Dinosaurio
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Dinosaurio (2000), expedición a la prehistoria hecha por Disney, se aparta de la consabida línea de animados de estructura musical de la casa, aunque la remueve el exceso de sentimentalismo -a veces rayano con la sensiblería- propio de las historias filmadas por el estudio; así como el mismo signo de violencia manifestado históricamente y, por estas fechas, en Hércules, Mulán, El jorobado de Notre Dame u otras.
La agilidad de la narración del filme, codirigido por Eric Leighton y Ralph Zondag, jadea a causa de los desequilibrios de un guion que carga la mano en el viaje de los dinosaurios parlanchines, al punto de que ya en los límites del encuentro con el Paraíso la película parece una pura road-movie de lagartos.
Por suerte, el bueno de Aladar, el protagonista, da con la tierra añorada y evita que en la trama, en su desangre, se produzca un dinosauricidio.
La obra no destaca ciertamente a causa de su argumento, de forzados tintes bíblicos y un obvio filotarzanismo -los lémures crían al bicho como Chita a Tarzán-, sino por sus francos alcances técnicos para la época.
La escala imaginativa rompería el diez al configurarse mediante animación computarizada criaturas de un diseño y tratamiento magníficos, las cuales son sobreimpuestas en filmaciones reales de ensoñadores parajes tomados en los llanos venezolanos, Australia, Hawaii y otros sitios.
El rejuego de sincronía apócrifa del deslizamiento de los animales prehistóricos por el terreno es magistral: a una pisada, la polvareda; a una estampida, el trepidar telúrico, el baile de los árboles.
El relato incorpora algunas ideas nobles para su público natural relacionadas con el valor de la amistad, la protección de unos a otros y la fuerza de la esperanza.
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Bueno, no sé si es mi trauma desde pequeño con los dinosaurios, que la primera vez que vi esta película, allá por el año 2000 (tenía yo siete años) me fascinó (por supuesto, en aquel entonces no estaba para coger pifias a guiones y mucho menos para hacerle una interpretación profunda a la película).
El encanto de ver aquellos dinoraurios en la pantalla, que para el año 2000 no solo estaban bien logrados, sino que para mí eran lo mejor en materia de animación 3D e imágenes reales, bastó para que la considerara mi película favorita durante muchos años. Y aun lo es, a pesar de que evidentemente, esté de acuerdo con el periodista en cuanto a sus señalamientos.
Los dinosaurios que siempre han regalado para los niños, no escapan jamás al conflicto del viaje, a los numerosos obstáculos que este presenta. Y son muestra de ello todas las partes del conocido Pie Pequeño en “The land before time”, y más recientemente, la fallida “The good dinosaur”.
En efecto, no hay nada novedoso en estos guiones. Sin embargo, el despliegue del arsenal en materia de animación ha sido tremendo: si bien Pie Pequeño, Arlo y Aladar en las tres películas son demasiados bonachones y sufren de un sentimetalismo maluchero, el repertorio de animadores en ellas vistió sus mejores galas.
El otro detalle importante: la música. Estos dinosaurios han tenido excelentes compositores y sería un delito de mi parte no destacar aquí la BSO de “Dinosaur”; la cual conservo íntegra en mi PC (y en efecto, está en mi top-ten personal de bandas sonoras espectaculares). Y no lo digo yo: busque usted, lector, el sitio soundtrack.net y observe la calificación de esta obra de Newton Howard y verá 5 estrellas, y una excelente crítica.
Qué quiero decir con todo esto: independiemente de lo demás, la obra maestra de Howard encumbra a esta película de un modo único. Pistas como “Across the desert”, “The end of our island”, “Stand together”, y “Epilogue” por solo mencionar algunos de los que ahora recuerdo, expulsan con cada acorde pasión, brío, violencia, movimiento, fuerza, miedo… En fin, un deleite a la máxima potencia.