Dos Pablos y una historia de dos kilos

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Quien quiera reescribir la historia de este terruño de mar y ríos tendrá por necesidad que beber en las páginas de la Memoria Descriptiva, Histórica y Biográfica de Cienfuegos, dos kilogramos de saber condensado en 1920 por Pablo Díaz de Villegas y Díaz de Villegas y Pablo Ladislao Rosseau.

Ante su condición de tocayos y lo extenso del título de la obra común hacía que en mis apuntes manuscritos siempre me refiriera a ese horcón de la historiografía local como Los Pablos.

Llama la atención que aquellos dos obreros de la historia, cienfueguero de nacimiento el uno y de adopción el otro, fueran convocados por el hecho irreversible de la existencia con apenas 28 días de diferencia. Y que al venir a la Tierra el horóscopo occidental ya los había confluido bajo el signo de Cáncer.

El teniente coronel del Ejército Libertador Díaz de Villegas, santaclareño de nacimiento, falleció en su hogar cienfueguero de la calle San Carlos, entre Cuartel y Cid, a las tres menos cuarto de la tarde del jueves 15 de julio de 1926.

Rosseau, descendiente de uno de los franceses fundadores de la Fernandina de Jagua dejó de existir en La Habana el 12 de agosto del propio año.

A finales de 1920 de los talleres del establecimiento tipográfico El Siglo XX, en el número 27 de la habanera calle de Teniente Rey, salió al fin a la luz la obra cumbre de los dos historiadores unidos más por el empeño historiográfico que por el nombre apostólico compartido.

Escribo al fin porque el texto debió publicarse en los últimos meses del año anterior, cuando Cienfuegos celebró su primer centenario, algo así como la fiesta de quinceañera llevado a términos de urbanismo.

Los autores explicaron en el prefacio de la obra, fechado en diciembre del 20, que dos largas interrupciones paralizaron las labores tipográficas “a consecuencia de conflictos entre obreros e industriales”.

Sin creerse ombligos de nada, Los Pablos dejaron constancia del mérito de quienes le antecedieron en la noble misión de registrar el pasado de Cienfuegos para alimentar el futuro: Enrique Edo, autor en 1888 de la Memoria Histórica de Cienfuegos y su jurisdicción, y Pedro Oliver y Bravo, el pionero de tales empeños con sus Apuntes Históricos y Estadísticos, de 1846, cuando apenas la villa tenía 27 años de vida.

Antes de escribir la historia, Díaz de Villegas y Rosseau la vivieron, se alimentaron de sus tuétanos en la manigua mambisa o en el exilio sustentador de la épica.

En la biografía del primero, nacido el 10 de julio de 1844 en la misma ciudad que la benefactora Marta Abreu, destaca su temprana orfandad y el paso por las aulas del habanero Colegio El Salvador, donde tuvo la suerte de ser discípulo de un patriarca del magisterio insular, Don José de la Luz y Caballero. De joven ejerció el periodismo en La Aurora y El Fígaro, además de ser amanuense en una escribanía, contador de libros en la fábrica de gas y maestro en la Escuela Pía. Todo eso en Santa Clara.

Fue de los primeros villareños en responder al llamado cespediano en su cachimbo La Demajagua, y en 1869 combatió en San Gil, Ingenio Cuevas y la sorpresa de Potrerillo, entre las primeras acciones de guerra en el centro mismo de la Isla.

Su hoja de servicios registra las ayudantías a los generales Mateo Casanova y Francisco Villamil y el coronel Cecilio González en una primera etapa de la década gloriosa. Y después similar trabajo con tres presidentes de la República en Armas: el marqués de Santa Lucía, el coronel Spotorno y Tomás Estrada Palma.

En ese ínterin estuvo presente en una de las tragedias de la patria nueva: el combate de la mañana del 11 de mayo de 1873 en la llanura de Jimaguayú, donde junto al Bayardo de Cuba, el general Ignacio Agramante, cayó su primo Jacobo Díaz de Villegas.

Las peripecias del teniente coronel Pablo Díaz de Villegas, quien ya había sido prisionero de los españoles en el 69, parecían condenadas a un trágico desenlace. De nuevo en poder del ejército de rayadillo había sido condenado a muerte por un consejo de guerra verbal en Trinidad, pero justo en esos días se firmó la Paz del Zanjón y terminó la contienda en el bando de los vivos.

Entre 1899 y 1919 transcurre su etapa de mayor y mejor producción intelectual cuando publicó unos 80 artículos literarios en la prensa cienfueguera, el propio espacio donde intuyo trabó amistad y forjó planes en grande con su tocayo Rosseau.

El descendiente de los compinches fundadores del coronel De Clouet nació en la villa que crecía arrullada por las tímidas olas de la bahía de Jagua el 27 de junio de 1859. A los 14 años aprendió el arte de la tipografía en la imprenta del señor Manuel Muñiz, en cuyas cajas el adolescente armó versos ajenos y también propios.

Al final lo ganó la causa del periodismo y dejó que otros habitaran el Parnaso cienfueguero. Las planas de El Obrero, El Noventa y Tres, Los Sucesos y La Verdad se preñaron con la prosa de Pablo Rosseau hasta que en 1892 arribó al Brooklyn neoyorkino y publicó en las páginas del periódico separatista El Radical.

De esa época data su amistad con Martí, uno de los dones de que pudo enorgullecerse al final de sus días. Tras un fallido regreso a Cienfuegos, donde fue denunciado por varios periódicos integristas regresó a suelo estadounidense y en Tampa fue tipógrafo y redactor jefe de Cuba, órgano local del Partido Revolucionario Cubano (PRC). De vuelta a casa fundó aquí La República, en octubre de 1898, primer órgano de prensa que defendió en Cienfuegos los postulados del PRC.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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