Día de los Niños: los juguetes y las sombras

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Cada tercer domingo de julio la algarabía inunda plazas y campiñas cubanas. En tropel las sonrisas de los niños festeja la vida, como si las hadas del bien hilaran en sus husos los sueños más sutiles.

Quién no recuerda esa primera estación de la existencia, donde el mundo resplandecía a nuestro antojo, podíamos oír hablar a los muñecos, pensar que cortábamos su pelo y volvería a crecer, dar clases a los más pequeños y soñar con un mañana de confraternidad entre los mayores.

La adultez es una eterna añoranza por la infancia, esa que este 21 de julio dedicamos en nuestra Cuba a loar a los querubines y desde aquí clamar por todos los niños del mundo.

Recientemente recorrió el mundo la foto de Valeria Martínez, la pequeña salvadoreña de dos años, ahogada junto a su padre en el intento de cruzar al otro lado del río Bravo. La descripción periodística del terrible drama es simbólica: “La camisa negra del hombre está subida a la altura de su pecho y la menor está metida dentro de la prenda. El brazo de la niña está estirado por detrás del cuello de su padre, lo que indica que se aferró a él hasta el último minuto…”.

Son escenas del Réquiem, del poeta José Hierro. Hay golpes muy duros y las controversias actuales convierten estas imágenes en un imperativo: la conciencia internacional no puede convivir con tales oprobios.

La muerte de un niño es una afrenta”, escribió el periodista español Juan Cruz al tratar sobre los que buscan refugio del hambre y del cruel sonido de las armas.

Afrenta es también separarlos de sus familias, encerrarlos en jaulas como pequeños animalitos asustadizos en centros de detención para migrantes, sin siquiera la certeza de saber si un día se reencontrarán con los suyos.

En fecha reciente el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), denunció que 152 millones de menores realizan trabajo infantil y casi la mitad de esa cifra hace sus jornadas en condiciones de peligro o explotación.

También la Organización Internacional del Trabajo asegura que la mayoría de los afectados vive en África (72 millones), mientras 62 millones viven en Asia. Los datos se hicieron públicos, en ocasión del Día Mundial contra el trabajo Infantil, que se conmemora cada 12 de junio.

Las noticias duelen, son como gemidos del corazón por los millones de pequeños que dejan de celebrar un domingo y desandan esos parajes oscuros que tiene la vida, aún incógnitos para quienes amamos el bien.

Lejos de poseer juegos y esperanzas, persiguen sombras. En lugar de juguetes, el responsable de tan terrible caracterización de este tiempo es el mundo, que no los salva, porque tampoco sabe salvarse.

Desde nuestra isla, como botella al mar, lancemos un mensaje por las generaciones del mañana, en un planeta donde la paz es un buque en permanente zozobra. Aboguemos por los niños, cultores de esa vitalidad mágica que no deja morir el ensueño de ese otro mundo mejor, donde el amor sea receta y esperanza.

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Dagmara Barbieri López

Periodista. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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