente bien oculto de los detectives de la agencia norteamericana Pinckerton, y de los espías españoles, que lo buscaban afanosamente en Nueva York, en La Florida, en muchos lugares, se mantenía a buen cuidado pero no inactivo. Preparaba las nuevas opciones. “El Plan B” diríamos ahora, como en las películas. Los jefes partirían por sus propios medios hacia los destinos asignados. Con pocas armas, pero irían a iniciar la guerra. El resto de las armas se las ocuparían al enemigo, como decía Máximo Gómez. Acudirían de todos modos a la cita de honor en la Isla. Los emigrados cubanos en Tampa y Cayo Hueso, al conocer el desastre y todo lo que había sido capturado y preparado tan silenciosamente por Martí, se maravillaron de aquel plan tan bien preparado, la manera tan correcta en que había invertido sus donaciones y se convencieron de que Martí no era un soñador, era un estratega concienzudo, que así como supo fundar un Partido para dirigir la guerra, era excelente conspirador, y aportaron más para la guerra.

Cuarenta y seis días después del desastre de La Fernandina, la insurrección estalló en Cuba, el 24 de febrero de 1895, respondiendo a la orden de Martí.  Y pocos días después llegaban todos los jefes previstos, tras recorrer odiseas individuales realmente hazañosas.

En esos días Martí escribió demostrando que no se apocaba por nada: “Conozco con qué bravura y resurrección responde al quebranto pasajero el invencible corazón cubano”.

Y por eso, cuando llegaron  a la Isla levantada en armas, Martí, Gómez, los Maceo, Serafín Sánchez, Roloff, Crombet y se les unieron los que ya peleaban en la Isla: Sanguily, Carrillo, Salvador Cisneros, Masó, Moncada, y otros muchos, ya no cabía dudas de que la Patria sería libre.

Resulta una lección para nuestros tiempos, para ahora.  Y nos indica por qué en nuestro país, donde continuamos la Revolución del 68 y del 95, no le tememos a los períodos especiales, ni a los bloqueos y resistimos: es que de raíz nos viene la fortaleza, el patriotismo, la lealtad, la confianza en los máximos jefes.

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Andrés García Suárez

Periodista, historiador e investigador cienfueguero. Fue fundador de 5 de Septiembre, donde se desempeñó como subdirector hasta su jubilación.

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