El balido de la cordera

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Hombres y animales. Han coexistido, en unidad, desde los albores de nuestra especie. El cine, observador primero junto a la literatura de su hacedor, el ser humano, ha entrevisto dicha pragmática convergencia desde múltiples ángulos: laboral, sentimental, erótica. De esta última zona existen películas inolvidables a la manera, entre otras, de La criatura (Eloy de la Iglesia, 1977), o Max, mi amor (Nagisa Oshima, 1986), con las inconfesables relaciones entre Ana Belén y su perro y Charlotte Rampling y su chimpancé, de modo respectivo. Cuando el King Kong de John Guillermin (1976) agarra con sus manos del mono más poderoso del mundo a una Jessica Lange metida en los shorts más indecorosos del mundo se produce otro momento, histórico, de pulsión sexual dimanada del contacto entre bestias y hembras humanas.

En Lamb (Valdimar Jóhannsson, 2021, cuyo productor ejecutivo es nadie más y menos que el personalísimo cineasta húngaro Béla Tarr), Noomi Rapace no alberga intención sexual alguna –sí en cambio maternal–, hacia la corderita que despega de su madre biológica, cuida, baña, seca, alimenta y vela su sueño. Lo hace con tal mimo como lo hubiese hecho la pareja de El pequeño Otik, de Jan Švankmajer (2000) con aquella raíz a la cual dan forma de niño y adoptan como vástago; o, mejor, cual lo hubiese hecho ella misma con la propia hija que perdió en un desolado paraje de esta singularísima Islandia germinadora de películas y series hipnóticas a la manera de la hoy comentada. Retoño filial fallecido de quien toma su nombre para ponérselo, también, a la representante caprina que ella roba a la cordera progenitora y luego venera como si fuera su propia criatura: una criatura mitad humana-mitad animal.

Aunque montada –mediante pulso de equilibrista en su puesta en pantalla, visualidad arrobadora e imbricación fabulosa del escenario natural al relato– sobre las cuerdas del folk horror o terror folclórico al corte de La bruja, Border o Midsommar, en verdad Lamb funciona más bien en tanto parábola en torno a los agobios, para ambas partes, aparejados a la maternidad comprada, fenómeno latiente en las sociedades contemporáneas occidentales, de la cual Islandia también forma parte. El debutante en la realización y aquí también coguionista Valdimar Jóhannsson no trabaja en esta película a base de cargas factuales que deben asumirse literalmente, sino mediante cargas simbólicas a través de las cuales introduce el comentario social dentro de un relato de continente fantástico.

La cordera madre de Ada, el animalito usurpado en lo físico y en la identidad por la granjera y su esposo, bala desesperadamente frente a la ventana de la habitación donde la mejor Rapace de todas las Noomis posibles acuna al fruto de su “adopción” y rechaza la demanda de regreso al pesebre. No sería insano escuchar en el lamento de ese animal todo el dolor de aquellas mujeres, transidas, que, aun a estas alturas de la humanidad, deben entregar, canjear, vender o ver robadas a sus descendencias, como la madre en vilo de Noche de fuego, el potente drama mexicano de 2021 dirigido por Tatiana Huezo, quien esconde a su hija bajo tierra para que no sea raptada por los narcotraficantes.

 

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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