El arte de sostener dos ideas contradictorias

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Desde un lugar de la Mancha parten dos seres, uno tan cuerdo como para convivir con un loco, y otro lo suficientemente chiflado como para convivir con un cuerdo. Son dos opuestos que se complementan, siguen el mismo rumbo. ¿Quién los guía? Miguel de Cervantes narró una historia que marcó un antes y un después en la Literatura, a la par que llevó al escritor argentino Jorge Luis Borges, en pleno siglo XX, a preguntarse si acaso nosotros no somos personajes de una ficción que conduce alguien, como Cervantes al Quijote y a Sancho, a través de un simple ejercicio de redacción y composición.

El Manco de Lepanto, además, sirvió de apoyo al intelectual Ambrosio Fornet a la hora de responder una interrogante relacionada con la identidad del cubano, en una disertación que el Premio Nacional de Edición (2002) y de Literatura (2009) iniciaría con un tema que ha resultado una de las mayores reivindicaciones del presente siglo: la lucha contra los estereotipos.

En entrevista realizada a Ambrosio, este recordaba el peligro de caer en la absolutización que lleva a decir que los ingleses son flojos o, los arios, una raza superior. “¿Por qué se imponen con tanta facilidad esos y otros estereotipos similares, que no son más que expresiones abiertas o encubiertas de fobias y prejuicios?”, se pregunta. “Por la sencilla razón de que son tan cómodos, tan manuables, que nos ahorran el trabajo de pensar por cuenta propia; de ahí que se nos haga tan difícil desprendernos de ellos”.

A manera de círculo vicioso, los estereotipos se originan a causa de la tendencia a la simplificación. Un individuo, o varios, que no quieren entender el mundo en su complejidad, ni buscar matices, dibujan un panorama en blanco y negro, de manera consciente o inconsciente, todo con el propósito de evitar el pensamiento en profundidad. A la misma vez, al ser de fácil propagación entre personas de todas las edades, los estereotipos se vuelven un muro para cuya escalada no todos disponen del tiempo necesario.

El cineasta Michael Moore en una ocasión le comentó a un amigo, que las nuevas generaciones, tal vez no estuvieran motivadas para votar en las elecciones presidenciales, pero en sentido general no eran propensas al odio, a la discriminación de sus semejantes debido al color de piel u orientación sexual. Por otro lado, la cantidad de tribus urbanas donde se congregan, así como la diversidad de calificativos que en estos últimos años han proliferado, dan cuenta del alto grado de segmentación que padece la sociedad, principalmente en el sector más joven.

A veces podríamos llegar a creer que vivimos en un supermercado, donde cada persona-mercancía se diferencia estratosféricamente del envase colindante. La variedad de términos que se popularizan en Cuba resulta un ejemplo de dicho fenómeno: frikys, mikys, repas, youtubers, readers, gamers, hipsters, skaters…; pareciera que todos estamos destinados a pertenecer a una de esas tribus.

¿Acaso los estereotipos se comportan de manera semejante a la hidra que enfrentó Hércules: cortamos una cabeza y le salen dos? ¿Acaso las nuevas generaciones tienden con mayor facilidad a caer en los estereotipos y, por ende, a evadir el pensamiento? ¿Acaso la solución es, sencillamente, no discriminar, o valdría la pena estimular el razonamiento que no tema enfrentarse a un mundo en colores?

Ambrosio Fornet agrega: “No recuerdo quién dijo que una persona realmente inteligente era aquella capaz de asumir y sostener dos ideas contradictorias sin volverse loco. Ni el mismísimo Cervantes pudo con ese desafío, porque para mostrar los dos polos de la naturaleza humana —el que apunta hacia la tierra y el que apunta hacia el cielo— tuvo que crear dos personajes radicalmente distintos, que solo se mantienen unidos gracias a sus diferencias”.

*Estudiante de Periodismo.

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Miguel Ángel Castiñeira García

Estudiante de Periodismo de la UCLV

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