El beso Covid-19
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Cuando el aliento del Covid-19 se sintió sobre la nuca de Cuba decidí cortarle las alas a los besos, como mismo hacía mi abuela con las gallinas libertarias que osaban picar en tierra ajena. De dos tijeretazos.
No los dejaría posarse en la mejilla o en las manos. Los espantaría con una sonrisa amplia y la justificación a punta de lengua: “acuérdate del coronavirus”. Recreé las escenas en la imaginación, marqué en un mapa los sitios nidos de besos, entrelacé las palabras para el discurso que daría en la redacción y apagué a Carlos Varela, que desde hacia media hora no dejaba de tocar su guitarra negra.
A los obreros los saludaría con cuatro dedos escondidos y el pulgar mirando al cielo. A las mujeres con un movimiento de cabeza y a los colegas con los codos, a modo de chiste. A mi hija, los besos serían en los pies, esos pies desnudos que lo valen todo.
A los menos conocidos les diría un adiós en tono bajo, como quien quiere saludar a distancia. A los amigos de los amigos un “hola” estaría bien. También dejaría de “besar” las tazas de café de los bares y cafeterías intelectuales que tanto aliento dejan a mitad del día. Lo dejaría todo para evitar el beso covid-19.
Eso creía cuando salí de casa.
Tuve varias intercepciones peligrosamente emotivas en las primeras cuadras de camino, que llevaban un beso, un abrazo y las logré controlar con los sustantivos, adjetivos, verbos y preposiciones adjuntas al sistema discursivo del virus SARS CoV-2. “Yeni, acuérdate del coronavirus”, “No debemos besarnos ante el compañero Covid-19”, “No, no, sin besos, ya sabes que el coronavirus está por ahí acabando”, “Sin besos… acuérdate del bicho ese”.
El asunto se volvía terco e irracional mientras avanzaba la mañana, un ultraje a la tierra donde el beso resulta algo así como atributo nacional. A los que peor cara ponían les acariciaba los oídos con un telúrico enlace de palabras: “No te lo doy, porque te quiero”. Otros, aun así, se mostraron jíbaros y tan animados como siempre vinieron con sus brazos abiertos, seguros y sonrientes a unir las alas que intentaba cortar.
El primero fue el célebre radialista Fabio Bosch, el de El triángulo de la confianza, quien ni corto ni perezoso hizo caso omiso a las advertencias, al diálogo, y de un tirón saludó como hacen los cubanos: un apretón de hombros y un beso. “Es que hacía tiempo no nos veíamos; es que es el día de la prensa…” y siguió el camino muerto de risa.
Después del primero la cola se hizo extensa, como la de las papas, tupidas y escalofriantes. La mayoría del ámbito intelectual, sacados de la Feria Internacional del Libro, de los bares y cafeterías nidos de besos, a las que evité, pero no lo suficiente, como mismo pasan en las parejas recién cortadas, se buscan entre los horarios y la gente, porque la costumbre es también una manera de amar.
Dicen que en París ya los novios no se besan en los bares y la torre Eiffel no luce una novia empinada. Dicen que los caminos ya no conducen a Roma, porque allí no dejan transitar ni de día ni de noche. Dicen que New York al fin duerme de día y de noche. Dicen que en China los besos salen de los pies y que la timidez reina en las almas. Dicen que medio mundo siente pánico ante el virus SARS CoV-2 y las bocas dejan de unirse, las bocas dejan de besar manos y mejillas.
Dirán de todo, pero en Cuba los besos vuelan, o mejor dicho, sobrevuelan y pican en tierra ajena, no importan las tijeras (verbales).
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