El cerco de los bandidos de La Bartola

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Como a las once de la noche del 7 de septiembre de 1960, en el cuartel de La Sierrita, en Cumanayagua, el teniente, el sargento y los diez soldados de la dotación recibieron informaciones sobre una banda contrarrevolucionaria que planificaba tirotear el lugar.

El teniente Orlando Socarrás, jefe de aquella instalación donde se hacía guardia de manera conjunta con los milicianos del pueblo, partió de forma veloz, al lado de un soldado acompañante, rumbo a Cienfuegos, en procura de instrucciones de los superiores.

En la ciudad conoció que el objetivo de su búsqueda, el capitán José Antonio Borot, se encontraba en ese momento en una reunión en el hotel Jagua. El encuentro era presidido nada menos que por Fidel, quien había viajado a Cienfuegos.

Al enterarse de la noticia, el Comandante en Jefe procuró detalles, emitió orientaciones y rápidamente marchó rumbo a La Sierrita.

Los bandidos estaban en una casa enclavada en la loma de La Bartola, en un sitio intrincadísimo, unos ocho kilómetros pendiente arriba, por caminos escabrosos y harto difíciles de remontar.

Cuando el pequeño grupo de revolucionarios que marchó en su captura estaba sacando a los alzados de la casa donde se escondían, en medio del barullo del tiroteo y la refriega, Fidel tuvo el tino para decir en momento tan delicado: ¡”Cuidado con los niños, cuidado con los niños”!, refiriéndose a unos muchachos que estaban dentro de las casuchas y gritaban asustados.

La anterior anécdota se la refirió Inocencio Rodríguez, miembro de la dotación del cuartel de La Sierrita que participó en los hechos, al historiador Andrés García Suárez, y éste la consignaría a su vez en su libro testimonial “El Escambray en ascenso”, publicado hace par de décadas.

Los revolucionarios rodearon a los bandidos, y tras un fuego cruzado seguido de varias escaramuzas de los alzados, lograron imponerse.

Tras concluir la prístina epopeya escambradeña con la captura de varios de los alzados y su jefe, Alberto Walsh, el Comandante dialogó con las familias de las casitas de aquel sitio, a las cuales los bandidos confundieron para que los ayudaran.

Se ha escrito que fue allí, en medio de esa conversación, que el líder de la Revolución dijo por primera vez -luego la expresaría públicamente- una de sus frases célebres de la época: “Si una aguja cae en el Escambray, una aguja encontramos”.

Luego, Fidel tomó la pistola del cabecilla de los bandidos y se la entregó, en gratitud a su coraje, a Ramón Hernández Plasencia (Abuelo), uno de los héroes de la acción armada.

Alberto Walsh fue condenado a treinta años por los tribunales revolucionarios; y su hermano Sinesio, capturado cerca de un año después, sería fusilado por el gobierno revolucionario, debido a la estela de muertes inocentes dejada por este asesino en el lomerío del centro del país.

La historia recoge los pasajes anteriormente descritos como la primera captura de bandidos en la famosa Limpia del Escambray, en la cual intervinieron 60 000 milicianos y donde fue una presencia prácticamente permanente la de Fidel.

No es hasta el año de 1965 en que fueron apresadas las últimas bandas de alzados, las cuales fueron apoyadas y financiadas por espacio de un lustro por la CIA y el gobierno norteamericano.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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