Dos aliens con temor a un futuro simiesco

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El viernes 30 de enero, el diario Granma publicó en Cartas a la dirección la misiva del lector S. Carrillo, en la cual esta persona, con la fluidez propia de un periodista, diseccionó todo lo pernicioso que acompaña desde los planos discursivos y visuales (videoclips y movimientos en escena) a algunos exponentes del reguetón nacional. Exponentes criollos estos que en no pocas ocasiones se limitan a copiar sin filtro distanciador a sus similares de la región, cuya ejecutoria habitual -lo refería el citado compañero-, prioriza la estimulación a la violencia y la guapería, el machismo, la discriminación absoluta de la mujer, la ostentación banal, y tan falsos cuan retrógrados códigos de virilidad y dominación masculina, entre otros fardos explícitos, nada subliminales.

En momentos en que el género -incluyendo lo peor de sí- ya fue santificado por ciertos culturólogos sorprendentes por sus veleidosos cambios de raseros, cuando otros lo santiguan con la eufemística agua bendita de “poesía marginal”, o programas televisivos de gran audiencia lo potencian debido a mil y una razones -no todas sabidas por el televidente-, Carrillo habrá lucido como un alien en su diatriba: al vacío para algunos receptores. Pero, tranquilo, Carrillo, no estás solo en el planeta. Tienes un compañero que te respalda en la prensa, aunque su voz poco pueda hacer hoy día como están las cosas. Comparto la intranquilidad ante el futuro estético y conductual de las nuevas generaciones que subyace en cada línea de tu misiva.

Involutivo en términos de música, cual advierten los especialistas en la materia dado lo pedestre y primario de sus patrones melódicos, aún lo es más en la expresión de ciertas letras de cuya insolencia ya llueve sobre mojado hablar. No podré entender nunca cómo un tipo lleno de cadenas hasta los tobillos, gesticulando como un simio, soltando ofensas al por mayor y tocándose los testículos puede siquiera pretender que lo que está haciendo se aproxime someramente a algo llamado arte, aunque sí me sea dable asimilar por qué surgen y se desarrollan. Está claro que muchos nuevos creadores se acercan al género por su poderosa irradiación mercantil (de que vende, vende, eso no hay dudas; nada más ver los covers de entradas de ciertas agrupaciones nuestras a sus espectáculos), y engordan rápidos sus bolsillos mientras desperdician un talento que pudieran emplear en otras áreas de la música o incluso dentro de un mismo segmento del reguetón menos ordinario y de mayor calado, de vasos comunicantes con el fundamento social del hip hop, el rap y la salsa.

Como claro está, además, que la expansión de la ordinariez rampante de buena parte de semejantes productos guarda relación directa con el estado de cosas de un planeta que disminuye su potencial intelectivo ante una meteórica andanada de seudocultura y la acción depauperante en el terreno estético de las transnacionales de la industria discográfica. En opinión del escritor cubano Leonardo Padura, “su simplicidad rítmica (y no se me acuse de estar “fuera de onda”, léase una partitura del género, si es que existen) y la bastedad y por momentos sordidez de sus textos (tampoco se me puede catalogar de puritano, solo hay que oír el reguetón que habla del culito, ¿de la diabla?) es reflejo de la simplicidad, bastedad y sordidez de los días que corren”.

En La educación sentimental (El reguetón, el protagonista, el villano), texto publicado en La Ventana y Rebelión, Padura agrega algo básico, donde está el meollo del temor aquí ventilado: “Lo que me duele de las letras del reguetón no es tanto lo que provocan ahora entre sus consumidores, sino y sobre todo lo que dejarán en ellos como sedimento cultural, sensorial, afectivo, como sustancia para la evocación cuando los tiempos de hoy ya sean los de ayer”.

El articulista culmina el texto con estas palabras: “(.) No me queda más remedio, entonces, que sentir un poco de pena por la generación del reguetón, con acceso a tanta información, incluida la cultural, pero que está creando sus futuras nostalgias con las canciones de Daddy Yankee y Don Omar, con el baile del perreo y los videoclips de Shakira, y que nunca entenderán del todo que el mundo alguna vez se dividió entre los fans de Lennon y los de McCarthy, que un poeta de la generación del 98 español escribió las mejores letras de canciones que jamás escuchamos y que unos locos en Nueva York se impusieron hacer salsa con conciencia para buscar América y lograron que otro loco en Santo Domingo se pusiera a clamar, a ritmo de merengue, para que lloviera café”.

En reciente entrevista, ese loco, Juan Luis Guerra, instó a los reguetoneros dominicanos “a tener cuidado con lo que decimos. Las canciones son legados y quedan”. Dicha entrevista suscitó un debate en torno al género, en el cual uno de los ponentes expresó que los jóvenes reguetoneros y sus expresiones de violencia callejera “son el resultado de la sociedad que les tocó vivir, carente más que de oportunidades y recursos económicos, de orientación y guía”. Sociedad que no me parece se asemeje demasiado a la nuestra, por mucho que algunos se empeñen en demostrarlo por diversas vías “artísticas”. Quizá me equivoque, pero muy humildemente me parece que se nos está yendo la mano con un acentuado desmedido del asunto. La Habana, por suerte, no es un gueto angelino, ni Río, ni Tegucigalpa, por mal que a alguien le duela.

Hay que pensar cuando se reflexiona sobre estos asuntos en las palabras del líder de Buena Fe, en su entrevista para Juventud Rebelde el pasado 18 de enero, cuando se refería a “la irresponsabilidad que hace el juego a la política de empobrecer a Cuba, de lastimarla, de traicionar a los muchos cubanos que se quemaron y se queman como carbón, casi hasta hacerse cenizas, para hacer de este un país, una isla de gente digna y capaz”. Mira, Carrillo, te digo algo, olvídate del título de este comentario. Somos mucho más que dos. Esperanza y fe; las eras pasan. El propio arte, el propio juicio y discernimiento humano mandarán para su sitio a lo que no lo tiene. Mientras tanto, eso sí, preparémonos para soportar en breve la cosecha de esta mala siembra.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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