El asunto de los precios abusivos lleva ya un Alto definitivo

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¿Cuánto cuesta producir un refresco gaseado? ¿Por qué una instalación de Artex tiene que venderlo a más de 200 pesos? ¿Desde cuándo los costos en una economía nacional los fija el mercado informal? ¿Por qué una bolsa de pan, cada día con menos unidades, cuesta 150 o 160 CUP? ¿Por qué un pote de ají vale 100, y unos plátanos descoloridos 70?… Así es la espiral de interrogantes más común a la que se tiene que enfrentar el cubano en su cotidianidad.

La varita mágica del equilibrio entre los precios y la calidad de los productos todavía sigue desaparecida. Caminas por la ciudad y los ojos se te van hacia cualquier repisa particular, pero enseguida repeles el acto ante la cartilla de números seguidos por ceros a la derecha.

Si bien la conocida Tarea Ordenamiento pronosticaba una devaluación monetaria, igualmente es cierto que esta se desvirtuó del diseño previsto y la inflación no refleja hoy únicamente un desbalance monetario, sino también los desequilibrios productivos y también comerciales que florecen en la nación.

Los cuentapropistas siguen atribuyendo el alza en sus negocios no solo a la escasez de insumos. En tela de juicio colocan al sistema macabro de la oferta y la demanda. Sin embargo, a estas alturas lo que prevalece es un “dime que te diré” con el tema de marras: quien tiene influencia para poner un precio lo hace por encima; sube y sube, jamás baja, por mucha oferta que exista. Hoy apenas existe.

Un mar de gente pasa a diario frente a la popular Casa del batido, en el Prado cienfueguero, donde ofertan mayormente comestibles (chucherías que van desde un paquete de pellis hasta un chupa-chupa). Basta con un breve examen y apreciará el observador cómo los posibles compradores se llevan las manos a la cintura, adoptando la clásica postura de desconcierto –por ejemplo– ante los 60 CUP que cuestan unas míseras 16 galletas de sal, que parecen sacadas de una eucaristía.

Pero no es solo ahí, es solo un ejemplo al azar. Es, realmente, en todas partes, sin contemplaciones ni conmiseración con personas que deben estirar sus salarios para terminar el mes y cumplir con las demandas inexcusables del hogar. Porque ni todos reciben remesa ni todos son trabajadores privados. La mayor parte continúa sin otro ingreso que su salario.

Ese paquete, igual, cada vez más pequeño y con peor calidad, se vende por doquier, en ese oceáno de timbiriches con gomas que inunda y afea la ciudad. Todo encareció notablemente (espejuelitos, polvorones, queques…), pero la verdad es el bajón cualitativo también resulta bien notable. Les falta gramaje, consistencia, ingredientes como azúcar, sabor. En fin, son ideas, solo amagos del dulce antiguo. Realmente los precios actuales son más que abusivos y ese Estado de donde sale la mayor parte de las materias primas de este negocio y tantísimos otros debía poner coto ya porque de lo contrario: ¿Hasta dónde vamos a llegar¿. Los salarios se mantienen igual. Entonces ¿por qué se permite esto¿ En el referido y muchos ámbitos.

¿Al pote de maní en granos que hace una semana –en la misma Casa del batido– costaba 140 y que ahora está en 200, le habrán echado más unidades? ¿Habrá que tomarse la molestia de contarlos?

En medio de este desalentador escenario no basta con la exigencia al control de costes en los particulares, cuando, por otro lado en los establecimientos del Estado los anaqueles están vacíos o sencillamente se expenden productos de mala calidad.

El mercado de libre competencia no va a regularse solo. El Estado debe encontrar las vías adecuadas para hallar el equilibrio perdido con el auxilio de sus económicos más notables. Una de ellas puede estar relacionada con un tope de precios justo a los insumos que de veras tengan calidad, que no desestimule a los vendedores y principalmente que no asfixie a quien los compre.

No queda otra opción que producir, inyectar producciones en el mercado, que en el ámbito nuestro se traduce en potenciar la inversión, aprovechar recursos endógenos, generar bienes y servicios. Todo esto tiene que suceder con la prontitud que el pueblo necesita para poder arrancar así de raíz la archiconocida y molesta interrogación de “¿A dónde vamos a parar?”.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

Un Comentario en “El asunto de los precios abusivos lleva ya un Alto definitivo

  • el 29 diciembre, 2022 a las 6:29 pm
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    Felicidades por tan excelente artículo. El problema es que las propias tiendas en USD aumentaron el doble sus precios, entonces como estado te quedas sin moral para exigir bajar precios. A los particulares y al final lo sufren los pobres trabajadores del estado.

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