Por el EE.UU. de Alexandria, de los jóvenes seguidores de Sanders; no por el de QAnon, los supremacistas e ignorantes

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Si algo extremadamente sucio o raro no lo impide (aunque todo puede ser posible en los Estados Unidos), Joe Biden debe sentarse a finales del próximo enero en la Sala Oval. El planeta bate palmas; no obstante, Rusia, China y México, cautelosos, todavía no feliciten al presidente electo.

De, definitivamente, concretarse la derrota del #45, habría salido del poder “el peor criminal de la historia de la humanidad”, de acuerdo con el criterio de un pensador esencial como el estadounidense Noam Chomsky.

Es el inefable Trump un autócrata demagogo —“excesivo incluso hasta para la propia derecha” según el filósofo francés Alan Badiou—, que literalmente entregó su país a la élite más rica y lo fracturó social y políticamente hasta retrotraerlo a los tiempos de la Guerra de Secesión, enardeció a los supremacistas blancos y los movimientos armados, alentó a la xenofobia y laceró la inmigración, defendió el racismo sistémico de la nación y se opuso a los movimientos populares de protesta. Un mandatario caótico que lastimó la economía mundial mediante el diferendo con China, manipuló a rango máximo el término socialismo y contaminó el ambiente político de todo el país y del mundo, entorpeció todo avance en materia medioambiental y abandonó el Acuerdo de París. Un dirigente que practicó el terrorismo de estado a escala internacional (el asesinato del general iraní Qasem Soleimani fue uno de sus actos más detestables), el terrorismo sanitario (su obtusa política interna en el tratamiento del nuevo coronavirus y la retirada de su país de la Organización Mundial de la Salud) y el terrorismo económico-financiero contra Irán, Venezuela y Cuba a grado extremo. A un punto tal contra la pequeña Isla del Caribe asediada durante seis décadas, que solo en un año aplicó ochenta medidas de asfixia que situaron el bloqueo norteamericano en un peldaño insuperado.

Sin embargo, dos tercios de los cubano-americanos (según la Universidad Internacional de la Florida, el 76 por ciento se registra como republicano y el 60 opina que debe mantenerse el bloqueo: una política por cuyas afectaciones rebasamos, por primera vez, la barrera de los cinco mil millones de dólares de pérdidas en un año) apoyaron a quien le apretaba el cuello cada día más a sus padres, hermanos, abuelos y amigos en Cuba. En busca de la posible comprensión de tan paradójica conducta —única e inédita en la inmigración latinoamericana—, habría que subrayar que los propios medios norteamericanos como The New York Times denunciaron las constantes campañas de desinformación, noticias falsas y manipulaciones de las cuales fueron objeto los emigrados isleños allí, como parte de la tóxica narrativa republicana preeminente. Un periodista de esa nación lo expresó así: “Pagaría diez grandes (diez mil dólares) por no ser un cubano de Miami-Dade en las elecciones, porque el bombardeo de mentiras es infernal”.

El pasado 8 de noviembre, nuestro Presidente, Miguel Díaz-Canel, destacó la posibilidad de una relación con los Estados Unidos “constructiva y respetuosa de las diferencias”. Fue la misma posición observada por Fidel y Raúl, aunque nunca ha sido posible materializarla del todo debido a la prepotencia de las administraciones estadounidenses.

Los pueblos de Cuba y los Estados Unidos mantienen vasos comunicantes en lo histórico y cultural, en tanto la solidaridad ha sido bidireccional en distintos momentos. Toda evolución a escala política depende de la Casa Blanca, la que nos ha hostigado y castigado por sesenta años, de manera ininterrumpida.

Aunque el sistema depredador imperialista solo va a cambiar las formas hacia Cuba y el mundo, nunca será igual para nosotros la relación bilateral con Biden que con Trump. Es una aseveración que no amerita complemento, porque se explica a través del inmenso daño ejercido por la administración republicana, en cada línea de la vida cotidiana de este país. Afirmar que ambos son iguales para Cuba es relativizar sobremanera tanto perjuicio infligido sin razón.

Hay esperanza en los Estados Unidos; pero, de forma personal, la veo como una esperanza del mañana. La del país futuro donde gobiernen, algún día, los millones de jóvenes que apoyaron a Bernie Sanders en la precampaña, pese a tener este la maquinaria integral de un país en su contra; la de la nación donde se impongan las políticas sensatas de congresistas como la reelecta demócrata Alexandria Ocasio-Cortez y sus compañeras de la Cámara de su mismo Partido, Rashida Tlaib, Ayanna Pressley e Ilhan Omar; la del país que lea a Whitman y deje prevalecer sus mejores valores.

No habrá esperanza, caso contrario, en un Estados Unidos donde continúen entronizándose las tendencias fascistas y el odio al diferente, donde persista la masacre sistemática contra el pueblo negro, prosiga enarbolándose la retórica del “excepcionalismo”, continúen cobrándose vidas por los ataques armados y la Asociación Nacional del Rifle no interrumpa su negocio asesino. En un país en el cual los pobres, negros y latinos sigan siendo ignorados ante el avance de una pandemia; donde puedan generarse (y sean apoyados por 70 millones de votos) engendros como Donald Trump; en un país en el cual continúe primando la división/exclusión social y la inteligencia siga siendo avasallada por la ignorancia; en una nación donde un delirante movimiento extremista surgido de la más profunda falta de racionalidad e incultura como QAnon (red “conspirativa” nacida en internet hace tres años que alcanzó destaque en la campaña de Trump y cuenta ya con decenas de miles de seguidores, la cual postula que el mundo está dirigido por un grupo de pedófilos, caníbales y adoradores de Satanás al frente de una red de tráfico sexual de niños, en guerra contra Trump, quien lideraría el movimiento a través de mensajes ocultos en sus declaraciones públicas y debería convertirse en el salvador de la humanidad) alcance incluso el Congreso de la nación más poderosa del orbe, mediante un escaño para la republicana por Georgia, Marjorie Taylor-Green. La congresista, racista hasta los tuétanos, afirma que “los votantes negros son los esclavos del Partido Demócrata” —al cual QAnon abomina— y defiende la teoría de “una invasión islámica contra el Gobierno”.

Si ese EE.UU., retrógrado e ignorante, se impone, todo estará perdido allí.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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