El beso Covid-19

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 3 segundos

Cuando el aliento del Covid-19 se sintió sobre la nuca de Cuba decidí cortarle las alas a los besos, como mismo hacía mi abuela con las gallinas libertarias que osaban picar en tierra ajena. De dos tijeretazos.

No los dejaría posarse en la mejilla o en las manos. Los espantaría con una sonrisa amplia y la justificación a punta de lengua: “acuérdate del coronavirus”. Recreé las escenas en la imaginación, marqué en un mapa los sitios nidos de besos, entrelacé las palabras para el discurso que daría en la redacción y apagué a Carlos Varela, que desde hacia media hora no dejaba de tocar su guitarra negra.

A los obreros los saludaría con cuatro dedos escondidos y el pulgar mirando al cielo. A las mujeres con un movimiento de cabeza y a los colegas con los codos, a modo de chiste. A mi hija, los besos serían en los pies, esos pies desnudos que lo valen todo.

A los menos conocidos les diría un adiós en tono bajo, como quien quiere saludar a distancia. A los amigos de los amigos un “hola” estaría bien. También dejaría de “besar” las tazas de café de los bares y cafeterías intelectuales que tanto aliento dejan a mitad del día. Lo dejaría todo para evitar el beso covid-19.

Eso creía cuando salí de casa.

Tuve varias intercepciones peligrosamente emotivas en las primeras cuadras de camino, que llevaban un beso, un abrazo y las logré controlar con los sustantivos, adjetivos, verbos y preposiciones adjuntas al sistema discursivo del virus SARS CoV-2. “Yeni, acuérdate del coronavirus”, “No debemos besarnos ante el compañero Covid-19”, “No, no, sin besos, ya sabes que el coronavirus está por ahí acabando”, “Sin besos… acuérdate del bicho ese”.

El asunto se volvía terco e irracional mientras avanzaba la mañana, un ultraje a la tierra donde el beso resulta algo así como atributo nacional. A los que peor cara ponían les acariciaba los oídos con un telúrico enlace de palabras: “No te lo doy, porque te quiero”. Otros, aun así, se mostraron jíbaros y tan animados como siempre vinieron con sus brazos abiertos, seguros y sonrientes a unir las alas que intentaba cortar.

El primero fue el célebre radialista Fabio Bosch, el de El triángulo de la confianza, quien ni corto ni perezoso hizo caso omiso a las advertencias, al diálogo, y de un tirón saludó como hacen los cubanos: un apretón de hombros y un beso. “Es que hacía tiempo no nos veíamos; es que es el día de la prensa…” y siguió el camino muerto de risa.

Después del primero la cola se hizo extensa, como la de las papas, tupidas y escalofriantes. La mayoría del ámbito intelectual, sacados de la Feria Internacional del Libro, de los bares y cafeterías nidos de besos, a las que evité, pero no lo suficiente, como mismo pasan en las parejas recién cortadas, se buscan entre los horarios y la gente, porque la costumbre es también una manera de amar.

Dicen que en París ya los novios no se besan en los bares y la torre Eiffel no luce una novia empinada. Dicen que los caminos ya no conducen a Roma, porque allí no dejan transitar ni de día ni de noche. Dicen que New York al fin duerme de día y de noche. Dicen que en China los besos salen de los pies y que la timidez reina en las almas. Dicen que medio mundo siente pánico ante el virus SARS CoV-2 y las bocas dejan de unirse, las bocas dejan de besar manos y mejillas.

Dirán de todo, pero en Cuba los besos vuelan, o mejor dicho, sobrevuelan y pican en tierra ajena, no importan las tijeras (verbales).

Visitas: 578

Zulariam Pérez Martí

Periodista graduada en la Universidad Marta Abreu de Las Villas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *