Despedida provisional a la bahía

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Las conferencias de Tecnología, Entretenimiento y Diseño (TED), por donde desfilan las “mentes más brillantes”, acogió en una de sus ediciones al cantautor uruguayo Jorge Drexler, único latinoamericano en haber ganado el Óscar en la categoría de Mejor Banda Sonora con el tema Al otro lado del río, del filme Diarios de motocicleta. En la exposición, el músico charrúa se refirió a lo interminable que resulta la búsqueda de la identidad, como si fuera esta una foto de infinita resolución, donde ampliamos y ampliamos de manera ilimitada.

Las palabras del también autor de Todo se transforma, La milonga del moro judío y Doce segundos de oscuridad me hicieron pensar en la riqueza cultural, más bien anecdótica que histórica, de cada pequeño espacio donde suelen interactuar las personas y, por alguna extraña razón, lo asocié con el barco que cruza la bahía de Cienfuegos: “la patana”. Apenas llevo más de un año usando asiduamente este medio de transporte, sin embargo, mucho me han llamado la atención las escenas que, como humilde pasajero, he visto.

Vienen caminantes de toda Cuba, así como de diversas partes del planeta, a presenciar la Fortaleza de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua y a contemplar la excelsa hermosura de la mar cienfueguera. No importa el lugar de procedencia, todos confluyen en la costumbre de enfrentar la cola con la misma actitud “pujante”, en el sentido literal de la palabra, cuando llega el momento de abordar la solemne nave.

Una vez adentro, algún que otro hombre de la calle, con la ropa mal cuidada y las uñas amarillas por el cigarro, puede levantarse del suelo como por un impulso misterioso, tomar prestada la guitarra de uno de los pasajeros y tocar, magistralmente Bohemian Rapsody, de Queen. Un vendedor de pastelitos puede, fácilmente, dejar pasmados a sus posibles compradores al responder, ante la siempre acostumbrada pregunta de ¿a cuánto es?, lo siguiente: “uno es a tres pesos; dos, a cinco; y cinco, a diez”. En un arranque de locura, parado en el borde de la embarcación, se puede observar a un borracho que estornuda durante aproximadamente la mitad del viaje, mientras estira la mano como para agarrar al espíritu santo, a la par que aterroriza a un chiquillo que no para de dar guerra a sus padres con los sollozos que provoca tan extraña visión.

¿En qué se diferencian los sucesos aquí descritos con los que encontramos, no pocas veces, en cualquier otro medio de transporte público? Tal vez la brisa, el azul, la imagen de varios pescadores en sus faenas diarias. O, a lo mejor, la memoria del corazón, la que engrandece los momentos buenos y anula los malos —como dijera García Márquez en El amor en los tiempos del cólera— me está haciendo venerar ese pequeño espacio, donde confluyen turistas nacionales e internacionales con los habitantes de la Ciudad Nuclear, el Castillo, el Perché, La Loma y Cayo Carenas.

Sí, este comentario es una despedida provisional. Resulta que he tomado la dolorosa decisión de abandonar la vía marítima para casarme con la vía terrestre, la de los camiones “microwaves” y los peseteros que realmente son peseros. Una nueva medida, la de fijar formalmente la cantidad límite de nautas en dependencia del tipo de embarcación —entendible dado el peligro que corren los mismos ante cualquier accidente, debido a la acostumbrada sobrecarga—, junto a la resolución de “levar anclas antes de la hora prevista”, la cual me ha dejado fuera de sintonía y privado del recorrido en más de una ocasión, me obliga a abandonar “el viaje directo”, y mucho más barato, por el caro e inseguro de la carretera, donde no he tenido muy buenas experiencias que digamos, se los aseguro.

Despierto desde las 7:00 de la mañana, recientemente tuve que esperar hasta las 11:00 porque la primera patana había salido antes de la hora prevista. Por lo menos conocí a una muy agradable familia de avileños, del municipio de Ciro Redondo, o Pina, como también se le conoce, con los cuales conversé largo y tendido, dado que tiempo nos sobraba. A juzgar por cómo me sentía en ese momento, probablemente no regresen más a nuestra provincia.

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Miguel Ángel Castiñeira García

Estudiante de Periodismo de la UCLV

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