Diego y Messi guían a la Argentina de todos en Qatar 2022

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El sueño se hizo realidad. Si solo le faltaba un título mundial para que muchos escépticos terminaran por reconocerlo como el mejor jugador de la historia, Qatar le dio la oportunidad, y Lio no la desperdició, para llevar a su Argentina a levantar la ansiada Copa futbolera, esa que no celebraban (y celebrábamos) desde hacía 36 años, cuando otro grande, Diego, catapultó a la Albiceleste hasta la gloria.

¿Y alguien duda que el “Pelusa” acompañó a la selección de Scaloni durante todo el proceso? Desde su inmortal pedestal se le vio gozar de lo lindo tras el sonado éxito en la Copa América, misma donde Di María liquidó a los brasileños, y luego en unas eliminatorias de ensueño, y en esa impresionante racha de 36 (¿coincidencia?) partidos consecutivos sin conocer la derrota.

También en Catar se apreció la presencia del Pibe de Oro, y no solamente en los innumerables carteles e imágenes suyas que blandían con orgullo los fervientes seguidores de la Scaloneta. Yo lo vi sufrir cuando increíblemente Arabia Saudita logró lo impensable; lo vi arengar para que los suyos levantaran la cabeza y fueran tras el sueño que parecía entonces imposible; lo vi acompañando a sus estoicos defensores, estirándose con Emiliano Martínez, rompiendo juego con De Paul, creando espacios con Enzo, Mac Allister y Lionel, rematando a puerta con Julián, pateando penales con Lautaro, Dybala, Paredes y Montiel, y levantando el trofeo con Messi para regalar un momento inolvidable a millones de seres en el planeta.

Su copia terrenal no lo haría quedar mal parado. Cuando muchos lo tildaban de “pecho frío”, falto de liderazgo y decadencia, La Pulga se apareció en Qatar dispuesto a callar bocas, y a sus 35 años protagonizó la competencia de su vida, se llevó la condición de mejor jugador (en medio de un torrente de talento y juventud, cuya máxima expresión estuvo definida por Mbappé) y se regaló el premio que todos quieren, el único que le faltaba para concretar una carrera inigualable: la Copa Mundial de Fútbol.

Lo de Lionel fue impresionante. Todo el tiempo lideró a los suyos, no desmayó ni un instante, incluso cuando cualquiera pudiera desfallecer (las remontadas de Holanda y Francia semejaban dos océanos de agua helada), anotó cuando hacía falta, asistió cuando hacía falta, cobró penales cuando hacía falta, defendió cuando hacía falta, pegó cuando hacía falta, apareció siempre que hacía falta. Siete goles (dos de ellos en la gran final) y tres asistencias son solo un botón de muestra de la obra maestra que construyó en los 29 días del certamen.

A lo largo de todo el proceso reconoció, como buen comandante, las virtudes del grupo, en el cual jamás dejó de confiar. “Este equipo sabe sufrir, llorar, alegrarse, apretar, aflojar. Es un excelente grupo y sabemos lo que podemos lograr”, había dicho en varias ocasiones el extraclase jugador.

Y es que Argentina no fue solo Messi. Nada más alejado de la verdad. Coincido totalmente con una afirmación que escuché de cierto comentarista deportivo: “Este conjunto aprendió a jugar sin Messi”, aunque es de tontos no reconocer lo que significó el “10” dentro de la cancha (jugó todos los minutos del Mundial), y aunque todos sus compañeros estaban decididos a llevarse la Copa, sobre todo, para regalársela a su capitán.

Pocas veces apreciamos tanta unidad, entrega, compromiso, tenacidad, disciplina, arrojo y coraje en un plantel de fútbol. Todos eran Argentina, desde los que arrancaron como titulares en el partido inicial, como los que llegaron luego para quedarse (Enzo y Julián, dos joyas en el presente y futuro de la Albiceleste), o los que jugaron pocos minutos, en los que dejaron también el alma, y hasta los que no vieron acción (bien escasos, por cierto). Ni un ápice de enfado, resentimiento, contrariedad. Todo lo que llegaba de la banca era apoyo incondicional, fuerza, energía positiva, solidaridad. Las celebraciones de Lautaro, Paredes, Dybala, Angelito Correa, Guido, Nico González, luego de cada paso de avance, dieron fe de ello.

Solo así Argentina pudo renacer como Ave Fénix luego del tremendo resbalón ante Arabia, ese que los colocó al borde del abismo. A partir de ese momento anduvieron sobre el filo de la navaja, jugando cada día una final de vida o muerte, y a pesar de la lógica tensión fueron paso a paso, mientras otros grandes como Bélgica, Alemania, España, Inglaterra, Portugal, Holanda y Croacia quedaban en el camino.

En ello mucho tuvo que ver otro Lionel, pues Scaloni, el técnico más joven de la Copa del Mundo, sentó cátedra por sus movimientos estratégicos, sus posiciones en el campo según el rival y la situación de juego, su confianza en cada uno de los jugadores, su valentía al apostar por los jóvenes, sus cambios certeros (al margen de que en la final pudieron llegar antes debido al tremendo desgaste físico), su conducción, sus dotes de líder y aglutinador, y hasta sus sinceras lágrimas ante cada reto vencido.

Terminó el Mundial de Qatar, el de los muchísimos minutos de tiempo añadido, el de las increíbles “peripecias” del VAR”, el de Marruecos como equipo revelación, el de una generación de estrellas que dicen adiós, el del fin de la Era Messi-Cristiano, el de la consagración de Mbappé como la actual figura del fútbol universal, el que acabó con casi 20 años de dinastía europea, el que devolvió la alegría a los latinoamericanos, el Mundial de Diego, Messi y la Argentina de todos.

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Carlos E. Chaviano Hernández

Periodista y Director de programas de televisión.

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